Los hombres de la guerra

Los hombres de la guerra

Hablaba un cubano días atrás de lo que se ve ahora por Cuba, de cómo persiste la generación pasada, de cómo piafa la nueva generación. Hablaba de los que allá quedan, de los que pasean allá sigilosos, lejos de los teatros salvos, el alma del país. Y se contaban cuentos de la guerra; de las costumbres señoriales que se iban convirtiendo, con el heroísmo común, en costumbres democráticas; de algunas frases de característica sencillez. Uno contó de Ignacio Agramonte, cuando le regalaron un buniato, que no alcanzaba para todos, y se lo dio a su caballo. Otro dijo lo de la miel, cuando le trajo un poco de ella un asistente, y él la hizo zambumbia, a que alcanzase para todos. Y entonces contó otro lo del Marqués de Santa Lucía, cuando le preguntaron cómo era que andaba en lomillo, en la montura de juncos que usan por el Camagüey los campesinos pobres, cuando ya era Presidente de la Cámara, y en la revolución hombre mayor. Y el Marqués dijo:

–Porque yo siempre creí que mientras no tuviera silla el último soldado de caballería, el gobierno no debía montar en silla.

Patria, 23 de abril de 1892.