De Versos libres poco se sabe del momento de escritura. Pocos son los poemas fechados y precisamente “Amor de ciudad grande” es uno de ellos. El poema presenta tres versiones, dos de ellas completas y una parcial, en las dos primeras se señala: “Nueva York, abril de 1882”. Hace ya 138 años de su escritura, y hoy se puede leer con la misma frescura que en el momento en que fue escrito.
Este poema resulta interesante por varias razones. El título responde a “Amor de ciudad grande”, y es el amor de un emigrado por la ciudad considerada en los finales del XIX como paradigma de modernidad, sin embargo este amor no está exento de cuestionamientos. Y da la sensación en una primera lectura de una contradicción entre el título y el contenido. Es la fascinación por la modernidad, rápidamente matizada por la falta de valores éticos y la negación de la realización espiritual del hombre.
El poeta se centra en el vertiginoso tempo de la ciudad moderna, en contraste con las edades pasadas, de los idílicos tiempos remotos. Comienza con ligeros cambios, en ambas versiones, cambios que otorgan diferentes significaciones:
En la versión A:
De gorja son y rapidez los tiempos:
Corres cual luz la voz; en alta aguja
Cual nave despeñada en sirte horrenda
Húndese el rayo, y en ligera barca
El hombre, como alado, el aire hiende.
Mientras que en la versión B:
De prisa son; de muerte son, los tiempos!:
Corre cual luz la voz; en alta aguja
Cual nave despeñada en sirte horrenda
Húndese el rayo, y en ligera barca
El hombre, vencedor, el aire hiende.
Hay un cambio: “gorja” por “prisa” y “rapidez” por “muerte”, a la hora de describir los tiempos actuales. Gorja es utilizado como metáfora de vertiginosidad, a la que se le añaden matices de lujuria, pues literalmente significa “lugar profundo en el cauce de un río”, y coloquialmente “contento, alegre”, mientras la opción “prisa” es literal, y seguida de “muerte”, ya define, desde el primer verso el tema central del poema: la vertiginosidad de los nuevos tiempos lleva a la muerte del espíritu.
Acto seguido pasa a una metáfora común en la poética martiana el rayo que va directo al pararrayo, la potencia de la naturaleza simbolizada en el rayo y encausada por la aguja del pararrayo, todo el ímpetu que fenece en una alta torre, para dar paso al hombre, alado en la versión más acabada y en la primera escritura, vencedor; pero en ambas el hombre se abre el paso.