Un héroe americano
TRASLACIÓN DE LOS RESTOS DEL GENERAL JOSÉ A. PÁEZ DE NUEVA YORK
A VENEZUELA. SOLEMNE DEMOSTRACIÓN. PÁEZ EN NUEVA YORKSu vida. El hato.- Primeras correrías.- Hazañas.- El ejército El
Coplé. Las Queseras. Carabobo. Su negro. Su caballo.
Magnanimidad. La primera Lanza americana

Nueva York, 24 de marzo de 1888

Señor director de La Nación:

¿Por qué este sol riente, estas calles concurridas, este fragor de artillería, este clamor de clarines, este ir y venir de los edecanes a caballo? Están llenos de coches los alrededores del cuartel del regimiento 12 de milicias. La mañana está fría; pero la concurrencia es grande. ¿Quién llega, que toda el mundo le abre paso, y nadie le saluda sin cariño? Trae en la mano el tricornio con una pluma negra; ¿cómo puede Sostener sobre esas piernas infelices ese torso gigantesco?: lleva con trabajo su pecho hercúleo y sus espaldas anchas; las charreteras se encajan en los hombros, como las guardas de plata en la esquina de un misal antiguo; la cabeza es redonda, cana y al rape: quien ha visto los de un toro a punto de arremeter ha visto sus ojos; pero como se ha codeado de cerca con la muerte, como han caído a sus pies, sonriendo y aclamándolo, sus escuadrones, como ha conquistado en el peligro su grandeza, templa los ímpetus de su mirada una magnífica benignidad: los ojos son viscosos, turbios, como estrellados: le caen por ambos lados de la barba dos bigotes mandarines, negros: ¿quién es, que nadie lo ve pasar sin admiración?: ¡es Sheridan, que como Sherman, el que ayudó a Grant a cerrar sobre Richmond la confederación exangüe; como John Sherman, su hermano, candidato hábil a la presidencia; como Sickles, el que de una arremetida arrebató a los confederados la victoria de Gettysburg, y volvió con una pierna menos, pero con la gloria; como Flower, que empezó de calles y es ahora poderoso empresario; como Hewitt, que disputa a Depew la representación del espíritu yanqui en la lucha vecina contra el europeismo vencedor; como cien más, honra del congreso y la iglesia y la banca y el ejército y la república, han venido a acompañar, sin miedo al frío que muerde, hasta el muelle donde una lancha los llevará al buque de guerra que los transporta a Venezuela, los restos, harto tiempo solitarios, de José Antonio Páez, de aquel que sin más escuela que sus llanos, ni más disciplina que su voluntad, ni más estrategia que el genio, ni más ejército que su horda, sacó a Venezuela del dominio español en una; carrera de caballo que duró dieciséis años.

Allá va por la Quinta Avenida la procesión. Ayer estuvo su féretro, expuesto con guardia de honor en la Sala Consistorial, que tiene de años atrás en sus paredes el retrato del llanero, vestido ya de persona mayor: la cabeza bien sentada, de pelo cano y crespo, boca benévola y sensual, y ojos radiantes y maravillosos: cadena de oro por toda la pechera: chaleco blanco: ¡no había sobre el ataúd más que cinco coronas! Allá va la procesión, que a las diez salió del cuartel, y a las cuatro llegó al muelle.

La policía montada la abre: la manda Sickles, desde un carruaje abierto, con su capa azul sobre los hombros, y su muleta al lado: siguen; las baterías, con sus obuses relucientes; batallones de tropa de línea; regimientos de la milicia de la ciudad: Sheridan a la cabeza de los. húsares: la milicia del séptimo, que es el lujo de Nueva York, guardando el carro fúnebre, el carro negro. Sherman y los comisionados de Venezuela, los generales, los magistrados, los representantes, los ministros, los cónsules, los neoyorquinos ilustres, los hispanoamericanos fieles, en doble hilera de carruajes. Las músicas vibran. Las venezolanas saludan desde un balcón con sus pañuelos.

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