A veces, las enseñanzas más sencillas, traen aparejadas la perdurabilidad más grande. El libro Cartas a jóvenes de José Martí -preparado, introducido y comentado sabiamente por el ya desaparecido Salvador Arias- es una muestra de ello. Aparentemente es un simple cuaderno, pero nos devela una esencia mayúscula: en los momentos más graves y tremendos de la vida de Martí: el exilio, la preparación y aventura de una guerra de independencia, no faltó la comunicación con los adolescentes y la esperanza en ellos. Todavía cuesta mucho confiar en la juventud, aconsejarla, prepararla para la vida, sembrar en ella el amor al estudio y al trabajo. Los que se agotan con rapidez y dejan a la libre suerte la formación de estudiantes y recién graduados, debieran pensar que cuando nuestro Héroe Nacional no sabía ni cómo llegar a Cuba para reiniciar la lucha, varado en Cabo Haitiano, un 9 de abril de 1895, y con una enorme presión sobre sí, encontró el momento para darle una clase escrita de idioma, traducción y perseverancia de trabajo a María Mantilla: “Aprende de mí” –le dijo-. “Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: -y ve cuántas páginas te escribo”.
Salvador Arias tuvo el acierto de introducirnos cada texto y brindarnos información valiosísima sobre lo que les contestaban los jóvenes cuando recibían las misivas del escritor. Carmita Mantilla, por ejemplo, de 21 años, le decía jocosamente a Martí “El predicador”, porque cada vez que podía los adoctrinaba de cómo aprovechar el tiempo: “solo el desocupado es desgraciado” –les aconsejaba una y otra vez. Sin embargo, ella, apreció mucho esas recomendaciones de lograr, como mujer, autonomía económica e independencia laboral, y emocionada un día le escribió en agradecimiento: “usted es el hombre más cerca de la perfección que existe”. Panchito Gómez Toro, por su parte, le escribió a su hermanito Máximo, en 1896, ya muerto el cubano universal:
Creo que tú entiendes el mundo como yo y tienes formada una idea de la verdadera grandeza. ¿Te acuerdas de Martí? ¡Qué grande era en las pequeñeces!
Dicen que “ningún hombre es grande para su ayuda de cámara” porque en la intimidad, cuando se conoce a los hombres en los detalles, es cuando se ven los defectos; y Martí, cuanto más íntimamente se le trataba más grande se le encontraba. Así debemos nosotros ser, y nuestra línea de conducta igual en los distintos caminos porque nos lleve el deber.
Y el deber llevó a Panchito -quién convivió con Martí en un viaje por el sur de los Estados Unidos y el Caribe- a estar, unos meses después de escribir esta carta a su hermanito menor, en el combate de San Pedro; y cuando la propia escolta de Antonio Maceo se alejaba, sin poder rescatar el cuerpo del General, él fue, con su brazo en cabestrillo, a morir a machetazos encima del “Titán de Bronce”. Gracias a su heroísmo, y al de Juan Delgado y sus hombres, no pudieron los españoles llevarse, como habían hecho antes con Martí, el cuerpo preciado de la Patria. Pero esa entrega increíble de Panchito, tenía de trasfondo la cercanía en vida con hombres como Martí, Maceo y su padre Gómez, de ahí que esta sea, quizás, una de las principales lecciones de este pequeño libro: se debe enseñar sistemáticamente a la juventud, y no cejar en consejos y oportunidades, pero si el emisor de estos preceptos, aquel que pide compromiso y esfuerzo, no basa su discurso en la ejemplaridad, humildad y entrega cotidiana, no espere tampoco grandes resultados.