Aristas del Martí escritor

Integrantes del Grupo de Estudios Literarios del Centro de Estudios Martianos expusieron resultados de sus investigaciones en el más reciente Taller Científico que, como parte del programa del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), sesionó en el Salón Bolívar de la institución.

La licenciada Caridad Atencio, también poeta y ensayista, expresó su deseo de actualizar los estudios sobre la recepción de los Versos Sencillos, tema ya tratado por ella a finales de los años noventa, el cual dio como fruto la publicación de un cuaderno. Atencio afirma haber leído, hasta ahora, aproximadamente treinta y cinco de los cuarenta y cuatro asientos de la bibliografía, que entregará este año, sumada a un artículo centrado en el Poema I.

Por su parte, el Dr. David Leyva, quien acaba de finalizar con éxito su tesis Interrelaciones entre las artes plásticas y la literatura en la obra de José Martí (1875-1891), con tutoría de la Dr. Astrid Santana Fernández de Castro, enfoca su estudio inmediato en referentes teatrales del Apóstol, a partir de paralelismos estilísticos y temáticos con las piezas de Esquilo, William Shakespeare y Calderón de la Barca.

El Dr. Mauricio Núñez, quien presidió el encuentro, desempeña hoy dos tareas fundamentales: coordinación académica del Anuario del Centro de Estudios Martianos e investigación de la presencia de José Martí en la revista costarricense Repertorio Americano, “decana de las revistas del continente”, viva durante treinta y nueve años.

En su intervención, aportó detalles acerca del trabajo de sus colegas, y recomendó, en especial, tres artículos del Anuario… que aparecerán en el no. 47, ya diseñado y casi listo para ver la luz: un texto-homenaje a Gabriela Mistral acerca de su vínculo con la intelectualidad cubana, con autoría del Dr. Omar Sánchez Aguilera; un estudio de valor acerca de las diversas biografías martianas, de los doctores Maximiliano Francisco Trujillo, Félix Julio Alfonso y Juan Eduardo Besada, y una selección de las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional “El Modernismo de José Martí”, celebrado al año pasado en el propio centro.

La licenciada Olivia Busto Legrá, investigadora adiestrada del departamento, dio a conocer su desempeño durante el primer semestre en la institución: estudio de la representación de la mujer o el sujeto femenino en la obra literaria de José Martí; colaboración en la conformación de los números 47 y 48 del Anuario; colaboraciones para el Portal José Martí y, además, un texto en el Anuario no. 48, acerca de La Edad de Oro, edicion enriquecida con realidad aumentada, dedicada a Jorge Lozano Ros y Salvador Arias García.

Grosso modo, estas intervenciones corroboran, en primer lugar, que los aspectos de interés dentro de la obra del Martí-escritor son prácticamente inagotables y, también, que el centro cuenta con varios profesionales que, desde diversas perspectivas, explorando distintas aristas de la creación martiana, se dedican con orgullo al rescate y a la divulgación de datos valiosos para la cultura nacional.

© OBL

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Torres Cuevas: Las raíces y el devenir de la Nación Cubana

En la Plaza de Armas del Centro Histórico de La Habana Vieja se presentó este sábado la obra póstuma del historiador y profesor Dr.C. Eduardo Torres Cuevas

El libro Memorias de la Nación Cubana I: Formación y liberación de la nación, de los doctores en Ciencias Históricas Eduardo Torres Cuevas y Yoel Cordoví Nuñez, fue presentado este 11 de octubre en el espacio del Sábado del Libro, como parte de las actividades conmemorativas por el aniversario 157 del inicio de nuestra primera Guerra de Independencia, el inicio de la Jornada de la Cultura Cubana y el aniversario 39 de la Asociación Hermanos Saíz.

«Torres Cuevas no solo fue un gran intelectual, un profesional interdisciplinario, sino un formador de generaciones, un pedagogo, y una gran persona, que dedicó su vida al estudio de la Historia de Cuba, a sus raíces fundacionales y el devenir como Nacion”, afirmó el MCs. Javier Gutiérrez Forte, subdirector de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, adscrita a la Universidad de La Habana, y que tuvo a su cargo la edición del texto, de conjunto con la Oficina del Programa Martiano.

«En estas 459 páginas se sintetizan 400 años de historia, divididas en 9 acápites, en los que se abordan los múltiples procesos que dieron origen a la cubanidad y en los que se evidencia dos de sus principales propósitos como investigador y profesor: tratar de entender a Cuba, y transmitirle a las nuevas generaciones el orgullo de sentirse cubanos «, aseveró Gutiérrez Forte.

Por su parte, Yoel Cordoví agradeció póstumamente a quien fuera su maestro, por haberlo convidado a compartir la redacción de ese proyecto, estructurado en tres tomos, y señaló que ese fue el último texto en vida de Torres Cuevas, fallecido el pasado 31 de agosto.

Cordovi destacó también la condición humanista de quien fuera un formador de generaciones de historiadores cubanos y foráneos, y resaltó sus aportes a los orígenes y la historia del pensamiento cubano y su relación con los modelos de pensamientos internacionales.

A la presentación de su obra póstuma asistieron su viuda, Patricia González Díaz; el presidente del Instituto Cubano del Libro, Juan Rodríguez Cabrera; y el presidente de la Asociación Hermanos Saíz, Yasel Toledo Garnach.

Tomado de: https://www.tribuna.cu

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Martí y Céspedes, un diálogo inconcluso

Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella!
José Martí
(Fragmento del texto “Céspedes y Agramonte”)

Escribo un libro, y necesito saber qué cargos principales pueden hacerse a Céspedes, qué razones pueden darse en su defensa, que puesto que escribo, es para defender.
José Martí
(Borrador de una carta al general Máximo Gómez)

La solicitud de la Junta Directiva de la AHC de que expresara unas palabras en conmemoración de la fecha del 10 de octubre en la sesión de hoy, me hizo titubear inicialmente sobre el tema a escoger, pues ante un colectivo de académicos como este no me parecía atinado volver sobre lo que ya es conocimiento metabolizado durante años por todos, me refiero a los pormenores de la fecha y al papel protagónico de Carlos Manuel de Céspedes en la misma. Opté entonces por un tema tratado solo por un reducido grupo de autores, lo que me otorgaba mayor libertad en el análisis personal. El título de la ponencia anticipa su contenido. En esencia, los juicios de José Martí sobre Carlos Manuel de Céspedes.

Cuando cae peleando Céspedes en San Lorenzo, José Martí contaba con veintiún años de edad recién cumplidos. Lamentablemente no se conserva ninguna expresión manifestada por él en aquel luctuoso momento, ni siquiera un testimonio de alguien presencial, ni un escrito que describa su reacción, nada; en cambio, sí existe un amplio historial de su atención personal y devoción por esa figura desde que era adolescente.

Para el pensamiento historiográfico de Martí —también para su prédica política en aras de organizar la nueva revolución— y para una zona de su obra escrita, el análisis de la persona y obra de Carlos Manuel de Céspedes fue asunto de suma importancia. Representó mucho más que una cuestión literaria, de emotividad juvenil o de carácter historicista; para Martí fue un propósito esencial de construir patriotismo, de asumir una nueva tradición de hacer política y, a la vez, de hacer justicia histórica.

Esa exégesis del legado cespediano cumplía, además, para el Martí adulto, con el requerimiento doble de la revisión crítica del pasado más reciente y, en igual medida, se inscribía en su determinación de darle continuidad práctica al esfuerzo independentista de 1868. Es decir, tal empeño pasaba por el dificultoso camino de la labor proselitista con los pinos viejos, algunos de los cuales no guardaban una buena opinión del hombre del 10 de Octubre. Recordemos que el anticespedismo surgió junto con la determinación del bayamés de no aguardar más tiempo para la conspiración y cortar, de una vez, el nudo gordiano que lo llevó a desencadenar la Revolución de 1868. Con aquel gesto, que lo marcó para el futuro, se granjeó, al unísono, la animadversión y el rencor de algunos de los que no pudieron precederle. En los poco más de cinco años en que estuvo al frente de la revolución, Céspedes ganó demasiados enemigos y críticos. Puede y debe ser considerado el gran incomprendido de aquella gesta.

En tal sentido, la polémica impronta que dejaron la personalidad y operatoria cespedianas en la guerra de 1868 resultaba de particular interés para Martí; se trataba de un interés histórico (que tocaba tanto lo social de la colonia como lo personal de la figura, su enigma particular), otro práctico (la forma más aconsejable de encarar una nueva guerra) y, sobre todo, repito, un deseo firme de hacer justicia.

“…el propio Martí consideró a Céspedes tan o más grande por haber dado la libertad a los esclavos que por haber detonado la insurrección…”

Son varios los autores que se han acercado al tema: Cintio Vitier,[1] Emilio de Armas,[2] Nydia Sarabia,[3] José Antonio Pérez Martínez,[4] Miguel Muñoz López[5] y Salvador Morales,[6] entre los que he podido conocer, han caminado por la senda que conduce hacia el interés martiano por Céspedes; son textos interesantes, algunos de ellos de notable poder analítico y gestados por conocedores de su materia.

Antes fijaré un elemento biográfico que es necesario justipreciar en todo su valor, pues resulta esencial para entender lo demás. El adolescente José Martí se sintió, como muchos cubanos, ganado por la heroicidad del que decidió romper las cadenas de la metrópoli en octubre de 1868. El joven estudiante habanero contaba entonces con quince años de edad. La manera más honesta de expresar esa admiración temprana por Céspedes, en un Martí que ya mostraba apreciables inquietudes intelectuales y patrióticas, fue la redacción de dos poemas que elogiaban la valentía implícita en aquel hecho. El primero circuló como manuscrito en un periódico estudiantil del instituto donde estudiaba la segunda enseñanza. Los dos poemas son textos de iniciación, sin duda, pero contienen una carga emotiva y política; constituyen testimonios de la devoción juvenil que sintió por la revolución y por su iniciador.

No es un sueño, es verdad: grito de guerra
lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.

Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón y al bélico estampido,
El bárbaro opresor estremecido
Gime, solloza y tímido se aterra.

De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía
Gracias a Dios que, ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza![7]

Un año después, el joven Martí publicó este poema:

¿Quién será, dice España conmovida,
El valiente caudillo denodado
que el libre pabellón ha enarbolado,
y tiene a la nación estremecida?
¿Será el alma de Washington perdida
Que su cuerpo otra vez se ha encontrado?
¿O el genio de Bolívar lo ha inspirado
a completar su obra bendecida?
¿Quién es —exclama la española gente—
El que lanza de Cuba a los hispanos?
Y contesta la América inocente:
¿Queréis saber quién es, viles tiranos?
¡Ese guerrero es Céspedes valiente
Es el libertador de los cubanos![8]

La revolución y su iniciador fueron llevados a sustancia poética, la mejor manera que, por el momento, encontró el joven de genuinos sentimientos revolucionarios para vincularse con el minuto insurreccional. Lo otro será la preocupación por la marcha de los acontecimientos. Las reuniones secretas con el profesor Rafael María de Mendive, una vez terminadas las clases y retirados los alumnos inconvenientes, en las que el maestro desplegaba sobre la mesa del aula un mapa de la región oriental y marcaba la ruta de los bisoños mambises, tuvieron un gran peso en la gestión de esa admiración. La andadura de Céspedes y los rebeldes era seguida en un aula del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana por un puñado de almas en vilo ganadas por su heroicidad. Algunas noches proseguía Martí esa faena de tratar de identificar en un mapa de la Isla la marcha de la guerra patriótica. En la casa de su amigo Fermín Valdés Domínguez, con un grupo de la escuela, también se dedicaba a ello sobre un piano. Era una pasión tan secreta como desbordante. Escribe su biógrafo Jorge Mañach que el joven estudiante reunía a un grupo de condiscípulos en torno a las noticias de la insurrección que se filtraban en La Habana, los cuales “mencionan con unción el nombre de Carlos Manuel y especulan sobre el acceso a la manigua”.[9]

“En los poco más de cinco años en que estuvo al frente de la revolución, Céspedes ganó demasiados enemigos y críticos. Puede y debe ser considerado el gran incomprendido de aquella gesta”. Foto: Tomada de La Demajagua
No menos estremecedor fue para Martí presenciar, sorprendido, los turbulentos sucesos del Teatro Villanueva, donde abundaron los vivas a Céspedes, violentamente reprimidos; y, finalmente, el período terrible: sufrir prisión y destierro cruelmente. Las ideas comenzaron entonces a encarnar en su persona mediante ese proceso doloroso. Tal fue el comienzo de esta suerte de diálogo virtual e inconcluso entre ambos hombres, donde uno de ellos, a pesar de su protagonismo, fue inconsciente del intercambio.

Examinemos los textos previos que analizan la relación entre Martí y Céspedes. Los autores recién mencionados, no todos historiadores, han examinado el interés de José Martí por Carlos Manuel de Céspedes y han escrito páginas que ponen de relieve el vínculo entre los dos iniciadores de las guerras independentistas cubanas del siglo xix. Es natural que casi todos se refieran a los mismos documentos como fuentes; sin embargo, cuando se repasan las Obras Completas del Maestro, se aprecian 37 registros sobre Carlos Manuel de manera directa, a los cuales se pueden añadir los que se refieren a la fecha del 10 de octubre de 1868, o a hitos de la revolución como la Asamblea de Guáimaro, entre otras referencias cruzadas que suman varias decenas. Los más analizados han sido los apuntes de Martí cuando pensaba escribir un libro sobre la guerra de 1868-1878, unidos al borrador de su carta a Máximo Gómez inquiriendo por la figura de Céspedes; y, desde luego, ese texto cardinal que es “Céspedes y Agramonte”.[10] Pero el estudio y atención a la persona y significación de Céspedes en la historia cubana por parte de José Martí fue mucho más que esas referencias muy trabajadas por los autores y biógrafos, fue una ocupación de toda su vida.

Sobresale en ese conjunto de textos el de Cintio Vitier, “Fases en la valoración martiana de Céspedes”, el más enjundioso, donde el reconocido poeta y ensayista plantea que hubo tres fases o momentos en la aproximación de José Martí a Céspedes: la empática, la historiográfica y la simbólica. Es un texto esencial sobre la relación entre ambos patriotas, en el que Vitier, utilizando una idea de Martí, afirma con lucidez que, a través de los enlaces continuos e invisibles (el concepto martiano), se fue “tejiendo el alma de la patria”.[11] Digamos que la fase empática es la que acabo de referir, con la admiración genuina de un Martí entre la adolescencia y la juventud, la edad de las emociones más puras y naturales, redactando inspirados poemas sobre el héroe. Para Vitier, la otra fase, la historiográfica, comenzó con la referida carta de 1878 a Máximo Gómez, donde anuncia un libro que iba a escribir y escribió, pero que no ha aparecido hasta la fecha;[12] unido a esto están los apuntes que se conservaban guardados con el borrador de la misiva, todos alusivos a Céspedes. Finalmente, la fase simbólica se establece al final de su vida, cuando emprende una intensa —más bien, febril— actividad organizativa en la que, en discursos y arengas de reuniones, utiliza a la figura y el legado de Céspedes para avivar conciencias.

En los apuntes sobre el Iniciador,[13] Martí pone su acento en las características del hombre, su dominio del carácter (“dominó lo que nadie domina”), su espíritu de sacrificio (comenzando por su amor propio, “lo que nadie sacrifica”); y se refiere también a los cargos que sus adversarios le hicieron en la vanguardia patriótica, a saber, los vetos que ponía a los acuerdos y leyes de la Cámara de Representantes, la institución en la región oriental de la forma militar y centralizada de conducir la guerra, y su autonombramiento formal como capitán general. La manera en que Martí abordó estas cuestiones fue claramente en defensa y argumentación de las posiciones cespedianas. Ese propósito Vitier lo pone de relieve. La expresión de que tanto el presidente como la Cámara tenían razón en sus respectivas posiciones sobre la conducción de la guerra, pero que “la Cámara la tenía segundamente”, fue una toma de partido cautelosa pero firme. Martí pone mucho énfasis en destacar los motivos del apremio del bayamés por avanzar en la guerra, por no perder tiempo; lo considera la explicación de todos sus actos (“cada dificultad le parecía un crimen, cada obstáculo, un fratricidio”). Como le escribió al general dominicano —y lo cumplió—, quería escribir sobre el héroe para defenderlo. Sin embargo, estos apuntes solo son útiles para el investigador, pues nunca fueron publicados en vida del autor, es decir, se conocieron póstumamente. El párrafo del borrador que más nos interesa de la carta al general dominicano está utilizado como segundo epígrafe del presente trabajo.

“… el estudio y atención a la persona y significación de Céspedes en la historia cubana por parte de José Martí (…) fue una ocupación de toda su vida”. Foto: Tomada de Radio Rebelde
Debe tenerse en cuenta que, en el momento de redactar la carta a Gómez, desde Guatemala, ya Martí había reunido suficiente información sobre Céspedes de personas allegadas que conocieron bien al bayamés. Sus amigos José María Izaguirre, José Joaquín Palma y Fernando Figueredo Socarrás, entre otros, lo nutrieron de valiosos datos testimoniales. Palma y Figueredo fueron secretarios personales del hombre del 10 de Octubre; el primero, incluso, escribió la primera biografía que se le hizo a Céspedes, revisada y autorizada por el biografiado, durante los días en que la ciudad de Bayamo fungió como capital de la revolución; texto que probablemente conoció Martí. Izaguirre, bayamés también (Figueredo era camagüeyano, pero se formó en Bayamo), era amigo personal del hombre de La Demajagua, por lo que lo conoció en profundidad. Entre estos tres hombres, y otros más, debió acumular Martí un bagaje testimonial muy satisfactorio y completo sobre el accionar y la persona del Iniciador. Las anotaciones martianas se aprecian como juicios bien elaborados a partir de informaciones de primera mano, obtenidas de las fuentes citadas y de otras que compiló en su labor de búsqueda de datos sobre el expresidente y sus tensas relaciones con los patriotas que se le opusieron. Es muy significativo este párrafo:

Temperamento revolucionario, fijó su vista en las masas de campesinos y de esclavos: A este nombre el de Capitán General están acostumbrados a respetar; pues yo me llamaré con ese nombre. Un cambio necesitaría una explicación. Se pierde tiempo. -Se pierde tiempo. Esta es la explicación de todos sus actos, el pensamiento movedor de todos sus movimientos coléricos y la causa excusadora de todas sus faltas.

Está presente en este apunte el reconocimiento que hace Martí sobre los efectos de tres siglos de centralismo autoritario español. Como es apreciable, una buena parte del párrafo se reduce a explicar el carácter firme y colérico del hombre, y su convencimiento de la necesidad de actuar con celeridad en los inicios de la insurrección; Martí no entra —lo hará poco, realmente— en las ideas de mayor calado de Céspedes con relación a la revolución, probablemente porque no las conoció suficientemente.

Diez años después, Martí redactó el texto fundamental ya mencionado, “Céspedes y Agramonte”,[14] en el que depositó muchas de las reflexiones que había acumulado durante sus pesquisas juveniles y en las posteriores; contaba entonces con treinta y cinco años de edad. Lo escribió en ocasión de cumplirse veinte años del inicio de la primera guerra liberadora, y a diez de su terminación. Ya Martí tenía la madurez suficiente para enjuiciar al hombre y su contexto con mayor agudeza y objetividad. Quizá ya se comenzaba a ver en el espejo de su predecesor. Martí analiza a estos dos patriotas planteando los valores que, a su juicio, eran los principales a resaltar, así como las cuestiones a señalar críticamente en cada caso. En cuanto al bayamés, Martí hace una enumeración de virtudes y señalamientos críticos. Sobre lo primero, dice que fue impetuoso y volcánico, arrebatado, con autoridad personal como de rey (dictando, con “un ademán, la formación de un pueblo libre”), hombre de una gran estatura moral, pleitista, revoltoso como negociante, magnánimo durante su efímero gobierno en el Bayamo liberado, sereno, conciliador, firme y suave en su mando, poseedor del genio de un hombre de Estado, majestuoso, digno, valiente, de sueños heroicos y trágicas lecturas (ponderación un tanto enigmática), refinado y primario. Con relación a procederes erróneos de Céspedes, Martí consideró pertinente remarcar que, por haber sido el primero en detonar la insurrección, “cree que su pueblo va en él”, “se ve con derechos propios y personales, como de padre, sobre la revolución” y no se considera un mortal con capacidad de errar o, lo que es lo mismo, se mira a sí mismo “como sagrado”, por lo que no le parecía extraño que imperara su juicio en la toma de decisiones. Quizá la formulación más dura de esa extensa crítica se da en el siguiente enunciado: “cuando comienza a ver que la revolución es algo más que las ideas patriarcales; cuando la juventud apostólica le sale con las tablas de la ley al paso”. No obstante, Martí la convierte en una valoración mayor y de naturaleza positiva al expresar seguidamente: “cuando inclina la cabeza, con penas de martirio, ante los inesperados colaboradores, es acaso tan grande, dado el concepto que tenía de sí, como cuando decide, en la soledad épica, guiar a su pueblo informe a la libertad por métodos rudimentarios”. Al menos para quien esto escribe, este juicio crítico demuestra que sus fuentes no ahondaron mucho en el pensamiento cespediano.

Personalmente, tengo la certidumbre de que Céspedes asumió la revolución en toda su dimensión político-social y que, cuando cortó el nudo gordiano el 10 de octubre, aprovechó allí mismo, sin demorar un minuto siquiera, para atacar en su esencia la institución esclavista, el aspecto social más importante que se había propuesto cambiar la generación de terratenientes revolucionarios. De hecho, el propio Martí consideró a Céspedes tan o más grande por haber dado la libertad a los esclavos que por haber detonado la insurrección, un dato para pensar.

“Martí pone mucho énfasis en destacar los motivos del apremio del bayamés por avanzar en la guerra, por no perder tiempo; lo considera la explicación de todos sus actos”. Foto: Tomada de La Demajagua
Martí termina su opinión sobre el bayamés con una afirmación totalmente reivindicativa: “baja de la presidencia cuando se lo manda el país y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo”. Esa soledad épica antes mencionada se ahondó el día de su combate mortal, en que el Iniciador se batió totalmente solo, despojado de guardia personal, y quizá hasta traicionado expresamente por algún compatriota; pero queda claro que Martí en su escrito no quiso poner énfasis en nada que pudiera dividir, sino todo lo contrario: resaltar lo que fuese convertible en expresivo símbolo de proselitismo y unidad. El texto concluye con la exposición de la duda histórica que solo el tiempo aclararía —y que dejó para un hipotético mañana— sobre si Céspedes tuvo la razón en cuanto a la organización de la guerra y la revolución a su manera, o si la tuvieron sus “inesperados colaboradores” (o “juventud apostólica”); tema que seguirá repercutiendo en la mente martiana hasta el último día de su vida, como se verá más adelante. Martí culmina señalando que la condición de hombre proa del bayamés en aquella terrible coyuntura, su condición de fundador, dio como resultado que fuera destrozado, en gráfico y eficaz símil, como una roca sobre la que se abatieron con violencia “las fuerzas rudas de un país nuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el conocimiento del mundo libre y la pasión de la República”. En tanto, lo bendijo.

De cualquier manera, la articulación en un mismo texto del análisis de las dos más grandes figuras desaparecidas durante la contienda, así como el equilibrio logrado en su ponderación, es obra de una inteligencia afilada como la de José Martí, quien sabía muy bien que, con el recuerdo de esas dos personalidades (Céspedes y Agramonte), más el concurso de los veteranos guerreros sobrevivientes, los jefes con poder de convocatoria real, Gómez, los Maceos, Bartolomé Masó y otros, comenzarían los preparativos de la nueva contienda. Esos eran, pues, los símbolos sagrados, y había que salvarlos. Como dice el historiador Pedro Pablo Rodríguez, reconocido martiano: “Su objetivo es salvar a ambos héroes para la memoria patriótica y para darle a esta el empuje emotivo de los sentimientos”.[15]

Otra vuelta de tuerca sobre el conflicto Céspedes-Cámara de Representantes la da Martí cuando se refiere a la Asamblea de Guáimaro, en 1892, cuatro años después de publicado el texto en El Avisador Cubano. En el artículo “El 10 de abril”,[16] describe prolijamente la Asamblea Constituyente de la República en Armas, el escenario, los actores, el ambiente festivo, los debates constitucionales; y coloca nuevos juicios sobre la política interna de la dirección patriótica, empeñada en aquella batalla entre el presidente y la Cámara, que no terminó, como se sabe, hasta que lograron deponer a Céspedes en Bijagual de Jiguaní, en octubre de 1873. Este texto sobre los eventos de Guáimaro es realmente muy inspirado, con una prosa suelta y hermosa.

Dice de pronto: “En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en ponerle pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de luz”, un juicio mucho más severo sobre la juventud apostólica que el emitido en “Céspedes y Agramonte”, pero en clave de probabilidad. Ahora dice del Iniciador: “Ni Cuba ni la historia olvidarán jamás que el que llegó a ser el primero en la guerra, comenzó siendo el primero en exigir el respeto a la ley”. Aquí Martí refuerza las múltiples concesiones realizadas por Céspedes para que la reunión tuviera un final satisfactorio, y no fracasara en tensiones y disensos fatales (“Céspedes, siempre afable y ameno”). Debió saber, al menos por el propio Izaguirre, presente en la Constituyente, que a Guáimaro se llegó, precisamente, por el desvelo puesto por Céspedes en pasar por encima de los obstáculos interpuestos a cada momento por los jefes del Centro. Cuando se refiere a los debates, Martí es ecuménico y exalta todas las opiniones, tratando de que su crónica sea unitaria y apunte en todas las direcciones; ya había realizado el apunte crítico antes señalado sobre la caída del caballo libertador, y no pasará de ahí. A Céspedes lo ve de esta manera: “Y Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo”. O quizá en este juicio más sustancioso: “De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino: aquellos juveniles corazones, tocados apenas del veneno del mundo, palpitaron aceleradamente”.

Una institución republicana que nace en plena contienda bélica es un problema práctico de primer orden. Plantea el dilema cardinal sobre qué es más importante, las leyes o ganar batallas. Ese fenómeno volverá a presentarse años más tarde, cuando en la reunión de La Mejorana se produzcan las tensas discusiones entre Martí, Gómez y Antonio Maceo, al tratar de dilucidar la forma de encarar la guerra y decidir la participación civil en esta. Poco antes de morir en combate, en la célebre carta a Manuel Mercado, considerada su testamento político, escribe Martí: “La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana”.[17]

Nuevamente aparece en este párrafo la crítica a las posiciones de los oponentes de Céspedes. Hasta el último minuto de su existencia Martí tuvo presente en sus reflexiones íntimas el crucial problema en el cual se debatió la vida política de su predecesor y que ahora lo alcanzaba a él; de ahí que dejara plasmada en la importante misiva esa persistente preocupación que marcó a hierro encendido la existencia de los dos líderes de nuestras guerras independentistas, los dos hombres civiles de las revoluciones del continente. Martí no tuvo que enfrentar en 1895 la oposición de una juventud apostólica (los idealistas doctrinarios según Enrique José Varona) preñada de idealismos románticos y teorías constitucionales, pero sí a sus efectos perdurables, pues los jefes militares, Antonio Maceo en primer lugar, todavía guardaban serios recelos por la limitación que un poder civil podría oponer a la acción militar. Al igual que en la revolución de Céspedes, derrotar al Ejército español seguía siendo la tarea primera para alcanzar la independencia y, luego, construir la república en la tranquilidad de la paz.

“Y Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo”.

De lo que no existe duda es que los hombres del 68 se mantuvieron vivos en el accionar martiano, en particular a partir de 1887, año que muchos especialistas han situado como el momento de una maduración y radicalización de su pensamiento político, concomitante con el fracaso de los planes organizativos de Máximo Gómez y Antonio Maceo, o, lo que es lo mismo, el momento en que Martí toma el mando organizativo de la revolución.

Hay poemas en que Martí reconoce que dialoga con Céspedes en la tranquilidad de su conciencia, lo cual constituye una revelación interesante. Uno de ellos es una carta versificada al general Serafín Sánchez, en la que le dice en algunas estrofas:

¿Para quién, en estas pascuas?
¿Para quién, en esta hiel
Pensando en Carlos Manuel
Compré un vapor en las pascuas?

Rojo de puro coraje,
así me dice el vapor:
Pero mi amigo y señor,
¿Cuándo emprendemos el viaje?
Y yo, pensando en la espuma
que lleva al Cayo querido,
por Carlos Manuel vencido
Vuelvo la vista a la pluma.[18]

Muy ilustrativa también es una reunión en Tampa, de los clubes patrióticos, en la que Martí decidió que fuera un cuadro de Céspedes, que se encontraba en el salón debajo de la bandera cubana, el que la presidiera: “donde la presidencia no se dio a nadie, porque, bajo la bandera cubana que lo orlaba, se dio al retrato de Céspedes”.[19]

Cintio Vitier, Salvador Morales, Emilio de Armas, Nydia Sarabia, José Antonio Pérez Martínez y Miguel Antonio Muñoz López coinciden en ponderar la admiración martiana por el fundador de la independencia de Cuba, remarcando que se trató de una devoción sostenida que mucho alentó en Martí su incansable fervor revolucionario.

Como se ha podido apreciar hasta aquí, a lo largo de su vida la curiosidad de Martí por el hombre de La Demajagua no decayó ni un instante, y aparece una y otra vez en sus incendiarios y apasionados discursos conmemorativos por el 10 de Octubre, en los que fijó el sentido de continuidad y el profundo respeto por los iniciadores. Céspedes y los otros mártires del 68 debieron ser los modelos locales del concepto de héroe asumido por sus múltiples lecturas históricas. Incluso, estos discursos fijan de manera cardinal —y para la posteridad— la admiración por el hombre del 10 de Octubre, y esa distinción se hace en nombre de la causa a la que el revolucionario pretendía darle continuidad. En el programa de acción política de la nueva revolución, conocido como Manifiesto de Montecristi, la continuidad con la revolución de 1868 queda refrendada desde las primeras líneas, bajo el subtítulo Del Partido Revolucionario Cubano al pueblo cubano: “La revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud del orden y acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla”.[20]

“Mantengo la convicción (…) de que ha sido José Martí el principal cespedista en la historia cubana”.

Hasta el final de sus días, cuando la menciona repetidamente en el diario que llevó de Cabo Haitiano a Dos Ríos, la presencia de Céspedes en la mente de Martí fue sostenida y frecuente. Ahora era Máximo Gómez la fuente fundamental, quien lo mismo rememoraba un simple incidente en el que el presidente le había mostrado con indiferencia lo “mucho hombre” que era, o una crítica a la falta de plan o estrategia del Gobierno en un momento determinado de la guerra. Esa curiosidad sostenida por parte del Maestro adoptó diversas intensidades, como bien apuntó Vitier, y en ella se apreció siempre la admiración, el respeto y la búsqueda de una mirada crítica sobre el accionar del gran patriota, el “hombre de mármol” como le llamó, intentando no repetir errores en su tentativa revolucionaria. ¿Cuánta información pudo reunir sobre el Iniciador ya en la década del noventa? No lo sabemos, lo que sí parece obvio es que fue la suficiente para hacerse una imagen objetiva que alimentara su devoción no oculta por esa figura histórica. Era el fundador, el Padre de la Patria, de eso no había duda, pero no tenía mucho conocimiento de sus ideas sobre temas cardinales. De cualquier manera, cuando Martí expresa que Céspedes fue “el que nos echó a vivir”,[21] está dando la idea definitiva del padre por excelencia o real, pues eso es lo que hacen los padres, poner a vivir a sus hijos.

Mantengo la convicción, alimentada por años de investigación y por conversaciones con otros historiadores y amigos interesados en el tema, de que ha sido José Martí el principal cespedista en la historia cubana. Fue Martí quien comprendió (“con rapidez nuestra”, diría Lezama Lima) que en Céspedes hubo un legado patriótico del que era necesario beber: la tradición nueva (la cubana), el respeto a la Constitución (nadie podía estar por encima de la ley), el amor a la república, la necesidad de la igualdad racial en el país, el espíritu sacrificial que exigía la empresa revolucionaria, el compartir las necesidades de los de abajo para poder conducirlos, y demás preceptos atemporales de su credo liberal y republicano, compartidos todos por Martí. Y es que ambos se formaron en una tradición doctrinal muy similar. Ambos se sintieron, como identificó muy bien Martí sobre Céspedes, situados ante la Historia, y esa es una posición totalmente riesgosa e inapelable para un conductor de hombres, pero es la posición, no existe otra.

Fue precisamente José Martí quien mejor supo reconocer las calidades simbólicas de los fundadores cuando expresó en sus apuntes íntimos: “Morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar. El que muere, si muere donde debe, vive. ¿En Cuba, pues, ¿Quién vive más que Céspedes, que Agramonte? [sic]”.[22]

(Texto de la conferencia dictada por el autor en la sesión solemne de la Academia de Historia de Cuba, realizada el 7 de octubre en conmemoración del 10 de octubre de 1868 y de Carlos Manuel de Céspedes)

Notas:

[1] Cintio Vitier. “Fases en la valoración martiana de Céspedes”.

[2] Emilio de Armas. “Céspedes y Agramonte en la valoración martiana de los héroes del 68”.

[3] Nydia Sarabia. “El Céspedes que llevó dentro José Martí”.

[4] José Antonio Pérez Martínez. “Visión Martiana de Carlos Manuel de Céspedes”.

[5] Miguel Antonio Muñoz López. “Céspedes y Martí: semejanzas que no son coincidencias”.

[6] Salvador Morales. “Carlos Manuel de Céspedes a juicio de Martí”.

[7] José Martí. “¡10 de octubre!”, Obras Completas,t. 17, 1964, p. 20. (El soneto se publicó inicialmente en Siboney, periódico estudiantil).

[8] José Martí. “Carlos Manuel de Céspedes”, poema publicado en El Laborante,periódico estudiantil, y reproducido en El Demócrata, Nueva York, posiblemente el 15 de diciembre de 1870. Citado por César García del Pino, El Laborante, y otros temas martianos, p. 70. (No está incorporado a las Obras Completas, pero, al consultarlo con especialistas del Centro de Estudios Martianos, se consideró, y me sumo a esa evaluación, que es casi segura su autoría).

[9] Jorge Mañach. José Martí, t. 1, p. 27.

[10] Publicado en El Avisador Cubano, Nueva York, 10 de octubre de 1888.

[11] Cintio Vitier. “Fases en la valoración martiana de Céspedes”, p. 267.

[12] Le dijo Martí a su gran amigo Manuel Mercado: “¡Ahora que tenía casi terminada, con el amor y ardor que Ud. me conoce, la historia de los primeros años de nuestra Revolución! […]. ¡Y esta obra noble y filial de un espíritu libre, irá ahora clavada como un crimen en el fondo de un baúl!”. (José Martí. Obras Completas, t. 20, 1964, p. 54).

[13] José Martí. Obras Completas, t. 22, 1964, pp. 235-236. (Para evitar la presencia excesiva de notas al pie, el autor ha preferido no indicar las páginas específicas en las citas tomadas de los apuntes martianos, o de los textos “Céspedes y Agramonte” y “El 10 de abril”, más adelante). [N. de la ed.].

[14] José Martí. Obras Completas, t. 4, 1964, pp. 358-362.

[15] Pedro Pablo Rodríguez. “José Martí ante los héroes fundacionales”, en Colectivo de autores, Ese espacio azul que nos corona. Historia y cine en El Mayor, de Rigoberto López, p. 18.

[16] José Martí. Obras Completas, t. 4, 1964, pp. 382-389.

[17] José Martí. Obras Completas, t. 20, 1964, p. 163. (Maceo consideraba, según anotó en su diario el propio Martí, que el poder en la guerra debía estar en una junta de generales, mientras que la parte civil recayera en una suerte de secretaría general, propuesta que fue inaceptable para el delegado del PRC, quien se veía, así, apartado de las grandes decisiones. Obviamente, esta discusión trascendental no se enfrentó antes de las diferentes partidas hacia la Isla y, cuando se llegó a realizar, produjo un tenso debate.

[18] José Martí. Obras Completas, t. 16, 1964, p. 364.

[19] Ibídem, t. 2, p. 113.

[20] José Martí. Obras Completas, t. 4, 1964, p. 93.

[21] José Martí. Obras Completas, t. 5, 1964, p. 353.

[22] José Martí. Obras Completas, t. 21, 1964, p. 370.

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El 10 de octubre, motivo de inspiración para José Martí

[…]De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya […][1]

La cercanía de cada 10 de octubre debe convertirse en momento propicio para repasar y repensar las grandezas patrias. Leer a Martí en tales circunstancias es un ejercicio que fortalece, compromete y conmueve. Su palabra aviva el recuerdo de la efemérides y hace crecer el orgullo de ser cubano.

Cuando Carlos Manuel de Céspedes le dio la libertad a sus esclavos en su ingenio La Demajagua, dando inicio con ello a la Guerra de los Diez Años, José Martí era sólo un adolescente. Sin embargo, desde esos momentos aurorales de su vida breve e intensa, profesó una honda devoción hacia el Padre de la Patria y sus seguidores, y más de una vez se sintió avergonzado por no estar peleando en la manigua. A lo largo de su extensa obra escrita, hay referencias frecuentes a ese hecho. La más temprana de ellas es su soneto “10 de octubre”, escrito a los 16 años, en cuyos versos desborda de entusiasmo patriótico, pero también da muestras de un precoz talento poético. En su madurez, cuando habían pasado varios años desde el fin de la contienda, ya consagrado a las labores independentistas, retoma el asunto en sus Versos sencillos, esta vez para rendir homenaje a los héroes caídos, de los que se considera heredero. De ese momento data su  estremecedor poema XLV, que los lectores identifican con su primer verso: “Sueño con claustros de mármol […]”.[2]

En su prosa vuelve  reiteradamente a este tema  desde perspectivas diversas. De su etapa guatemalteca data su intención de escribir una historia de la contienda, que no fructificó, y posteriormente fue motivo  recurrente en toda su obra. Ya radicado en Nueva York, aflora en su “Lectura en la reunión de emigrados cubanos en Steck Hall”, el 24 de enero de 1880. Sólo habían transcurrido dos años desde el fin de la guerra, y los niños y jóvenes a inicios de la contienda ya eran hombres; en las palabras de Martí está la decisión de continuar la labor emancipadora iniciada por los padres. Apela al dolor del pueblo lacerado por diez años de conflicto, frustrado el anhelo de libertad por la opresión cada vez mayor, como vía para acrecentar el espíritu de rebeldía : “Allá, en aquellos campos, ¿qué árbol no ha sido una horca? ¿Qué casa no llora un muerto? ¿Qué caballo no ha perdido su jinete? ¡Y pacen ahora, en busca de jinetes nuevos!”[3]

Luego, entre 1887 y 1891, pronunciaría cada año un discurso conmemorativo de la fecha patria. Todos ellos  sobresalen por la depurada factura de la prosa, el dominio del arte de la oratoria, el sentido tributo a los fundadores de nuestro independentismo y el análisis de las causas del fracaso de la contienda. No sólo reconoce el mérito de las generaciones precedentes, sino que esboza el camino a seguir en el futuro cercano, pues ya en estos años ha decidido su destino: consagrarse a la preparación de la guerra de independencia de su patria, y trabajar por el mejoramiento de ella.

Siendo piezas oratorias de extraordinarios valores literarios, hay en ellas una hondura política, una sagacidad en el análisis histórico, una coherencia ética, que convencen al auditorio con argumentos sólidos, y a la vez tocan las fibras más sensibles del corazón cubano. Era preciso apelar al sentimiento de la sufrida masa de emigrados en aras del bien supremo de Cuba, el cual no sería posible sin lograr la soberanía absoluta respecto a España, y Martí sabía hacerlo como nadie, porque hablaba también desde el sentimiento.

En el primero de estos textos, dirá: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!” ¿no sentís, como estoy yo sintiendo, el frío sublime de aquella madrugada?…”[4]

Unas líneas más adelante, insiste en la crudeza del exilio, preferible a la ignominia de vivir en la propia tierra bajo el despotismo extranjero; pero las alegrías de la vida cotidiana, el disfrute de los afectos de familia, las pequeñas cosas que llenan la vida de hombres y mujeres, les están negadas al emigrado cubano, porque la patria le pesa en el corazón cada minuto: “la patria nos persigue, con las manos suplicantes: su dolor interrumpe el trabajo, enfría la sonrisa, prohíbe el beso de amor, como si no se tuviese derecho a él lejos de la patria: una mortal tristeza y un estado de cólera constante turban las mismas sagradas relaciones de familia: ¡ni los hijos dan todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias para servirla.”[5]

Cuando se conmemora el vigésimo aniversario del inicio de la contienda, pronuncia un discurso más breve, pero cargado de anécdotas heroicas, alentadas por “el recuerdo santo de la guerra.”[6] En sus palabras hay una visión a la vez objetiva y legendaria de aquellos hechos, que contempla con admiración y gratitud, con cariño de hijo y responsabilidad de ciudadano  comprometido a continuar la obra de sus mayores, evitando sus errores e igualando sus aciertos. Concluye estas páginas con un paralelo entre   los emigrados con los heridos en campaña, que soportaron el dolor sin una queja, y de ese sufrimiento extrajeron las fuerzas necesarias para sobreponerse y continuar en pie defendiendo la independencia. El cierre es un llamado a la preparación para el enfrentamiento, más cercano cada vez, que se basa en una visión optimista del exilio, tan doloroso para todos: “Nosotros somos el freno del despotismo futuro, y el único adversario eficaz y verdadero del despotismo presente […] Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas  de la patria!”[7]

El recuerdo agradecido y amoroso de los héroes de la guerra, desde el soldado anónimo, como el Teniente Crespo, hasta los grandes líderes, como Céspedes, Agramonte, Antonio Maceo y muchos más, constituye una veta rica de la faceta de biógrafo que tuvo Martí. Y con ello procuraba, sin duda, enaltecer desde la literatura la talla extraordinaria de estas vidas ejemplares.

Muchas páginas dedicaría Martí a este asunto. Entre las más conmovedoras,  se encuentra su carta al Director de The Evening Post, conocida como “Vindicación de Cuba,” publicada en el rotativo norteño el  25 de marzo de 1889. En ella responde a las ofensas hechas a Cuba y a los cubanos en  The Manufacturer, de Filadelfia pocos días antes, en las que se nos tilda de “pueblo inferior”, “perezoso”, “afeminado”, “incapaz de gobernarse por sí mismo”. Con ello se emprendía una campaña de descrédito destinada a preparar a la opinión pública norteamericana para futuras intromisiones en el destino de la Isla. Martí desmonta una por una cada calumnia, y se vale para ello de la capacidad de trabajo y de resistencia de los cubanos residentes en el extranjero, y sobre todo del heroísmo demostrado durante la guerra:

Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez  años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol , morir […]de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; […]Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.[8]

Como puede verse, el 10 de octubre y la Guerra de los Diez Años fueron pesencia recurrente en la obra del Apóstol, no sólo como recuerdo, homenaje y acicate en la preparación de la futura contienda. Constituyen también, aún en el presente, argumentos  irrebatibles, de naturaleza cultural y política a la vez,  frente a quienes pretendan lesionar la soberanía de Cuba. Volvamos, una vez más,  a estas páginas vibrantes, hermosas, plenas de rebeldía y amor. Ellas fortalecen, unen y consuelan.

Enlaces relacionados

 

[1] JM: “Céspedes y Agramonte”, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 358.

[2] JM:Versos sencillos. En Obras completas. Edición crítica,  Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, tomo 14,  p. 350.

[3] JM: OC, t. 4, p. 184.

[4]OC. t.  4,  p. 215.

[5] JM: OC, t. 4, p. 217.

[6] Ibídem, p. 229.

[7] Ibídem, p. 232.

[8] JM: Vindicación de Cuba, OC, t. 1, p. 238.

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Eva transmutada en sus herederas: la representación de la figura femenina en la obra literaria de José Martí

Casi todos tenemos la certeza de que José Martí es en sí un universo; su personalidad y obra literaria han favorecido estudios sobre gran variedad de asuntos, los cuales no parecen agotarse. En la actualidad, desde hace ya décadas, cierto aspecto va ganando cada vez mayor interés: la representación de la figura femenina en el discurso de sus piezas.

Realizar un análisis serio de dicha representación a lo largo de toda la creación martiana, en pocas páginas, es una tarea, más que compleja, imposible. Por tanto, estimo conveniente seleccionar un texto eje sobre el cual giren otros textos, de forma tal que, entre todos, se complementen y logren acercarnos a algunas conclusiones justas.

Decidí que el eje podrían ser los cuarenta y seis poemas que componen el conjunto denominado Versos Sencillos, de 1891. Es rico, completo y, además, surge en un momento de madurez para su autor; engloba prácticamente quizás todas las representaciones de mujer que este pudo haber construido durante su paso por la Tierra.

Quizás debamos separar a los personajes femeninos en dos grupos fundamentales: la mujer familiar, progenitora, protectora, alma pura; por otro lado, la mujer pasional, amante, rebelde e, incluso, traidora. Estos son, en esencia, los “arquetipos” a los que se refiere la investigadora Mayra Beatriz Martínez en su libro Martí, eros y mujer (revisitando el canon) (2008). Tenemos dos constantes: la “mujer ángel” y la “mujer impura”. Se inmiscuye en ambos bandos la Eva bíblica, pionera que es, a la vez, madre de la humanidad y culpable del pecado original.

“Martí exhorta a la jovencísima María Mantilla a labrarse su propio camino como individuo libre e independiente”. Imágenes: Tomadas de Internet

Clara representación de la mujer angelical martiana es María García Granados, la niña de Guatemala, esa que todos identificamos hoy como “la que murió de amor”. La causa poética de la muerte es prueba de la sensibilidad de esta joven, quien se ahogó en el río, cual la Ofelia de Hamlet, sumida en la más profunda agonía, cuya razón fue, según asegura el sujeto lírico y contrario al parte médico, una decepción romántica. Siguiendo la misma línea, en el poema XXI, el sujeto lírico cuenta que asiste a lo que parece ser una exposición de arte, donde queda maravillado por una figura femenina, plasmada sobre el lienzo. Ella lleva a sus pies al esposo rendido y en el seno a un niño desnudo; cumple con los dos roles establecidos para la mujer del hogar. La imagen creada se asemeja a La piedad.

La propia progenitora del sujeto lírico es esa especie de madre coraje, protectora y abnegada. En el poema XXVII, va en busca de su hijo en medio del caos y la conmoción. El acontecimiento hace referencia a los sucesos del Teatro Villanueva, cuando el Cuerpo de Voluntarios, fuerza militar al servicio del gobierno español, interrumpió los aplausos de una obra al final de la cual se exclamó “Viva Cuba Libre”. Leonor Pérez decidió salir en busca de José Julián para alejarlo del peligro.

“El papel de la mujer hogareña no se reduce siempre a una posición sumisa, pasiva e indefensa”.

El papel de la mujer hogareña no se reduce siempre a una posición sumisa, pasiva e indefensa. A semejanza de Mariana Grajales, progenitora de los Maceo, Leonor representa un tipo de heroína que, sin embargo, nunca llegará a equipararse a ninguna figura heroica tradicional. El deber de la mujer héroe es vivir exclusivamente para los otros, pues, según Martí, como hombre decimonónico que fue, las leyes de la naturaleza resultan inalterables y está en la propia biología femenina la cualidad de poseer una vocación por el cuidado ajeno más desarrollada que la de cualquier persona de sexo masculino.

Si bien en las páginas del periódico Patria se hallan menciones al papel activo que podría llegar a desempeñar la mujer dentro del proyecto de liberación nacional, su rol parece inferior al del verdadero protagonista: el individuo hecho para la vida pública. Ella, aunque participe, no podrá abandonar el hogar y la familia; sin embargo, Él, en caso de ser necesario, deberá hacerlo por un bien mayor: el reclamo de la propia Patria, madre suprema. Tan solo recordemos aquella escena de Abdala.

“A semejanza de Mariana Grajales (…) Leonor representa un tipo de heroína que, sin embargo, nunca llegará a equipararse a ninguna figura heroica tradicional”.

La mujer pasional es portadora de un amor distinto. Representa el deseo, el juego de la seducción como ritual cíclico. Buena parte de su atractivo reside en el carácter secreto y prohibido de la relación que se establece con esta, más allá de las normas, con cierto aire de pecado. Pero en el poema XLI de los Versos Sencillos, Blanca y Rosa pasan a un segundo plano, pues el sujeto solo puede pensar en el pobre artillero, o en su padre, soldado y obrero. Los nombres de Blanca y Rosa quizás estén ahí para representar los dos tipos de mujer de los que venimos hablando: blanco para la madre, esposa o hermana pura y buena; rojo para la amante pasional y rebelde. No quiere decir esto que el sujeto lírico desdeñe todos los afectos, sino que se siente comprometido con lo que supone una misión trascendental, responsabilidad que se le ha otorgado por ser un hombre capaz de identificar las injusticias y actuar en consecuencia, mediante el sacrificio.

La bailarina española aparece en el reconocidísimo poema X, el cual narra la experiencia de quien disfruta de un espectáculo nocturno de flamenco; se trata, en realidad, del que presentó Carolina Otero en un teatro de Nueva York, al cual Martí tuvo el gusto de asistir. Sin olvidar nunca la firmeza de sus ideales, pues se alegra de que hayan decidido quitar la bandera española ─por lo que su conciencia lo deja entrar al teatro─, el baile es un momento de distracción absoluta, de disfrute de los movimientos que realiza la artista, esa que, además, se ajusta a un concepto de belleza específico: de piel pálida, mirada de mora y labios rojos. Por su talento y hermosura, se le compara con una deidad, muy alejada de lo terrenal. Pero no, esta no es la donna angelicata de los renacentistas, sino una muchacha sensual, provocativa. Todo forma parte del espectáculo, el cual solo le proporciona breves momentos de gozo al sujeto, cuya “alma trémula y sola” regresa a su aislamiento habitual, el que sufría el Apóstol en medio del destierro.

“(…) está en la propia biología femenina la cualidad de poseer una vocación por el cuidado ajeno más desarrollada que la de cualquier persona de sexo masculino”.

Martí elogia las cualidades de otras artistas, como Eloísa Agüero y Pilar Balaval, en varios de sus boletines. Esta es una de las profesiones en las que, para sus contemporáneos, sí puede desempeñarse una persona de sexo femenino. Los trabajos que requieran de mayor esfuerzo físico e intelectual no son ideales para ellas; por eso al joven Martí, como se aprecia en el Diario de Izabal a Zacapa, le incomodan tanto los primeros contactos con Lola, una fémina alejada de la noción de belleza hegemónica occidental, trabajadora, viajera, ruda y seria. También es conocido su evidente desagrado hacia una de nuestras autoras más relevantes, el “alma de hombre”, la “atrevidamente grande”. Lola y la Avellaneda son una especie particular de mujer, ajena a los arquetipos, demasiado cercana a la imagen idealizada del patriarca, el líder, el destinado a la vida pública.

De vuelta a los Versos Sencillos; la mujer primigenia, a diferencia de Leonor o Carolina Otero, aparece en más de un poema, porque Eva está en todas partes y constituye la expresión máxima del amor en general. Nació de la costilla de Adán, pero dentro de sí «vibra el Universo», dado que en su vientre se gesta la humanidad. No obstante, todo lo maravilloso tiene su carga negativa, serpiente que acecha en el jardín del Edén. Como trae el amor, también se lo lleva; esta actitud forma parte de su carácter dual, cambiante, de mujer que traiciona y mujer que consuela. Más que para representar a una fémina ambigua, Martí elige a Eva para sintetizar a las mujeres en su conjunto, pues posee por sí sola ─casi─ todas las características de sus diversas sucesoras y herederas.

“La propia progenitora del sujeto lírico es esa especie de madre coraje, protectora y abnegada”.

Se echa de menos a aquella mujer que es dueña de sí misma. Claro, esta personificaría una idea de lo femenino que no encaja con la concepción de la sociedad de entonces. Sin embargo, vislumbrando los tiempos que le sucederían, en documentos más privados, Martí exhorta a la jovencísima María Mantilla a labrarse su propio camino como individuo libre e independiente. Sería esta entonces semejante a una versión honrada de la mujer citadina que aparece en las Escenas norteamericanas, inmune a la avaricia moderna, poseedora de virtudes espirituales y una elevada inteligencia.

¿Se contradice? ¿Acaso no es este pecado adjudicable a todos los seres humanos? ¿No son naturales e inherentes a nuestra condición de organismos vivos la evolución y el cambio? ¿Hemos olvidado la importancia de los medios, los contextos, los públicos en la producción de un autor? Más allá de la glorificación superficial o la crítica mordaz y desinformada, se torna necesario trabajar en el estudio científico, imparcial y sincero de los tesoros legados por una de las personalidades más trascendentales de la cultura cubana e hispanoamericana de todos los tiempos, la de nuestro José Martí.

 

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Resaltan labor de cátedra martiana en universidad de Guatemala

El reconocido académico mexicano Mario Alberto Nájera resaltó la labor de la cátedra José Martí de la Universidad San Carlos de Guatemala (USAC) y la vigencia hoy del pensamiento del intelectual cubano.

En conferencia virtual organizada a propósito del cercano séptimo aniversario de ese espacio, el doctor en Ciencias Sociales recordó que era una deuda que tenía el centro de altos estudios, pues el joven antillano vivió (11 meses) en este país.

También escribió cosas muy importantes en la tierra del quetzal y a partir de ahí sobre América Latina, subrayó el investigador, quien aseveró que tal obra en la cátedra universitaria en general va creciendo.

Tenemos ya una gran cantidad en distintas instituciones de de educación superior, acotó el profesor en los departamentos de Sociología y de Estudios Internacionales del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara.

Antes de enumerar las existentes, el igualmente coordinador de la Red Internacional de Cátedras Martianas recalcó que las ideas expresadas por el Apóstol de la Independencia de Cuba trascendieron los siglos XIX y XX.

Mencionó el concepto de equilibrio del mundo, más actual que en el pasado, al estar vinculado con lo que ocurre en las relaciones entre las naciones, y sobre todo con la apetencia de potencias como Estados Unidos.

Nájera consideró necesaria la presencia del pensamiento de Martí en la universidad, que se estudie y quede la comprensión de cómo vio hacia el futuro.

Calificó de sorprendente que las previsiones del igualmente poeta, escritor, maestro, se han ido confirmando hasta llegar a los días que corren.

Retomó los peligros que acechaban a Nuestra América, a las independencias de los pueblos, a fines del siglo XIX y de lo cual Martí habló mucho, ahora presentes, pero con más fuerza.

El mundo avanzó y al mismo tiempo se volvió terrible, en el desarrollo incluso de la ciencia, utilizada en buena medida para tratar de subyugar a la humanidad, reflexionó.

El miembro del Consejo Mundial del Proyecto José Martí explicó que por décadas ese ideario permaneció apartado de los pueblos a los cuales el cubano dirigió sus preocupaciones y palabras de alerta.

Los grupos que decidían las políticas nacionales, la educación y la cultura en América preferían a un importante poeta, aunque lejano, tan solo como recuerdo, amplió.

Eso que a un personaje íntegro, profundo, pensador crítico, patriota, señaló el analista.

Por tanto, enfatizó, su obra era conocida solo por especialistas, por algunos lectores que decidieron dedicar tiempo a entender al revolucionario americano.

La recepción de la obra martiana fue tardía, insistió Nájera, porque las ediciones de sus obras y artículos más significativos apenas llegaron a muchos lugares después de los primeros 10 años del siglo XX.

otf/znc

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Recuerdan en México a José Martí

El Dr.C. Ricardo Hodelín Tablada, médico e investigador histórico fue invitado a México para participar en el XIV Congreso Nacional de Historia y Filosofía de la Medicina que sesionó en la ciudad de Pachuca de Soto, capital del estado de Hidalgo, entre los días 25 y 27 de septiembre de 2025. Hodelín, autor del libro Enfermedades de José Martí, es colaborador del Centro de Estudios Martianos desde hace varios años y en este cónclave científico impartió dos conferencias a través de las cuales dio a conocer resultados de sus investigaciones. Asimismo, obsequió un ejemplar de su libro al Centro Cultural José Martí y visitó varios lugares relacionados con el Apóstol. Estas actividades rememoran el 125 aniversario de la estancia de Martí en tierras aztecas.

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Amar a Cuba por sobre todas las cosas

Este miércoles 18 de septiembre del 2025, en la Sede Nacional de la Sociedad Cultural José Martí, sita en el Vedado capitalino, tuvo lugar un evento cultural a modo de homenaje, bajo el título Eduardo Moisés Torres-Cuevas: un hombre que hizo, pensó y sintió por Cuba; a través de este, se retomaba el habitual espacio de reflexión y debate Cultura y Nación: el misterio de Cuba.
Al inicio, el público presente en la sala –compuesto por trabajadores de distintas instituciones martianas, estudiantes, colaboradores y miembros del taller del Adulto Mayor Alegría de Vivir– se deleitó con la canción «My way», del gran Frank Sinatra. Luego, tres estudiosos de extensa trayectoria investigativa ofrecieron sus conocimientos, anécdotas y visiones particulares acerca de la vida y obra del historiador; procuraron recordarlo sobre todo con alegría, por todo el legado que deja, y no con tristeza por su reciente partida.
En primer lugar, el Doctor Pedro Pablo Rodríguez, investigador del Centro de Estudios Martianos, relató en tono humorístico y afectuoso que, cuando lo conoció, Eduardo le pareció «un bicho raro», no solo por su gran estatura, sino también por su carácter e ingenio.
El MSc. Javiher Gutiérrez Forte, coordinador de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, comentó que Sartre fue el filósofo que ejerció mayor influencia en Torres-Cuevas, también resaltó la importancia de sus estudios sobre la masonería en Cuba y, emocionado, destacó el maravilloso trabajo llevado a cabo para la realización del libro Memorias de la nación cubana, publicado en 2024, con decenas de imágenes, mapas, esquemas y textos valiosos para el estudio de las diferentes etapas de nuestra historia.
Por su parte, el Dr. Elier Ramírez Cañedo, ensayista, escritor, investigador y subdirector del Centro Fidel Castro, expresó que Eduardo, «gran polemista» al que «ningún texto de historia le era ajeno», siempre fue todo un referente para él; además, recordó la necesidad de sistematizar su obra, dispersa en distintos medios y formatos.
La clausura de la actividad estuvo en manos de la célebre orquesta Aragón, muy querida por el propio Eduardo, traída a la sala a través de un video musical. Así, la mañana lluviosa albergó a un grupo heterogéneo de personas, reunidas con el objetivo de rendir tributo a quien fuera, entre otros, Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua, Profesor Titular y Doctor, Miembro de la Comisión Nacional de Grados Científicos de la República de Cuba y uno de los historiadores más fecundos que ha conocido la patria.

«Amo a Cuba, por sobre todas las cosas, le entregué lo mejor de mí, solo lamento abandonarla en tan difíciles circunstancias».
Eduardo Moisés Torres-Cuevas

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Torres-Cuevas legó su memoria a todos los jóvenes cubanos

En la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana se organizó este primero de setiembre la despedida del Doctor en Ciencias Históricas Eduardo Torres-Cuevas, imprescindible voz de la historiografía cubana.

Personalidades de nuestra cultura y cientos de sus amigos, colegas, alumnos y compañeros de trabajo de las diversas entidades que prestigió con su sabiduría y constancia estuvieron presentes en las honras fúnebres: Oficina del Programa Martiano, Centro de Estudios Maartianos, Sociedad Cultural José Martí, Centro Interdisciplinario para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, Academia de la Historia de Cuba, Alianza Francesa de Cuba, Cátedra Voltaire y Grupo Parlamentario de Amistad Cuba-Francia, entre otras.

Manuel Marrero Cruz, primer ministro y miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, asistió a la ceremonia en la que se recibieron ofrendas florales del General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder de la Revolución, así como de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República y primer secretario del Partido.

La partida física del querido profesor Eduardo Torres-Cuevas deja un vacío enorme en la comunidad intelectual cubana, así lo recordó en su discurso de despedida Abel Prieto, director de la Casa de las Américas, quien recomendó muy especialmente la lectura de la última obra que publicó, dedicada “a los jóvenes cubanos donde quiera que estén”: Memorias de la nación cubana.

En esta página de nuestro Portal incluimos parte de los mensajes de condolencias que se han ido recibiendo en las instituciones martianas.

© PJM

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Torres-Cuevas, al servicio de la patria
Por Marlene Vázquez Pérez

Hoy Cuba se duele por la pérdida de uno de sus hijos ilustres: el Dr. Eduardo Torres Cuevas. Nos deja una obra inmensa, hija de la constancia, el amor a la sabiduría, al trabajo y a la investigación. Su legado y labor educativa son invaluables. Sigamos hoy, en estos momentos difíciles, su ejemplo de entereza y su optimismo contagioso. Nunca dejó de soñar, ni siquiera cuando ya se sabía enfermo y con poco tiempo de vida. Prefiero decir, como José Martí, en su obituario de otro gran cubano, Antonio Bachiller y Morales: «No ha de afearse con lamentos falsos la cesación natural de una vida
larga y feliz, empleada amorosamente en el servicio de la patria.» Muchas gracias, mi admirado doctor, por sus enseñanzas. Descanse en paz. Luz para usted hoy y siempre.

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Hasta siempre querido profesor

Por: Yusuan Palacios

Ya vemos su sobrevida, ya se anuncia su clase mejor, ya nos disponemos a crear las nuevas obras que llevan en sí su espíritu lleno de actividad, tansformador y de profundas raíces culturales e históricas. Nos damos cita, una y otra vez; desafiando el tiempo y las circunstancias, con un hombre incansable, exponente vital de la búsqueda continua del pensamiento liberador, del sueño fundador, de la obra más allá de lo posible, de la raíz patria y el ala que eleva la nacionalidad nuestra.
No muere alguien así, con tanto por hacer, en plena disposición creadora, que era su combate, el que libraba con las ideas y el pensamiento, pero al mismo tiempo, con una práctica impresionante, reveladora de esencias, hacedora de una especie de impulsión histórica cuya osamenta encontramos en los cimientos de la nación, en los rasgos que definen la cubanidad y en el orgullo sublime de ser cubanos.
No muere alguien con tanta luz, con una obra de excelencia, de una altura científica fundamental, con una grandeza ética propia de los hombres de decoro, honor y dignidad. Sus 82 años de vida muy fecunda son expresión de entrega, dedicación y consagración a ideales, principios y verdades que defendía con su palabra y acción creadora.
Es más allá del eminente historiador, un pensador cuya cubanía saltaba fuera de sus poros. Un científico al servicio de la Patria, la Revolución y el Socialismo, ejemplo de intelectual revolucionario, heredero de la filosofía electiva cubana, maestro en su enseñanza, cultor de una obra de continuidad pedagógica e historiográfica emancipadora, con enfoque marxista y de creación original.
Es el Dr. Eduardo Torres Cuevas, destacado profesor universitario e investigador, con quien podíamos estar largas horas conversando, o mejor, casi todo el tiempo escuchándolo y aprendiendo de su cultura vastísima, tomando notas de sus ideas para nada arcaicas o atrasadas. Impresionaba su capacidad para adecuarse a los códigos de hoy, para oxigenar su pensamiento, para acompañar con mucha humildad ideas juveniles que nos permitió siempre compartirlas con él.
Estos últimos años me acercaron más a la obra del gran intelectual pero lo más importante fue el acercamiento a un ser humano excepcional, un caballero elegante y bien cubano, de quien seguiremos escribiendo, pese al dolor de su partida física, porque ya asoma su sobrevida.

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Por: Eloísa Carrera Varona

Desde la distancia en la que me encuentro, recibo con profunda tristeza la noticia del fallecimiento de quien fue para mí el querido y respetado profe Torres, y que más adelante pasó a ser mi jefe en la Biblioteca Nacional y en la OPM. Ya conocemos sus inmensas virtudes, pero en este momento recuerdo especialmente su noble y entrañable cubanía, su erudición y su amor por Cuba —por su cultura e historia—, a la que sirvió hasta el último aliento.
También vienen a mi mente su compromiso con nuestra patria, con la martiana revolución de Fidel, su entrañable amistad con Armando. A su vez, repaso en mi memoria al colega generoso, al compañero y amigo solidario y afectuoso. Su partida nos deja un vacío inmenso, pero también una huella imborrable en quienes tuvimos el privilegio de compartir con él, el día a día, y que ahora tenemos el deber de honrar su memoria para siempre.
Acompaño de corazón a cada uno de ustedes en este momento tan doloroso. Que encontremos consuelo en su legado, en los valores que nos transmitió y en la memoria viva de su presencia entre nosotros. Especialmente en esta hora de dolor, envío un fuerte abrazo con todo mi cariño a Patricia.
Con todo mi afecto y respeto,

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El adiós a Eduardo Torres-Cuevas

Los trabajadores de la Oficina del Programa Martiano (OPM) y su sistema de instituciones comparten la triste noticia del fallecimiento hoy –domingo 31 de agosto–, de su director, el doctor en Ciencias Históricas Eduardo Torres-Cuevas (La Habana, 1942) y profesor titular de la Universidad de La Habana.

Luego de una extensa y satisfactoria hoja de servicios en instituciones científico-culturales de gran valía, Torres-Cuevas desarrolló su apreciable carrera como director de Centro Interdisciplinario para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, y presidente de la Academia de la Historia de Cuba, Sociedad Cultural José Martí, Alianza Francesa de Cuba, Cátedra Voltaire y Grupo Parlamentario de Amistad Cuba-Francia.

Desde la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, Torres-Cuevas realizó, en paralelo, interesantes proyectos y asumió responsabilidades editoriales y de investigación como: director de Imagen Contemporánea y de la muy valiosa Colección Biblioteca de Clásicos Cubanos, de la revista Debates Americanos; presidente de la Cátedra Interdisciplinaria de Estudios Históricos de la Masonería Cubana “Vicente Antonio de Castro”; vicepresidente del Club Martiano Faustino Pérez para el estudio del Movimiento Revolucionario Cubano entre 1940 y 1963; jefe de los grupos de investigaciones interdisciplinarias “Evolución de las Ideas en Cuba” y “Evolución de las instituciones religiosas y de la religiosidad en Cuba”.

Fue miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua (desde 2007), de la Comisión Nacional de Grados Científicos de la República de Cuba, del Tribunal Nacional de Historia para la defensa y otorgamiento de grados científicos, del Consejo Científico del Instituto de Historia de Cuba, del Consejo Asesor del grupo Color Cubano de la UNEAC, del Grupo de creación del Centro Fidel Castro, de la Comisión Redactora de la Constitución de 2019; de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP), del Comité Científico de la Facultad de Filosofía e Historia, de la Comisión Nacional de la Carrera de Historia y de los consejos asesores del Ministro de Cultura, del Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales y de la Comisión Permanente de Educación, Cultura, Ciencias, Deporte y Medio Ambiente.

Entre las numerosas obras publicadas por Torres-Cuevas destacan: La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco, 1984; Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas, 1995; Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma, 1995; La Historia y el oficio de historiador, 1996; Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y con-ciencia cubanas, 2002; Historia de la masonería cubana. Seis ensayos, 2005; La historia y el oficio de historiador, 2012; En busca de la cubanidad, 2016; Pedro José Guiteras. Primeros historiadores del siglo xix, 2016, y otros muchos textos esenciales para conocer y comprender la historia de Cuba.

Fue condecorado con títulos internacionales como Caballero de la Orden de las Palmas Académicas (Ministerio Francés de Educación Nacional) y Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa, entre otras y, en Cuba reconocida su labor con la Distinción por la Cultura Nacional, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2000, Premio Nacional de Historia 2005, Distinción Félix Elmuza (Unión de Periodistas de Cuba), Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana, Maestro de Juventudes 2014, de la Asociación Hermanos Saiz. El Consejo de Estado de la República de Cuba le concedió la Medalla por la Alfabetización y las órdenes Frank País de Segundo Grado y Carlos J. Finlay.

Como parte de su desempeño profesional su trabajo ha sido reconocido en universidades alemanas, francesa, españolas, norteamericanas y latinoamericanas donde impartió conferencias magistrales: Leipzig y Rostock; París III (Sorbona), de Pau, de Aix, Provence, de Saboya (Chambéry), de Bordeaux; Autónoma de Barcelona, Complutense de Madrid, de Zaragoza; de Columbia, Nueva York, Universidad CUNY, Pittsburg (Pensilvania), Universidad de Chapel Hill (Carolina del Norte), Universidad de Gainsville (Florida), Los Ángeles (California), así como en casas de altos estudios de Colombia y Perú.

Durante la celebración del Día del Historiador Cubano (primero de julio último), la Universidad de Matanzas le entregó la condición académica de Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales “como premio a su dedicación a la investigación histórica, la docencia, la defensa de la identidad nacional, el conocimiento, su amor por Cuba y su cultura” que acogió con beneplácito. Días después, a propósito del aniversario 48 del Centro de Estudios Martianos, obsequió a cada trabajador de nuestra institución el primer tomo del libro Memorias de la nación cubana (en el que comparte autoría con el también doctor en Ciencias Históricas Joel Cordoví).

 

Entre tantos intelectuales cubanos que han valorado la obra de Eduardo Torres-Cuevas, queremos recordarlo a través de dos comentarios de ilustres personalidades vinculadas tanto a la fundación de la Oficina del Programa Martiano como al Centro de Estudios Martianos: “innegable contribución a las Ciencias Sociales de nuestro país, con un valor estratégico, pues sustenta científicamente la coherencia y la trayectoria revolucionaria y siempre ascendente del pensamiento cubano” (Armando Hart Dávalos), y: “obra historiográfica que por la amplitud de sus investigaciones, su rigor metodológico y la cubanía de su sensibilidad, constituye un aporte sustancial a la cultura de nuestra patria” (Cintio Vitier).

© PJM

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