La incubadora en las casas de maternidad
No para pollos, sino para niños.
“La incubadora artificial para pollos es tan eficaz”–nos decía un experto a quien comunicábamos cierta duda, deseosos de apuntar sólo datos reales en el artículo que sobre esta nueva industria preparábamos para LA AMÉRICA,–“es tan eficaz, que puede asegurarse esto, que a primera vista parece asombroso:–de los huevos que pone una gallina al año, sólo se aprovechan por la incubación natural, expuesta a todo género de percances,–unos seis pollos al año:–y por la incubación artificial pueden obtenerse en el año cien pollos por cada gallina”.
Pues poco menos que esto que sucede con los pollos, ha sucedido, gracias a una máquina construida por el mismo principio, con los recién nacidos enfermizos en el Hospital de Maternidad de París.
¿No se observa con cuánta frecuencia nacen en nuestra época, en las ciudades sobre todo, niños endebles, descoloridos, menguados, agonizantes? La vida arrebatada, mefítica y devastadora de la ciudad va desecando así la especie. Se nace ahora de padres cansados, exhaustos, coléricos, exangües, viciosos. El vino cuesta caro, y no se bebe: la calma, que cobra y anima la sangre más que el vino, desaparece.–Se llega a la noche debilitado, pesado, semi-ebrio, iracundo.–Los niños nacen flojos; sobre todo cuando vienen de gente ociosa, de las clases altas,–o de la gente airada y miserable de las clases ínfimas.
De estas últimas, en París como en otros muchos lugares, los hijos son depositados en gran número en la Casa de maternidad: y hasta hace dos años, estos pobres niños débiles morían a razón de un 66 por ciento.
Pero desde hace dos años, la Casa de Maternidad de París usa la incubadora, en que retiene a los niños durante los primeros días de su vida, libres de aires y accidentes:–y se nota que de entonces acá sólo muere el 38 por ciento.
Así describe la incubadora el Dr. Farnier, que la ha introducido en la Casa de Maternidad:–Es una caja de madera, dividida horizontalmente en dos compartimientos: la parte de abajo contiene una caja de metal llena de agua, calentada por una lámpara: en la parte de arriba se coloca en un cesto el recién nacido. El aire calentado asciende a la parte de arriba y se escapa a través de agujeros hechos en la cubierta provista de un cristal, por el cual puede verse en todo momento al niño. Y con esto se obtiene que el recién nacido que no ha venido a la existencia con las fuerzas necesarias para evitar el aire cambiante y crudo de habitaciones nunca calentadas por igual,–recibe en las dos primeras semanas de su vida, mientras se fortalece y acomoda a su nuevo mundo, el beneficio de una temperatura firme y sostenida. La habitación está dispuesta de manera que no hay riesgo en tener al niño fuera de la incubadora en los momentos de alimentarlo y vestirlo.
Ya va siendo verdad “El Año Tres Mil” de Emile Souvestre.
La América. Nueva York, febrero de 1884.