Revolución en la enseñanza
Aquí estamos para observar y anunciar todo lo que pueda ser de interés en los países hispano-americanos. Mientras no haya una escuela en cada aldea, o maestros que vayan enseñando con la escuela en sí de aldea en aldea, no está la República segura. Esa idea de los «maestros ambulantes» es acaso la única solución práctica del problema de la enseñanza en los países de mucho campo, o de poblaciones de pocos habitantes. El maestro tiene que ir a aquellos que no pueden ir al maestro. Y como la técnica es pesada y poco gustosa, no se debe ser, ni en el campo ni en la ciudad, ni en la escuela fija ni en la escuela a caballo, maestro de técnica, sino de práctica. No deben enseñarse reglas sino resultados. Hay que crear, sí, escuelas normales; pero no escuelas normales de pedantes, de retóricos, de nominalistas; sino de maestros vivos y útiles que puedan enseñar la composición, riquezas y funciones de la tierra, las maneras de hacerla producir y de vivir dignamente sobre ella, y las noblezas pasadas y presentes que mantienen a los pueblos, preservando en el alma la capacidad y el apetito de lo heroico. En las ciudades, las escuelas deben volverse del revés; del banco de sentarse debe hacerse banco de herrador o carpintero: del puntero de pizarra debe hacerse arado: al patio debe mudarse la escuela en ciertas horas del día, para que se asoleen, vivan y funcionen los miembros entumecidos en la sala, y la mente de los niños vea las ideas vivas en la naturaleza, y no disecadas, o vestidas de moños extraños, velos y caretas, como las ven en la mayor parte de los libros. Hay tanta cosa útil que aprender, que no debe enseñarse al niño una sola palabra o dato inútil. Las escuelas de abecedario, dicho sea sin exageración, deben ser sustituidas por las escuelas de acto.
Todas esas ideas han sido enseñadas directamente por la vida al que escribe en El Economista. Place mucho ver confirmado por los pensadores lo que se ha aprendido por sí propio; pero es más saludable y fecundo lo que se aprende por sí propio. El que escribe en El Economista se preguntó a los doce años de su vida: «¿Y de qué me sirve toda esta miseria que me han enseñado, estos rosarios de hechos huecos, estos textos escritos en una jerga pomposa y oscura? EL mundo que llevo en mí, él se va explicando solo: pero ese otro mundo vivo de afuera, que me llama a sí con atracción seductora, ¿quién me lo explica? La imaginación me lo revela en su aspecto poético; y la razón me dice que él es grandor de mí, y yo pequeñez suya. Pero ¿al sol cómo se va? ¿qué es la luz que me calienta? ¿cómo funciona mi cuerpo? ¿la tierra cómo está hecha? ¿quién me apaga esta necesidad de saber, que me hace avergonzar y llorar? Yo sé el nombre de todos los astros, y su distancia de mí; ¿pero cómo se mide la distancia? A mí no me importa que otro sepa: lo que me importa es saber yo. Yo sé de memoria los pueblos de Francia, los reyes de Israel, los teoremas de la Geometría; ¿pero por qué no me enseñan mejor la historia que debe ser tan bella, con los hombres peleando por esta luz que siento en mí, y la historia natural, las costumbres de los animales, las costumbres de las plantas, las semejanzas que yo noto entre mi propio cuerpo y las plantas y los animales? Todo lo que me enseña n está en papiamento, que es la lengua que habla la gente baja de la isla de Curazao. Yo quiero entender cada palabra que leo, para así ver clara ante mí la idea que representa, porque las palabras no valen sino en cuanto representan una idea. Es, pues: me han hecho un imbécil. No hay orden ni verdad en lo que me han enseñado. Tengo que empezar a enseñarme a mí mismo.»
Todo eso se dicen a los doce años los niños que piensan. O sienten sus efectos, si no han nacido con lengua propia y libre para decirse lo que piensan. Se cría hoy a los carneros, toros y caballos con más realidad y juicio que a los hombres; porque a los caballos, toros y carneros les cuidan, afinan y desenvuelven las partes del cuerpo que han de necesitar para el oficio a que se les destina, el hueso si son para la carga, la fibra si son para la matanza, los elementos de la leche si son para 1a cría.
Y al niño, que ha de vivir en la tierra, no le enseñan la tierra ni la vida.