Noticias de Italia. El Vesubio

Un gran poeta muerto.–El Vesubio en llamas.–Un canónigo de San Pedro abjura la fe católica.–División de los nobles romanos.–El Congreso Geográfico; fantásticas fiestas, serenatas clásicas, ricas iluminaciones y regatas históricas en Venecia.

Nueva York, 16 de septiembre de 1881

Señor Director:

Nutrida está la quincena italiana de cosas nuevas y brillantes: el Vesubio, despierto, mueve al cielo sus lenguas de llamas; un muerto ilustre, que había adquirido con una vida útil y gloriosa el derecho de morir, es llevado en triunfo al Cementerio de Roma; y Venecia, remozada y coqueta, corona de flores su alta Campanille rosada, resucita sus fiestas antiguas, adereza a la margen del Lido, y a la sombra de sus pintorescos emparrados, los sabrosos mariscos que sirvieron tantas veces de almuerzo a Teophile Gautier, e inunda con sus góndolas los canales, con sus mujeres de ojos negros los puentes, y con sus gallardos pilluelos, sus acróbatas ambulantes, y sus adivinadores de lotería y decidores de buena fortuna la resplandeciente Plaza de San Marcos,–¡este paisaje de ónix!

En tanto que esta luz de día, como si desde la cresta del Vesubio reflejase la lumbre flameante sobre la ciudad náyade, inunda la nueva Italia,–una defección y un desacato enlutan el Palacio Papal.–Un canónigo de la Catedral de San Pedro abjuró, en la noche del 14 de septiembre, de su fe católica en la Capilla Metodista, y al devolver sus puños de encaje, que tantas veces han rozado el ara madre de la Santa Iglesia Romana, al Cardenal Borromeo, prefecto de la Congregación, el rebelde sacerdote Campoello afirma que se aparta de la comunión católica porque no cabe, a su juicio, en Iglesia de paz, política de guerra, ni en corazón italiano sentimiento más vivo que el amor a Italia, y porque le entristece y descontenta la hostilidad continuada con que a su entender trata el Sumo Pontífice a Italia redimida. Y no hace muchos días, y ni con tan graves razones, moral, hábitos y obediencia desafió un anciano príncipe romano, siempre fiel y piadoso, que con abandono de su casa, ha regalado con un palacio, y aderezos y tronos suntuosos, a una de las bailarinas del teatro Costarizi,–con los que León XIII, lastimado ya por la ausencia del Vaticano de los más jóvenes y brillantes miembros de la aristocracia romana que han ido a alistarse en las banderas del Rey nacional, ha tenido un motivo de grave pesadumbre que comparte con los leales nobles legítimistas, que le dan guardia, en pintorescos y arrogantes uniformes, y le tributan sumiso respeto y admiración.

Gran funeral fue en Roma el de un poeta famoso, que por sus enérgicas estrofas, reformador empuje, tamaños trágicos y numerosas obras, gozaba de muchos años ya universal renombre: Pietro Cossa. Como extinguido parecía el teatro italiano, e iluminado solo de vez en cuando por soles extranjeros: pasajeras rapsodias políticas, vulgares pinturas de costumbres, o pálidas elucubraciones académicas lo alimentaban, cuando, como ahora hacen el elegantísimo Carducci con la poesía lírica, y el donoso y seductor Amicis con la prosa, un aliento de vida y un aire de resurrección entraron en la escena con la arrebatada inspiración y rebelde genio del dramático Cossa. Los relámpagos de la espada de Garibaldi herían su lira. La nación tuvo en él soldado y poeta. Así el pueblo agradecido que le ha llevado en triunfo; los dramaturgos que lo acataban como a maestro; los fundadores del nuevo reino que vieron siempre sus amarguras compartidas y sus hazañas loadas por el bardo; los actores que del laurel que le daba sombra han arrancado durante las últimas décadas coronas para sus frentes,–todos seguían, confundidos en un dolor vivo, y común, el cuerpo frío donde estuvo aposentada tan grande alma, y donde, como en lira sonora, hallaron robusto eco los clamores de angustia e himnos de esperanzas de la patria. Iba el féretro cubierto de coronas, y ramas de laurel, y botones de mirto. Allí todas las sociedades, todas las academias, todos los gremios; allí las compañías teatrales, de riguroso duelo; allí los cuerpos de ejército, el Congreso, el Ministerio mismo, como en sanción de que las grandes conquistas humanas, de que es la nueva Italia padrón elocuentísimo, no son en suma más que la realización de los anuncios y el logro de los votos y la victoria de los cantos de los poetas. Llevaban los cordones del palio Virginia Marini, que con la dulce Pasquali y la inspirada Pezana comparte hoy en Italia la fama trágica; Menotti Garibaldi, tan generoso, tan bravo y tan inteligente; Alberto Mario, Petroni, y Diputados y Ministros. Roma entera reunida en torno al féretro, parecía como querer revivir con el calor de su amor al bardo muerto.

En Roma consagrada de esta manera la nueva Italia a uno de sus héroes: en Venecia confirma, con su brillante Congreso Geográfico, su determinación de tomar puesto prominente y activo en la lista de los pueblos batalladores y útiles de Europa. Y han venido a juntarse, para que a este aroma de vida despierte de una vez la dama adriática, el Congreso Internacional Geográfico, la Exhibición de pinturas, y la Horticultural y la Floral.–Allí están las grandes hojas verdes y florecillas menudas que pinta De Nittis, y las rosas corpulentas de Morelli, y los claveles rojos con que esmalta sus enredaderas y matiza sus jardines el enérgico colorista Pasini. Al lado de los pintores nuevos, campean en junta magnífica, el Tiziano, con sus diosas fornidas; Tintoretto, con sus figuras resueltas y elocuentes; Giorgione, con sus tonos lujosos; Del Sarto, con sus vírgenes serenas; Carracci, con sus mantos ampulosos, sus cálidos colores y su manera arrebatada; y Paolo, Murano, Carpaccio, Bellini, Fiore.