En Guatemala, José Martí se hizo maestro, que fue hacerlo creador.
Cuando José Martí arribó a Guatemala en 1877, el gobierno de esta nación estaba a cargo de una nueva generación caracterizada por el pragmatismo y los ideales positivistas. En 1871 había triunfado el liberalismo acaudillado por Justo Rufino Barrios, quien gobernó como dictador entre 1873 y 1885.
Impulsó una reforma agraria acelerada y radical que expropió los bienes eclesiásticos en 1873; suprimió el censo enfitéutico en 1877, el cual otorgaba derechos perpetuos de arrendamiento, y vendió y distribuyó los baldíos que, entre 1871 y 1883, alcanzaron 387 mil 775 hectáreas. Con esas medidas se conformó un mercado privado de tierras en la región más apta para el cultivo del café.
En el año del arribo de José Martí a Guatemala, entró en vigor el Reglamento de Jornaleros que resucitó el mandamiento colonial. Las comunidades indígenas fueron forzadas a proporcionar trabajadores temporales y se regularon las “habilitaciones” o anticipos de dinero que obligaban compulsivamente a los laborantes indígenas con los hacendados. El régimen se complementó con las leyes represoras de la vagancia y con un sistema de control político local.
La reforma liberal guatemalteca se amparó en el lema “Paz, educación y prosperidad material” para impulsar “un furioso anticlericalismo y el fomento de las obras y servicios públicos exigidos por la gran expansión del café.” Se dio prioridad a la infraestructura productiva al construirse caminos y puertos, y se inició el tendido del ferrocarril hacia el Atlántico que fue inaugurado hasta 1908. Esa era la ruta ideal para exportar el café en ausencia del canal de Panamá que inició operaciones en 1914.
La eliminación de todos los fueros y canonjías de la Iglesia católica provocó que el control de la educación pública lo ejerciera el Estado. La educación en Guatemala desempeñó un papel cardinal durante un periodo, en el cual Martí, se convirtió en el docente idóneo para ese ambiente reformador.