«¡No me hables del Cielo!» se titula la propuesta de la joven artista plástica Hermaiony Villa quien, con solo 18 años, plasma en obras de gran formato su Martí, el que ella descubrió leyendo y adentrándose en su vida, «a Pepe», como diría ella.
En lo personal, conocí a Hermaiony en la inauguración de la V Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, en el Palacio de las Convenciones. Miguel Barnet acababa de ver sus obras y las recomendaba, impresionado, a todo el que encontré a la salida del salón. Esto debe ser algo especial -pensé yo-. Y para allá fui.
Confieso que quedó impactado por el acabado de las obras, su visualidad y la consagración artística que llevaron implícita; la lectura semiótica de las piezas es una invitación al imaginario creativo de la artista, a la «herejía necesaria» que alude a Gabriel Dávalos en el catálogo de la exposición. Para suerte mía, la joven estaba sentada justo detrás de mí en el auditorio de la conferencia y me regaló una de las entrevistas más bonitas que pudo realizar.
¿Cuándo empezaste a pintar?
Empecé a dibujar aproximadamente a los tres años, como dibuja cualquier niño a esa edad. Dibujaba mucho, pero no fue hasta los 6 años que mis padres comenzaron a llevarme a talleres infantiles de dibujo y pintura. Participaba en concursos, me divertía y aprendí cosas nuevas con los muchachos de mi edad y con los profesores. A los ocho años decidieron tomarme un respiro de eso.
¿Y dejaste de dibujar entonces?
No dejé de dibujar, eso nunca, dejé de hacerlo para exposiciones y presentaciones públicas, pero seguí haciéndolo para mí, porque es imposible desprenderme de eso, es lo que soy. Dibujar era casi lo único que hacía en mi tiempo libre, no había otra cosa, era eso o no era nada. Ya en la secundaria, séptimo grado, me obligaron –dice entre sonrisas- ir al taller de un señor que vive cerca de nosotros allá en Santa Clara, que prepara a los muchachos que quieren entrar en la academia.
¿Te obligaron? ¿Cómo es eso, cuéntame un poco?
-Ríe a carcajadas- Al principio no quería ir, pero no había pasado una semana y ya quería volver, regresaron las ganas de trabajar para esto, de vivir para el arte.
Fue una etapa muy bonita, todavía lo es, pero aun así era solo dibujo. Lo que es «pintura, pintura» la comencé en el primer año de la academia.
¿Academia de Arte?
Sí, el Centro Provincial para la Educación Artística de Villa Clara. Fue ahí donde empecé a encontrarme con la pintura y con el color, porque me era muy difícil al principio. Aquí voy a adentrarme un poco en los tecnicismos para explicar a qué me refiero –advierte-.
Los seres humanos estamos acostumbrados a ver grandes masas de color ya identifican este bolso como carmelita y aquella planta como verde, pero esa planta y ese bolso reflejan todos los colores que hay a su alrededor y cuando uno va a las particularidades del objeto se da cuenta de que esa planta tiene azules, rojos y carmelitas y es muy difícil encontrar con esa teoría y comprenderla, pero más difícil es aplicarla y por ello a muchas personas, como a mí, se les dificulta aprender a usar el color.
¿Y cuándo empezaste a pintar a Martí?
¿A Martí? En primer año. Fue porque me encargaron, a mí y otro estudiante, hacer dos cuadros de gran formato de 1,70 x 1,20 metros. Era el primer cuadro que hacia así de gran formato y fue todo un reto porque además lo tuve que hacer en ocho días, era para un evento en la escuela, una ocasión especial, y nos lo pidieron a mí ya otra muchacha; ella hizo al Che y yo a Martí. Todo fue muy rápido pero didáctico.
Martí siempre fue una parte de mi vida, desde que era pequeña, desde que tenía seis años estaba participando en concursos como «Donde crece la palma». Él siempre estuvo ahí. Lo que pasó en ese momento ya casi finalizando el primer año en la academia, es que me reencontré con él y empecé a investigar la vida de Pepe, ya verle más a fondo.
¿Te interesaba pintar al Martí que se siente?
Exacto, ahí fue donde empezó a ver la humanidad que había detrás del busto de cada escuela, ahí fue cuando empezó a ver a Pepe y creo que ese fue como «el clímax», un momento épico, necesario en la historia donde todo comienza.
¿Cómo llegaste a esa visión de él que muestras en «No me hables del cielo»?
Leyéndolo, aunque creo que fue más bien un «piñazo en la cara», hablando en buen cubano –se ríe-. Así me pasó cuando estaba leyendo El presidio político en Cuba , porque más que el lenguaje y lo que describe, estaba hablando con un muchacho de mi misma edad, yo tenía cuando aquellos 15 o 16 años y me dije: ¿Cómo siguió adelante? ¿Cómo pudo seguir siendo él después de pasar tantas adversidades? Creo que esa fue una de las grandes cosas que me atrapó.
Y yo digo que todavía, por supuesto, es imposible saberlo todo de Martí. Hay más cosas que desconozco de las que conozco sobre él. No me he leído todas sus obras, tampoco voy a fingir que lo he hecho, pero con lo poquito que sé se crea esta conexión de ser humano a ser humano y eso es algo muy bonito la verdad.
El gran objetivo de la muestra es tratar de conectar o al menos de iniciar esa conexión de Pepe con más personas, que todos los que alguna vez lo vieron como el busto y disfrutaron la exposición, sientan al menos un mínimo de curiosidad por el hombre que combustible.
Hay algo de lo que me ha dado cuenta sobre Pepe, que no es muy difícil percatarse, y es que estamos acostumbrados a verlo como el Apóstol, esa figura inalcanzable de un «casi Dios» y en realidad no es así. No es cuestión de darle una humanidad que él siempre tuvo y tampoco de bajarlo de un pedestal que se merece, si no de entender cómo llego hasta ahí, viendo todo lo que pasó y los defectos que tenía, porque era un ser humano y tenía defectos . Eso te hace apreciar y respetar con más intensidad que él esté hoy en día allá arriba y sea tan importante, entiendes la historia detrás de esa figura y eso te conecta, con él y con el resto de la humanidad.
Tomado de: Revista Alma Mater