Martí y la familia Sardá-Valdés, en la finca El Abra
Por: Ana Esther Zulueta

Es fácil advertir en la segunda isla cubana en extensión, la presencia de José Martí, aquel adolescente que se rebeló contra los males de su tiempo y quien llegó a la que entonces se conocía como Isla de Pinos, el 13 de octubre de 1870, hace 146 años.

Lo más importante es que las personas lo sientan del mismo modo que la familia siempre lo ha sentido, cuando visiten la casona de tres bloques, que es una típica construcción de las fincas catalanas, comenta Beatriz Gil Sardá, bisnieta de José María Sardá, el catalán benefactor.

A casi dos kilómetros de la ciudad de Nueva Gerona se encuentra el actual museo Finca El Abra, donde permaneció José Martí Pérez durante dos meses y cinco días.

Quiso el azar que José María Sardá, ingeniero militar de origen catalán, interviniera en la conmutación de la pena y lo trajera solo con salvoconducto en mano y bajo su custodia a Isla de Pinos, a bordo de la embarcación Nuevo Cubano, al amanecer del 13 de octubre de 1870.

Era un día otoñal, el peralejo impregnado de rocío bordeaba el camino que culminaba en los jardines de la masía de blanquísimas paredes con piso y techo rojos, que en la distancia parecían ofrecer sus labios al azul celeste.

A bordo de la calesa de la familia y junto a su custodio llegó el jovenzuelo de mirada dulce, cabello demasiado corto, frágil figura, aproximadamente un metro 70 centímetros de estatura y vestido de blanco.

Aquí le dio la bienvenida una mestiza, Trinidad Valdés, esposa de Don José María Sardá, fue ella quien cuidó durante 65 días de  la quebrantada salud del mozalbete, atendió con esmero sus ojos dañados por la cal y curó las llagas de su cuerpo aún preso del grillete, que le  retiraron en la herrería de la finca.

Mariano Martí, padre del héroe cubano, en el tiempo que fungió como inspector de buques en el puerto de Batabanó conoció a Sardá, hombre de negocios relacionados con la construcción, Maestro de Obras graduado en la Escuela Profesional de La Habana en el año 1865.

Por el deplorable estado de salud del joven Pepe, Mariano pidió ayuda a Sardá y las gestiones del catalán ante el Capitán General, en persona, posibilitaron la conmutación de la pena de seis años de presidio por la de confinado político, primero en Isla de Pinos y posteriormente el destierro a España.

Aquí amaron los Sardá-Valdés a aquel jovencito con quien convivieron durante 65 días.

La reciprocidad del cariño de Martí a la familia, sobre todo a Doña Trinidad, es uno de los tesoros más valiosos de la familia, que se aprecia en la que carta que envió desde España, junto a un crucifijo y una foto, donde testifica: “Trina, solo siento haberla conocido a usted, por la tristeza de tener que separarme tan pronto”.

La vetusta casona, hoy convertida en un museo, rinde homenaje a Elías el abuelo de Beatriz, quien atesoró en la casa todos sus recuerdos para que las sucesivas generaciones dispusieran de ellos, ese es uno de nuestros orgullos, además de tener siempre a Martí con nosotros, concluyó.

Quizá esta haya sido la más importante contribución a la historia y cultura de la Patria de la familia Sardá-Valdés, asentada en Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, hace más de una centuria.

Fuente: http://bohemia.cu