Cuando nací, la naturaleza me dijo: ¡ama! Y mi corazón dijo: ¡agradece! -Y desde entonces, yo amo al bueno y al malo, hago religión de la lealtad y abrazo a cuantos me hacen bien.
José Martí
Con ese pensamiento comienza José Martí a explicar las razones que sustenta para escribir el libro Guatemala; un texto acerca del cual haremos una brevísima incursión de modo aleatorio. Antes, vale recordar que por esa época nuestro Martí había retornado al hermano país, era enero de 1878. Dos años atrás, diciembre de 1876, siendo residente en la capital azteca había recibido cartas de recomendación para varias personalidades de Guatemala de manos de Juan Ramón Uriarte, embajador de ese país en México e influyente en su decisión de marchar a Centroamérica. Luego de una breve estancia en La Habana, inicia viaje por aquellas tierras el 5 de marzo de 1877, durante el recorrido pasa por Jolbos -o Holbox-, pueblito de pescadores, conoce el islote Contoy, Isla Mujeres, pasa a Belice en un cayuco, en goleta se dirige a Levingstone, en canoa a través de Río Dulce llega a Izabal el 25 de ese mes, tres días después continua marcha hacia Gualán y, en las primeras horas del 29 arriba al poblado de San Pablo para más tarde continuar hacia Zacapa y de allí proseguir a la capital guatemalteca a donde arriba el 2 de abril.
Para noviembre de ese año setenta y ocho se encuentra escribiendo el libro Guatemala al cual da inicio sin otro preámbulo que el anuncio de su propósito de trasmitir sus impresiones de “cuanto es bella y notable, y fraternal y próspera, la tierra guatemalteca, donde el trabajo es hábito, naturaleza la virtud, tradición el cariño, azul el cielo, fértil la tierra, hermosa la mujer, y bueno el hombre”. Sin embargo, previo a las descripciones que le brotan evoca en síntesis apretada pero de modo contundente los daños que aún perduran y demoran en desaparecer tras dejarnos “la dueña España, extraños rivales, divididos, cuando las perlas del río Guayato son iguales a las perlas del sur de Cuba, cuando unas son las nieves del Tequendama y Orizaba, cuando uno mismo es el oro que corre por las aguas del río Bravo y del venturoso Polochic”. Luego de esa panorámica, se adentra en la redacción de paisajes espléndidos que le impelen compartir.
En párrafo posterior, con visión profética exclama: “Vivir en la Tierra no es más que un deber de hacerle bien. Ella muerde, y uno la acaricia. Después la conciencia paga. Cada uno haga su obra”. Pensamiento que traído a la contemporaneidad podemos considerarlo una sentencia de indudable vigencia dados los pronósticos anunciadores de la desaparición del planeta debido a la inadecuada y arbitraria injerencia del hombre sobre los recursos naturales.
Al declarar que proviene de México, destaca que es un país “de volcanes, de feroces cerros, de anchurosos ríos, donde el oro se extiende en placer vasto por las montañas de Izabal, donde el café -forma mejor del oro- crece amoroso y abundante en la ancha zona de Costa Cuca”. Y, refiriéndose metafóricamente al grano más preciado por sus pobladores, dice: “Allí la rubia mazorca crece a par de la dorada espiga”. Seguidamente relaciona otros cultivos: (…) colosales racimos cuelgan de los altos plátanos, variadísimas frutas llena la falda de la gentil chimalapeña; obediente la tierra responde a los benéficos golpes del arado. Extraordinaria flora tupe la costa fastuosa del Atlántico; el redondo grano que animó a Voltaire y envidia Moka, como apretado en el seno de la tierra, brota lujosamente en la rivera agradecida del Pacífico. Aquí, sabino pálido; allí maíz robusto, caña blanca y morada, trigo grueso y sabroso, nopales moribundos, hule nativo, ricos frijolares en asombrosa mezcla unidos, con rapidez lujuriosa producidos, esmaltan los campos, alegran los ojos, y auguran los destinos de la tierra feliz de donde vengo.
Cuenta lo que distingue al “encantado” Valle de Pauchoy, “el de ricas aguas, de los terremotos que acontecieron, del traslado de la ciudad Antigua al llano generoso donde se extiende prospera Utatlán. Advierte, que la luna guatemalteca rivaliza con la de México. Alaba y relata fotográficamente a la creciente Cobán, a la azucarera Escuintla, a la volcánica Amatitlán, a la calurosa Salamá y a la agraciada Huehuetenango. Entre otros aspectos apunta, que viniendo de Belice se deja atrás la populosa Livingstone, encantadora tierra de caribes; más, trasponiendo la entrada del Río Dulce, extasiado aprecia:
(…) el más solemne espectáculo, la más grandiosa tarde, el más majestuoso río que pudo nunca un hombre ver. Otros más caudalosos, nuestro Amazonas. Otros más claros, mi Almendares. Ninguno tan severo, de tan altas montañas por ribera, de tan mansa laguna por corriente, de tan menudas ondas, de tantas palomas, de tan soberbios cortinajes de verdura, del Cielo prendido, y orlados y besados luego por la espuma azulosa de las aguas. Isla como cestos; palmas que se adelantan para abrazar; sibilíticas inscripciones en extrañas piedras, abundantísimas aves; eco sonoro, en que se escucha algo de lo eterno y lo asombroso.
No escaparon a la visión martiana la crítica a quienes se acaudalan a costa del trabajo de los campesinos, anotando aspectos característicos de finqueros y extranjeros que se aprovechan de las bondades de la tierra guatemalteca con fertilísimos campos, pintorescos pueblos y de sus gentes. Pero ello no mermó su entusiasmo, a medida que avanzaba por tierras de Centroamérica se incrementaba unido al deseo de escribir sus impresiones derivadas de la rica naturaleza que lo cubrió de gozo. De ahí su sentida emoción concluyente:
¡Ojala que con este amante libro, haya yo sembrado en él mi planta!
La publicación del libro pronto se hizo realidad, pues cuando José Martí, llega a la ciudad de México, en diciembre de 1878, entrega a su amigo entrañable Manuel Mercado la parte fundamental de los manuscritos de Guatemala encomendándole la publicación cuya primera edición -en forma de folletín encuadernable- asume el periódico mexicano El Siglo XIX, en febrero de 1878 y, un mes después la Imprenta de J. Cumplido lo edita y logra un pequeño volumen. Posteriormente, Martí se propuso publicar la Revista de Guatemala, pero nunca llegó a salir.
Tomado de http://librinsula.bnjm.cu