Un Poeta que escogió ser cubano
Por: María de Jesús Chávez Vilorio

Era el último día de 1803 y Santiago de Cuba era, una vez más, cuna del arte. Nacía el Cantor del Niágara, el primer poeta romántico de Latinoamérica, el gran José María Heredia y Heredia. Con una vida llena de pesar y melancolía, un día 7 de mayo hace 180 años perdimos al poeta que robó inspiración a la añoranza y la tristeza y logró hacer una poesía memorable. Y escogió, nunca mejor dicho, añorar a Cuba.
Apenas tenía dos años cuando sus padres se lo llevaron de la Isla. Nada podía recordar. Su primera infancia, esa que en cualquier persona determina más que el sitio donde nace a la hora de entregar su corazón a una patria, los vivió en la Florida aún española. Un niño precoz, a los ocho ya era capaz de traducir los poemas de Horacio.
Regresa a Cuba por apenas seis meses, luego la familia parte hacia Santo Domingo, hasta estabilizarse en Venezuela un largo tiempo. Sin embargo, un jovencísimo Heredia regresó a La Habana y todo parece indicar que determinó su sentido de la nacionalidad y el patriotismo en los dos escasos años que pasó allí y en Matanzas. En 1819 los avatares de la familia lo llevan a México, para regresar en 1821. Lo desterrarían en 1823: seis años en total vividos en Cuba, y fueron suficientes para crear al patriota que se unió a la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, el más triste de los bardos desterrados.
Es el destierro el que hace a Heredia lo que es. Se gana la vida como abogado, periodista, traductor y poeta. Traduce al menos cinco idiomas. En México, es Ministro de la Audiencia, orador parlamentario y político, miembro de la Legislatura del Estado y un hombre eternamente triste. Sus versos tienen una dulzura y una pasión increíbles, propias del romántico que adora la naturaleza, el amor inalcanzable y la libertad.
Llega 1836 y es un momento de inflexión en su vida. Tiene la salud dañada, la nostalgia de su patria escogida lo ha vuelto inmensamente desgraciado, y la muerte de su hija lo acaba de hundir. Llegados a ese punto, sacrifica sus ideales revolucionarios y pide perdón al Gobernador General de la Isla, a fin de poder regresar. Sus antiguos amigos, liderados por ese personaje tan moralmente gris por no decir otra cosa que fue Domingo del Monte, lo condenan al ostracismo por su decisión. Ninguno de ellos ha tenido que vivir una vida entera lejos de la tierra amada, no pueden entenderlo.
Desilusionado de todo, quizás convencido de que no se debería regresar a donde se fue feliz, apenas un año después parte de nuevo hacia México. El país que lo encumbró pero al que no pudo corresponder, porque su corazón estaba en Cuba. Y México se dio cuenta: al regresar, había perdido completamente su posición. En 1839 murió.
José Martí, quien entendió como nadie el dolor de un patriota en el exilio, escribió sobre esa etapa: «Y al ver Heredia criminal a la libertad, y ambiciosa como la tiranía, se cubrió el rostro con la capa de tempestad y comenzó a morir (…) Transparente ya la mano noble y pequeña con la última luz en los ojos, el poeta había tenido valor para todo, menos morir sin volver a ver a su madre y sus palmas (…) Su poesía perdura grandiosa y eminente (…) como aquellas pirámides antiguas que imperan en la divina soledad, irguiendo sobre el polvo del amasijo desmoronado sus piedras colosales».
Nunca he podido decidir si fue la tuberculosis o la tristeza la que nos quitó a Heredia.

 

Tomado de http://www.sierramaestra.cu/