La extraordinaria personalidad de José Martí –sostenida en su talento político e intelectual, en su lucidez absoluta e incuestionable liderazgo de 1891 a 1895 entre patriotas cubanos–, le otorgó la capacidad para impulsar y lograr la acción concertada de las emigraciones y de los independentistas en torno al Partido Revolucionario Cubano que siempre condujo en condición de Delegado. Más aún: Martí fue en vida un hombre apreciado en Latinoamérica, tanto por su residencia en países como México, Guatemala y Venezuela, como por el alcance continental y mundial de su mirada a la época en que le tocó vivir.
Por eso, y hasta por más, después de 1902 se mantuvo ese singular criterio acerca de Martí durante los primeros años de una república limitada en virtud de la oprobiosa Enmienda Platt. El interés por su persona y los cuestionamientos y enfrentamientos martianos a la dominación sobre Cuba del imperialismo estadounidense se extendió a la juventud ya en los años 20 del siglo XX.
Ese latinoamericanismo en torno a Martí, al igual que su ancho enjuiciamiento durante la segunda mitad del siglo XIX, sorprendente hasta para hoy y explica por qué tras el triunfo de la Revolución Cubana no solo persisten el reconocimiento de sus aportes en cualquier ámbito de la conciencia nacional cubana y su espíritu latinoamericanista, sino que cada vez más se proyecta a escala universal.
La propia Revolución Cubana, al declararse martiana desde sus inicios para denunciar a la dictadura que combatía, ha contribuido decisivamente al interés por saber de Martí entre los más variados pueblos y culturas. Hoy se examinan sus textos en numerosos centros de altos estudios y la bibliografía acerca de Martí se ha acrecentado en variadas lenguas y con estudios desde diversas disciplinas.
Ese acompañamiento martiano que siempre ha buscado y proclamado la Revolución Cubana es uno de los elementos caracterizadores de este proceso, el cual, sin embargo, requiere de algunas adecuaciones dadas las circunstancias actuales. Dos asuntos nos obligan a ello. Uno, el principal, son las propias circunstancias de la sociedad cubana contemporánea; el otro se relaciona con los intentos manipuladores de los elementos contrarrevolucionarios y la política del imperialismo norteño que ha recrudecido su ofensiva contra la Cuba revolucionaria y socialista con el afán de ganar el apoyo de amplias mayorías del pueblo cubano.
Por ello, si Martí siempre ha estado presente en la historia y en la ejecutoria de la Revolución Cubana, hoy que son aún tiempos de su control sobre buena parte del planeta y que pretende impedir que otras potencias continúen expandiendo su influencia nos obligan aún más a sostener la pelea de resistencia y de triunfo sobre tales propósitos, lo cual nos impele a expandir el conocimiento y la adecuación de nuestra sociedad con el pensar y la ejecutoria martianas. Martí, pues, ha de ser nuestro acompañante o, mejor, nuestro guía. No podemos darnos el lujo de olvidarlo, lo cual sería un error fatal, como tampoco podemos dejárselo al enemigo con sus torcidos manejos anticubanos, que es lo mismo que decir antimartianos.
Martí, además, tiene que apoyarnos en el análisis de nuestros propios errores, contra las flaquezas que se hacen sentir en nuestra sociedad como la corrupción y el individualismo que no piensa en la colectividad de la nación, como el cansancio y la desconfianza en nuestras propias capacidades, como el consumismo, la pérdida de valores y del sentido de la solidaridad y del empuje colectivo.
Del Maestro hay que asumir su entrega plena a la patria, a los pobres de la tierra, a hacernos cada día mejores personas, a sostener sus grandes ideales y el espíritu de servir a Cuba por encima de nosotros mismos, recordando al Maestro cuando afirmó: “patria es humanidad”.
Las circunstancias actuales son ciertamente difíciles, pero preguntémonos si las de Martí fueron las mejores, si fueron óptimas, y si acaso no fue con tenacidad y paciencia, con su convocatoria con todos y para el bien de todos, no para minorías de privilegiados, que aquel hombre cuya salud quedó averiada para siempre desde la adolescencia que marcó su cuerpo en las canteras habaneras, logró lo que a tantos parecía imposible y echó a andar la “guerra necesaria” para dar fin a la dominación colonial y prestar el servicio de salvar a Cuba, y a Nuestra América de las apetencias dominadoras del vecino norteño.
Recordemos el cierre de uno de sus discursos, a los patriotas, tras explicar las barreras y las dificultades por vencer con esa tarea magna de servicio continental y universal, donde afirmó: “Los flojos, respeten, los grandes adelante. Esta es tarea de grandes”. Los cubanos de hoy sigamos su llamado: seamos grandes, como hijos sucesores de Martí.
La Habana, 4 de octubre de 2024