La pasión, una de las más admirables virtudes que pueda poseer cualquier ser humano, sobre todo para lograr satisfacción en su desempeño, habría que adjudicársela, sin dudas, al último proyecto cinematográfico de Fernando Pérez. Esta idea sugerida por un colega, representa, me atrevo a decir, el sentir de muchos de los espectadores que asistieron al goce que siempre produce el séptimo arte. Por otro lado, la reputación de su director ya constituía un precedente de la futura acogida del filme: la ovación no menos esperada que la certeza del éxito.
Así, desde el día 7 hasta el 13 de abril del presente año la cinemateca de La Habana ofreció al público, Martí: el ojo del canario, una propuesta diferente, que nos aproxima a un Martí niño y joven. Con un diseño bastante peculiar -una estructura en cuatro partes-, se desarrolla toda la trama, empapada de la espontánea actuación de sus protagonistas Damián Rodríguez y Daniel Romero. El espacio de la infancia y adolescencia al que se circunscriben respectivamente aporta a la película una bifocalidad en función de reflejar la formación de un carácter, la incipiente plataforma ideológica de Martí, el hombre. Ese interés por crear una especie de retrato martiano a partir del constructo interno, se percibe en la última escena a través de la mirada enigmática y vaticinadora del Martí del presidio, que tal vez pueda recordar, salvando las distancias, la polisemia suscitada por la mirada de Isabel Santos en Clandestinos.
El fondo histórico que rellena el conjunto, asimismo los personajes vinculados a la evolución del protagonista: Leonor y Mariano –sus padres-, Rafael María de Mendive –su maestro- y Fermín Valdés –su amigo- ofrecen solidez a esa atrevida pretensión de revivir a Martí. La represión del Teatro Villanueva por el Cuerpo de Voluntarios, las notables referencias a la insurrección armada del 10 de octubre, o bien la redacción de su poema Abdala hacia 1869, son elementos que atraen no solo una demarcación cronológica sino también una verosimilitud del aspecto biográfico mientras aportan a la trama la canalización del fervor patriótico que propicia las zonas de clímax. Mientras, las escenas violentas contrastan con el binomio justicia-injusticia sobre el cual están permeados los derroteros del niño-adolescente.