Guatemala, 20 de abril.–[1878]
Hermano mío.–
Tal vez sepa ya V. algo de la brusca variación que espera a nuestra vida.–V. sabe con qué buena voluntad vine yo a esta tierra, cómo es mi alma, cuán humilde era la posición que le pedía, y cuán importante es el servicio que con mi pequeño libro le acabo de hacer: el premio de todo esto es que por ser cubano, y ser quien soy, me veo obligado a renunciar las pocas cátedras que me quedaban; a irme del país, y a hacerles sentir mi desdén antes que ellos me hicieran sentir mi injusticia.–Es verdad que había una disconformidad absoluta entre su brutal modo de ser y mi alma libre: es verdad que yo los poetizaba ante mí mismo para poder vivir entre ellos;–pero estos secretos no han salido nunca de mi alma.–¿Los han leído en mis ojos? ¿Han penetrado mi prudencia? ¡Pobre Carmen! A costa suya me han enseñado una gran verdad:–con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos.–¿Qué mal les he hecho? Explicar Filosofía con sentido, a par que nuevo, mesurado; explicar Literatura; dar conferencias sobre el estado actual de las Ciencias Naturales; publicar un libro en que con amor y calor para ellos nuevos revelo sus riquezas desconocidas; escribir un drama sobre su independencia el día mismo en que me lo pidieron, y anunciar un periódico en que intentaba hablar aquí de Europa y hablar a Europa de ellos.–He ahí mi proceso.–Y entiendo que el suyo.–Ni una imprudencia, ni una ambición mía han deslucido estos intentos.–Pero me han desfigurado de tal modo, me han presentado de tal modo, me han exagerado con tales proporciones, se han movido contra mí por resortes y causas para mí tan desconocidas, me han cerrado a principios de año con tales obstáculos el camino que a fines del año pasado me mostraron tan abierto, que, presintiendo que me despojarían de mis clases en la Escuela Normal como indirectamente y de hecho me habían ya despojado de las de la Universidad; airado contra la cobarde forma con que destituían de la Dirección de la Escuela a un cubano inteligente, honrado y amoroso, renuncié a mis cátedras allí, que con ser tres y ser serias, tenían por única retribución, y único medio para mi vida, sesenta pesos.–Y cuente que el año pasado di en la Universidad una clase de Literatura Europea gratis, y este año daba otra gratis de Filosofía en la Escuela Normal.–Molestaban mi voz, mis principios, mi entereza, mi convicción–revelada en sencillos hechos–de que puede vivirse en un país, enseñando y pensando, sin viciar el alma y pervertir el carácter en la innoble corte hecha a un hombre torpe y brusco.– Y todo esto sucede inmediatamente después de mi libro:–júzguelos V.–Me cimentan una posición; me comienzan a dar un sueldo fijo; me obligan a contraer deudas, a levantar casa, me allanan el camino; me alienta el ministro de Instrucción Pública, me fía el ministro de Gobernación:– ¿cómo había yo de pensar que, sin causa nueva alguna, en el momento de volver a este país con mi pobre mujer, enseñando más, escribiendo bien de ellos, con mi libro amante en las manos, con los mismos hombres en el Gobierno, había de venir abajo todo esto? Antes de que me abandonen, yo los he abandonado.–Mirando a mi pobre Carmen, se me llenan de lágrimas los ojos, y contengo difícilmente mi amargura.–¿Qué se ha de ser en la tierra, si ser bueno, ser inteligente, ser prudente, ser infatigable y ser sincero no basta?–¡Pobre criatura!
¿Qué haré yo ahora?–Yo no sé cómo saldré de aquí, ni de qué medios me valdré; pero yo tengo que salir.–Tal vez es un aviso que me salva; tal vez es un riesgo de que me libro. La enseñanza individual me es imposible, porque no es retribuida.–En los colegios, como en el Gobierno, hay una animosidad, hipócrita–y por tanto más vehemente–contra los extranjeros: ¡nosotros, extranjeros! Se buscan profesores guatemaltecos; se rebelan mis pobres discípulos; abandonan las clases que yo les daba; se niegan en algunas a aprender de otra voz que la mía; pero el Gobierno continúa en su obra:–¿qué he, pues, de esperar?–Interrumpo mi libro de Derecho, que sabían ya que escribía y al cual me habían alentado; no publico ya mi periódico, recibido con ira por los más, y por los menos con amor;–hablaré al Ministro de Honduras, hombre civil, joven y de letras, que está ahora aquí;–si me ofrece, enseñando, un medio de vivir, iré a Honduras, por ser barata la tierra, y para mi heroica Carmen, más corto y más cómodo el viaje; si me lo ofrece, lograré de mis acreedores una tregua, y buscaré medio de ir al Perú.–Allí tengo fe, por quien soy, por quien son ellos, y por la clase de cartas y de informes con que seré allí presentado.–¡Pero es duro, es muy duro, vagar así de tierra en tierra, con tanta angustia en el alma, y tanto amor no entendido en el corazón!–
Ahora no pensará mal de mí mi madre.– Ellos me creían ya un hijo egoísta, olvidado de todos mis deberes.–No basta una clara vida.–Indudablemente, ellos no saben lo que es vivir manando sangre.
Iba yo a enviarle hoy el prólogo para el libro de Manuel Ocaranza, que escribí ayer mismo.–Como lo he escrito en momentos de acerbo dolor; tal vez resulte el prólogo inacorde y demasiado individual.–V. tacha, pone y quita, o lo suprime entero, si no le parece bien.
No es posible que México entero piense como los complacientes y olvidadizos que se disputaban los asientos en el banquete de Llanos Alcaraz.– Él estaba en su puesto. Los demás no estaban en el suyo.–Yo creía que a un banquete como ese no podía ir ningún americano.–¿No ha habido allí un cubano que flagele a los cubanos que fueron? ¿Ni un mexicano que proteste contra esta fiesta fratricida? Afortunadamente, Vd. no fue.–Vd. es mi hermano.–Yo intento, cuando los días me hayan calmado el primer hervor, escribir algo sobre esto.–
No envío el prólogo porque ni Carmen ni yo hemos tenido tiempo de copiarlo.–Irá el sábado.–
Estoy con impaciencia verdadera porque ni de mi casa sé hace mucho tiempo, ni de la de Carmen ni Vds. supimos la semana pasada.–Aunque V. hace algunas semanas nos tenía ya olvidados.–
Con Manuel, el hereu digno de serlo, tengo grandes deudas: de cariño, aunque esta le es pagada;–de un juguete, que debe ser un libro;–de un retrato, que le enviaré cuando las sombras no me oscurezcan como hoy la frente.–En cuanto al libro, prometo pagárselo original.–En tanto, como premio a su hermosa alma, denle un fuerte abrazo.–
Aquí le digo adiós, no sin decirle que aumentan mi amor y mi tristeza las tiernas solicitudes de mi Carmen.–Las penas solo lo son para ella en cuanto yo las sufro.–Y ¡pensar, como temo, que me iré de la vida sin poderle premiar tantos dolores!
Con un beso en la frente de sus hijas, salude a Lola.
Aliente a Ocaranza en el trabajo.–Dígame si soy yo el inepto, o son los hombres los malos;–y quiera siempre a su hermano
J. MARTÍ