En Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1888
10 de octubre de 1888

Señoras y señores:

Brevísimas frases, puesto que hemos empleado tanto tiempo, por el ardor inevitable del corazón, en dar salida a las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes, que ya no nos queda, a esta hora adelantada de la noche, espacio ni ocasión para rebajar con frías palabras de análisis, por necesarias que sean, por indispensables que sean en la época que atraviesa sin guía fijo ni ideal adecuado nuestro país, el entusiasmo que inspira a nuestras almas leales, más que el recuerdo santo de la guerra, la determinación de que una política incompleta y parcial, floja con los enemigos y despótica con los propios, no nos arrebate las conquistas obtenidas por la grandiosa unión en la muerte, por la precipitación de tiempos, con que la guerra, necesaria ayer, justa hoy como ayer, probable en todo instante, restableció en Cuba, con divino calor, el equilibrio interrumpido por la violación de todas las leyes esenciales a la paz estable en las sociedades humanas. Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común.

¿Pero cómo ha de detenerse ahora a demostrar eso, ni a censurar la locura de ir dividiendo, en vez de ir juntando, los elementos necesarios en Cuba para la vida nacional; ni a condenar la torpeza de los que propagan una política que puede parar en la guerra, sin ir ordenando desde ahora los elementos necesarios para ella; ni a castigar la arrogancia de los que aumentan con sus prácticas imperiales los odios de un país que necesita tanto amor; cómo ha de detenerse ahora en la exposición de nuestros misterios políticos, y en estudiar el modo de ir guiándolos por entre ellos, la palabra conmovida, la palabra arrebatada a casi sobrenatural trastorno, por las memorias, bellas como poemas y serenas como juicios históricos, de este hombre sacerdotal que vio en la hora de la explosión salir de la tierra, como soles de la noche y columnas de la soledad, a aquel florón de héroes? Siente fuerzas de Júpiter el puño al recordar tantas hazañas, y el pecho estremecido conoce la furia del mal y sus tormentos: ¡acaso se necesita más valor para mantenerse en esta oscuridad que para volar a imitarlos!

La palabra ha caído en descrédito, porque los débiles, los vanos y los ambiciosos han abusado de ella. Pero todavía tiene oficio la palabra, si ha de servir de heraldo al cumplimiento de la profecía del 10 de Octubre; si ha de impedir que a la tiranía de un gobierno secular, sucedan con daño público y beneficio pasajero de una casta, las tiranías civiles o militares, con cuyos estragos suelen vengarse las metrópolis vencidas de los pueblos nuevos que han tenido más valor para vencer al opresor que para extirparse de la sangre envenenada los hábitos de señor con que la gente soberbia y pedantesca antes prepara que estorba el camino a las cóleras de los humillados, harto justas, y a los despotismos militares que sobre éstas se fomentan, y con los odios y pequeñeces de los políticos débiles e intrigantes se mantienen y ayudan. Todavía tiene oficio la palabra, si en vez de ir disponiendo, en un país heterogéneo y de constitución democrática, el triunfo efímero de una casta arrogante sobre un pueblo hambriento de justicia real y empleo libre de las fuerzas que le cuesta tan caro conseguir, dispone, como aquí disponemos, sin negar con los actos lo que predicamos con la doctrina, el equilibrio de los factores inevitables del país y la obra cordial de todos, para el bienestar común, porque nada menos que ella, y no señoríos pueriles y libertadores a lo inglés, es necesario para el triunfo, en el conflicto posible, y para la paz después del triunfo, y aun para la vida sana de la patria antes de él. ¡Todavía tiene oficio la palabra para recoger de anta noche hermosa, y levantar como estandarte blanco, la declaración de que no nos animan odios ciegos contra el español, ni hemos de continuar esclavizando con nuestras preocupaciones al hombre negro que redimimos ayer con nuestra bravura, y murió a nuestro lado, no con menor gloria ni mérito que nosotros, por conquistar, para ellos y para nosotros, la libertad! ¡Jamás echaremos de nuestro lado, antes llamaremos con la vos honrada y los brazos de par en par abiertos, al hijo de España que pos ayude a reedificar el pueblo que sus compatriotas destruyen: porque no ha de ser en esa fortuna menos Cuba que los demás pueblos de América, donde el español no vio la libertad con ojos tibios, ni hemos de olvidar que si españoles fueron los que nos sentenciaron a muerte, españoles son les que nos han dado la vida!

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