José Martí solía despertar una profunda empatía en casi todos los que lo conocían, muchas veces rayana en devoción. A su conocida labor apostólica, se unían su estampa de héroe romántico y la palabra arrebatadora. El verbo martiano, apasionado y poético, llegaría a cautivar no solo al entusiasta público cubano, sino también a otros latinoamericanos, estadounidenses, italianos, judíos, y aún españoles, que tuvieron el placer de escucharlo tanto en público como en coloquios privados.[1]
No obstante, a nivel de toda una familia, la devoción por Martí pocas veces alcanzó ribetes tan altos como la que le tributaron los miembros de la estirpe de los Carbonell. Esta no solo incluyó a sus contemporáneos −quienes se consagraron entre los primeros a la preservación y difusión de la vida y obra del líder− sino también a los descendientes. Desde que lo conocieron en Tampa se le entregaron en cuerpo y alma, pero sus desvelos martianos continuaron tras su regreso a Cuba, tanto en la Ocupación Militar como en la República, y aún continúan en el siglo XXI. Valga esta dupla de artículos seriados como sincero homenaje a este linaje de seculares admiradores de Martí.
La primera parte abordará la génesis de estas relaciones, al centrarse en los contactos entre Martí y el patriarca de esta familia: el prócer Néstor Leonelo Carbonell y Figueroa (Sancti Spiritus, 1846-La Habana, 1923), uno de los iniciadores de la Guerra Grande en Las Villas y figura distinguida de la revolución en La Florida. [2]
A nombre del club Ignacio Agramonte −institución que fundara en Ibor City, el 10 de mayo de 1891−, Néstor L. asumió la trascendental iniciativa de invitar a Martí para visitar Tampa, en noviembre de 1891, y hablar a los patriotas de esa localidad floridana. Desde entonces fue un ferviente admirador, amigo y colaborador del Apóstol.
Sobre los pormenores de aquella primera visita se ha escrito mucho y bien, a partir de los textos escritos por José Martí y Néstor Leonello.[3] Al llegar Martí a la ciudad, a la 1.00 am del 26 de noviembre de 1891, bajo lluvia espesa y constante, era el espirituano quien encabezaba la multitudinaria bienvenida en el andén de la terminal.
Al día siguiente, Martí recorre la Tampa cubana con Néstor Leonelo y otros líderes locales, almuerza con la familia Carbonell y conoce a Eloísa y la numerosa prole. En esta ya destacaban los jóvenes Eligio y Natividad (Talita), del primer matrimonio de Néstor L., quienes se convertirían en cercanos colaboradores del Maestro en la labor del PRC en La Florida y aún más allá.
Ese día, se efectúa una reunión del club Ignacio Agramonte donde se decide el regalo a Martí de una pluma y un tintero que le entregaría la niña Candita Carbonell. Asimismo se aprueba la proposición de Eligio de nombrar al invitado como presidente del club, sin que otro pudiera ocupar el cargo salvo por razones muy atendibles.
En la noche se realiza un gran acto en el Liceo Cubano donde hablan Néstor Leonelo y Ramón Rivero, se presentan números de canto, música y poesía y Martí pronuncia su extraordinario discurso “Con todos y para el bien de todos”. Al siguiente día, se reúne con los plenos del club Ignacio Agramonte y la Liga Patriótica Cubana y esa noche, en la velada de recordación de los sucesos del 27 de noviembre, pronuncia su no menos famoso discurso “Los pinos nuevos”. Posteriormente, el acucioso Néstor Leonelo recogió ambos alegatos en un folleto titulado Por Cuba y para Cuba. Dos Discursos. Con todos, para el bien de todos y Los pinos nuevos, que se imprimió en Tampa y se hizo llegar al resto de las emigraciones y a la Isla.
El 28 de noviembre, se efectuó un gran banquete de despedida a Martí en el Liceo Cubano donde la emigración tampeña aprobó las Resoluciones, redactadas por Martí y un grupo de patriotas locales. En esa ocasión, la niña Candita Carbonell le entrega una pluma y un tintero como recuerdo de la comunidad, y el Apóstol pronuncia un discurso conmovedor. Cuatro mil compatriotas, encabezados por Néstor Leonelo y los miembros del club Ignacio Agramonte, desfilaron con banderas, antorchas y banda de música y le dieron una despedida multitudinaria en el paradero de Tampa.
A partir de entonces, Néstor Leonello rompería muchas lanzas en defensa de Martí ante sus enemigos, de dentro y de fuera, que lo acosaban en su brega patriótica.[4] Por todo ello, cuando Martí pronuncia su célebre “Oración de Tampa y Cayo Hueso” las referencias al primero de los Carbonell son varias y sentidas:
¿Y aquel convite de Tampa primero, que fue de veras como el grito del águila? (…) La madrugada iba ya a ser ¡bien lo recuerdo! cuando el tren que llevaba a un hombre invencible, porque no lo ha abandonado jamás la fe en la virtud de su país, arribó, bajo lluvia tenaz, a la estación donde le dio la mano, como si le diera el alma, un amigo nuevo y ya inolvidable que descansó junto al arroyo al lado de Gutiérrez, que oyó a Joaquín Palma en las veladas de la selva, que montó a caballo al lado de Castillo.[5]
El 1 de marzo de 1892, la Junta del Club Ignacio Agramonte, bajo la dirección de Néstor Leonello, aprobó a José Martí y Benjamín Guerra como candidatos a Delegado y Tesorero del PRC respectivamente. Asimismo, enterados de la próxima salida del periódico de Martí, Patria, acordaron proponerlo como órgano oficial del Partido Revolucionario Cubano.
Al efectuarse la primera elección general del PRC, el 8 de abril de 1892, participaron los 24 clubes patrióticos que ya habían aprobado los documentos constitutivos del PRC. En Tampa votaron los clubes Liga Patriótica Cubana e Ignacio Agramonte y no fue de extrañar que, en las elecciones para conformar el Cuerpo de Consejo del PRC, fuera electo como primer presidente, por su prestigio revolucionario, el viejo e incansable luchador Néstor Leonelo Carbonell.
Cuando se acercaba la hora de reiniciar el combate, el veterano se preparó para volver a la guerra, pero Martí lo desautorizó y le orientó que debía permanecer en Tampa cumpliendo tareas del Partido. Tras la muerte del Apóstol, el recuerdo del jefe y amigo continuó vivo en su memoria y se empeñó por conservarlo. Así, en las inciertas circunstancias de inminente intervención de los EEUU en Cuba y creciente aburguesamiento de la dirección revolucionaria, formó parte del grupo de emigrados radicales de La Florida que trataron de crear mecanismos para sostener el plan martiano de república, por el cual tantos habían caído y realizado los mayores sacrificios.
En ese orden, el 10 de julio de 1897, intenta constituir una Sociedad de estudios políticos, históricos y económicos con el fin de ir preparando al pueblo cubano para hacer realidad los principios de libertad, igualdad y fraternidad. No existe evidencia de que la institución hubiera llegado a funcionar. El 31 de diciembre de 1898, sin recursos y llenos de dudas ante la paradójica situación, pero dispuestos a entregarse a la creación de la patria independiente, Néstor Leonelo Carbonell regresó a Cuba con sus hijos Eligio y Néstor.
Durante la Primera Ocupación (1899-1902) apenas obtuvo trabajo como conserje del Instituto de La Habana, impartió algunas clases y escribió artículos para el periódico La lucha. En el primer gobierno republicano (1902-1906) fue miembro de la Junta Organizadora de la Biblioteca y Museos Nacionales de la Isla de Cuba y ocupó varios puestos, entre ellos el de Segundo Jefe del Archivo Nacional. Al final de ese período se ganó el odio del presidente Estrada Palma por oponerse abiertamente a sus planes reeleccionistas, lo que le valió la cesantía de su cargo.
Néstor Leonelo también condenó con firmeza la Segunda Intervención; sin embargo, en el gobierno del primer general-presidente, José Miguel Gómez (1909-1913), este lo elevó al rango de Jefe de Sección en la Secretaría de Gobernación y más tarde le confió la Jefatura del Archivo de la Presidencia de la República. En el de Alfredo Zayas (1913-1917), fue encarnizado oponente de la corrupción desatada por el deshonesto mandatario y cuando, en 1917, el presidente Mario García Menocal dio la brava electoral para elegirse, estuvo entre los que se opusieron. No obstante, a diferencia de Tomás Estrada Palma, Menocal lo respetó en su cargo.
En esos años iniciales de la república, Néstor Leonelo se entregó a la misión de divulgar la obra martiana. Junto con sus hijos, José Manuel y Néstor, fue uno de los primeros panegiristas del Apóstol en momentos en que aun era más conocido entre los exiliados retornados que entre los residentes en la isla.
Al retirarse en 1920, y en reconocimiento a sus innumerables servicios a Cuba, el congreso le aprobó a Néstor Leonelo una pensión vitalicia que sólo pudo disfrutar unos tres años, luego de trabajar hasta bien avanzada edad. Su fallecimiento, el 8 de noviembre de 1923, fue noticia nacional. “Todos en Cuba somos hoy dolientes”, aseguró entonces Enrique José Varona. Néstor Leonelo, a quien por su fabulosa memoria sus amigos apodaron La imprenta ambulante, murió tan modestamente como había vivido, y solo en esa hora final recibió el homenaje unánime de sus contemporáneos.
Su obra de rescate, promoción y revalorización del mensaje martiano halló continuidad en sus hijos y nietos. A ella dedicaremos el segundo texto de esta serie.
[1] Diego Vicente Tejera diría categóricamente: “El que no oyó a Martí en la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana.”. Yo conocí a Martí selección y prólogo Carmen Suárez León). Edit. CEM, 2012, p. 154.
[2] Néstor Leonelo Carbonell y Figueroa (Sancti Spiritus, 1846-La Habana, 1923). Jefe del alzamiento de El Jíbaro, el 6 de febrero de 1869; comandante del Ejército Libertador, poeta, periodista, librero, archivero, escribió varios libros de historia y poesías, miembro fundador de la Academia de Historia. Ver. Oscar Ferrer Carbonell: Néstor Leonelo Carbonell. Como el grito del águila. Premio Biografía y memorias 2004. Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
[3] José Martí: “Oración de Tampa y Cayo Hueso”, New York. 17-2-1892. OC, T4, 293-306; Néstor Leonelo Carbonell Figueroa: “Martí en Tampa”, “Para la historia” y “La patria está para nosotros por encima de todo”, en Resonancias del pasado. Ed. Cit., y “La despedida”, en El Porvenir, 30-11-1891, en, Enrique Trujillo: Apuntes históricos. Propaganda y movimientos revolucionarios cubanos en los Estados Unidos desde enero de 1880 a febrero de 1895. Tipología El Porvenir, New York, 1896, pp. 74-75.
[4] La primera de estas lides fue precisamente con su amigo Enrique Trujillo quien, en diciembre de 1891, hace impugnaciones en El Porvenir a las “Resoluciones de Tampa”. Otra fue cuando su mediación el conflicto del Apóstol con Roa y Collazo a la que seguirían muchas más.
[5] “Oración de Tampa y Cayo Hueso”. New York. 17-2-1892. T4, 295.El énfasis es mío