Trascendencia de Nuestra América
Por: Dr. Ibrahim Hidalgo Paz

«Es la hora del recuento, y de la marcha unida»,[1] pues «el día de la visita está próximo», dijo José Martí, para su época, en Nuestra América, y es deber actual atender sus advertencias, porque se trata, entonces y hoy, del «peligro mayor» [28] para nuestros pueblos, y urge enfrentar las tendencias seculares del poderoso imperio del norte del continente, cuyas fuerzas más ultraconservadoras y agresivas dieron muestras, hace pocos días, de ilimitados apetitos y ambiciones, frente a las cuales se impusieron, por ahora, los sectores capaces de mantener la relativa estabilidad del sistema, garantía del control sobre los órganos del poder real, en manos de la tradicional oligarquía económica y política, consecuente en sus propósitos hegemónicos de alcance planetario.

Es, por tanto, «deber urgente de nuestra América» [27] superar cuanto la ha debilitado desde la etapa en que fue vencido el colonialismo hispano. En el ensayo cuyo 130 aniversario conmemoramos, se hallan ideas válidas para el presente, entre las cuales ocupa lugar principal su concepción sobre la estructura, composición y funciones  de los gobiernos[2] que en nuestros países posibilitarían el fortalecimiento interno necesario para afrontar la amenaza latente y actuante.

En primer plano se destaca, reiterado en varios párrafos, el imperativo para los gobernantes de conocer «los elementos peculiares de los pueblos» [16] que aspiran a dirigir, de modo que las formas sean originales, creativas —»Crear es la palabra de pase de esta generación» [24]— y den espacio al hombre natural. Los hombres y mujeres que hacen su vida y buscan el sustento cada día, sólo respetan y acatan la dirección ejercida con el ejemplo y el talento, y se rebelan contra quienes prescindan de ellos, no tengan en cuenta sus opiniones y experiencias, o los laceren con procederes erróneos, caso en que recabarían «por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés», [15] lo que abriría las puertas a elementos capaces de implantar la tiranía bajo los faltos argumentos de restablecer el orden. Tales artimañas son posibles porque «la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República». [19]

Estos peligros sólo desaparecerían cuando los «estadistas naturales», [25] capaces de estudiar los orígenes de las dificultades, implementen el cambio de espíritu, no de forma: «Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.» [20] Urge abolir los procedimientos semifeudales utilizados en múltiples regiones del continente mediante una modernización beneficiosa para las masas populares, frente a las oligarquías retrógradas. A estas debe enfrentárseles con la unidad como bandera, libres de la mentalidad colonizada y de prácticas sectarias. A los humildes y marginados se les convocaría a una lucha en la que se sintieran identificados por las grandes transformaciones a realizar, beneficiosas para la generalidad de los ciudadanos,[3] una sociedad justa, sin odios inútiles, pues “si la república no abre los brazos a todos, y adelanta con todos, muere la república.” [24]

La mentalidad antipopular pervive en quienes «no tienen fe en su tierra» y, carentes del valor para luchar por los intereses de las mayorías, «se lo niegan a los demás.» [11] Soberbios, aspiran a que la tierra les sirva de pedestal, y acusan de incapacidad «a su república nativa»; [13] pero las deficiencia se halla «en los que quieren regir pueblos originales» [14] con leyes copiadas de Europa o de la América del norte, ineptos «para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno, y gobernar con ellos.» [15-16]

Tales politicastros deben ser denunciados y penados, pues constituyen peligros potenciales para la nación, al anteponer sus aspiraciones a la vida holgada y el disfrute carente de sacrificios alguno a todo otro interés: «el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano, y abre las puertas al extranjero», [26] con el que establecerían contubernios, a fin de mantener su posición de supuestos seres superiores. Con tales «insectos dañinos», vividores «que le roen el hueso a la patria», [11] deben cargarse los barcos que los lleven a los ámbitos donde creen alcanzarían posiciones de señores de buena mesa y sirvientes esclavizados.

Han de conocerse las raíces históricas y la cultura propias para ser buen gobernante en América. Los ignorantes no pueden encabezar pueblos cuya evolución data de un milenio, «de los Incas acá», [17] aplastados por la fuerza del arcabuz y el perro de presa, pero cuyas tradiciones y creencias no han desaparecido, y resurgen, nuevos actores sociales, hombres y mujeres de todas las pigmentaciones, mezclados en «nuestra América mestiza». [19] Son inhumanas y erróneas las políticas marginalizadoras, invisibilizadoras. Es el momento de hermanar “la vincha y la toga”, [23] de rechazar las ideas discriminadoras, porque somos un continente biológica y culturalmente surgido de la compleja mezcla de personas de los más diversos rincones del planeta, poseemos todos los matices de la raza humana que vivimos en esta parte del planeta, fusionados en el crisol del Nuevo Mundo, prueba de “la identidad universal del hombre.” [29][4]

Estos no son tiempos para enzarsarse en discusiones preelectorales sobre distribución de cargos y puestos de gobierno, sino de búsqueda de elementos de unificación de fuerzas, de hermanar al indio, al negro, al campesino, al «mestizo autóctono», [15] para enfrentar a «los gigantes que llevan siete leguas en las botas», [9] y nos pueden aplastar. Es el momento de «la unión tácita y urgente del alma continental», [30] para dar respuesta oportuna a los nuevos representantes del imperio, que continuarán esgrimiendo promesas y amenazas, zanahorias y garrotes, sonrisas y puñales. Urgen transformaciones que potencien la lucidez necesaria entre las fuerzas populares, y se comprenda la urgencia de cambios radicales que posibiliten la participación efectiva del pueblo en la dirección político-económica. Así debe ser, para bien de Nuestra América y del mundo.

[1] José Martí: Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas, Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2000, p. 11. En el resto del trabajo, todas las referencias a este ensayo se harán por esta edición, y las páginas de las citas se indicarán en el texto entre corchetes.

[2] Ver Pedro Pablo Rodríguez: “’Nuestra América’ contra la lógica de la modernidad. Apuntes para un estudio”, en Honda, no. 30, La Habana, 2010, p. 25.

[3] Ver Fernando Martínez Heredia: “’Nuestra América’. El presente y el proyecto de la América Latina”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 14, 1991.

[4] Ver Roberto Fernández Retamar: “’Nuestra América’: cien años”, en “Nuestra América”: cien años, y otros acercamientos a Martí, La Habana, Editorial SI-MAR, S.A., 1995,