La belleza melancólica de María García Granados, conocida por todos como La niña de Guatemala, su voz tierna y acariciadora le arrancaron al joven José Martí momentos de éxtasis y hermosísimos versos.
Esa que ves, la del amor dormido
En la mirada espléndida y suave,
Es un jazmín de Arabia comprimido
Es voz de cielo, y en contorno de ave.
Bien hubiera querido aquel joven poeta que había sacudido la vida cultural de la Ciudad de Guatemala y el corazón de la bellísima muchacha “colgarle al cuello esclavos los amores”; pero su compromiso con la camagüeyana Carmen Zayas-Bazán ataba su albedrío… y aunque en sus versos, es el amor fraternal el que merece exaltación, en su pecho vive y resplandece la imagen de María, y ella lo sabe:
!Oh! Cada vez que a la mujer hermosa
Con fraternal amor habla el proscripto,
Duerme soñando en la palmera airosa,
Novia del Sol en el ardiente Egipto.
El “fraternal amor” es un pobre velo para el alma transida de amor real.
En otro poema que quiere ser un canto a la amistad, hay también una invitación a la confesión de las almas, la más alta conquista de la amistad:
La pena confesada
Por mitad del espíritu es echada…
O estos otros en los que en vano lucha con la fuerza poderosa del amor…
Callando en sí, grave dolor se acopia
!Y llorándolo dos, se llora menos!
!Religión y milagro de los buenos!
Fue esta joven de tierna y suave belleza uno de los amores más puros de este hombre inmenso que jamás se cansó de amar…