[Nueva York, 19 de abril de 1887]
Mi hermano silencioso:
Meses pasan sin que me sea dado tener una hora de regalo, una hora en que escribirle a mis anchas, y todo lo que tiene que decirle el corazón. Hoy me había propuesto hacerlo largamente, e invitarle con el ejemplo a que no me tenga tan privado de su plática, como que a veces me figuro que no le tengo contento con lo que escribo, y deseo preguntarle formalmente si le desagrada, pues tengo por desaprobación su contumaz silencio: otras, como que escribo con mi propia sangre, me parece que V. me lo ha de conocer, y que no es eso. Ya sé que la vida es voraz, y que la política castiga al que duerme; y absorbe a los que ocupa. Pero V., al fin, ve crecer a su lado sus hijos, cuyo encanto aquí siento, y tiene V. el ángel en la casa; de modo que no siempre, como a mí ha de faltarle el sosiego.-
Pero por mucho que desease hoy escribirle, y por interesante y hasta urgente que fuese para mí lo que le tenía que decir, tengo llena de gente la oficina, y apenas me queda libertad para enviarle estos renglones. Aquí le mando mi carta a El Partido en la que hallarán qué leer los poetas, a quienes he tenido en todas las anteriores olvidados. Y sí le ruego que suplique en la imprenta que la corrijan con atención, y tal como va, con sus guiones y comillas; porque las de Beecher y Stewart me vinieron con errores y contrasentidos de importancia. Ya sé que mi mala letra tiene la culpa de esto; pero los caballeros cajistas entenderán que amo a los hombres, como Walt Whitman, y me lo perdonarán.
En paquete separado le mando una carta que acaba de publicar a propósito de mí en Buenos Aires el glorioso y anciano ex presidente Domingo Sarmiento. Ya verá qué enormidades dice; pero yo se la envío con placer, para que vea que su amigo no lo deshonra. Si V. cree que El Partido deba reproducirla, para que se vea que tiene en casa gente estimada, envíeme algo más de un ejemplar, porque a mi tierra no la he mandado, y así satisfaría el deseo pueril de que se leyese esa exageración en mi tierra. No me diga orgulloso. Pero endulza mis penas el sentirme amado. Y esa carta a que Sarmiento se refiere me ha traído muchas muestras de cariño de B. Aires, siendo las más curiosas las de los españoles, que hicieron fiesta nacional de mi éxito, y están empeñadísimos en que yo no sea cubano.
Adiós. Pienso muy frecuentemente en su hijo Manuel, de quien no qn hablarme. Mis respetos a Lola, y a V. este ejemplo de verbosidad de su hermano
J. MARTÍ