Mucho más que un pasatiempo
Por: Yuris Nórido

No pocas personas consideran que el arte y la literatura son cuestiones secundarias, puro complemento recreativo en el contexto socioeconómico contemporáneo.

A la cultura, asumida de hecho en su más estrecho perfil, le otorgan en todo caso una función lúdica, perfectamente prescindible a la hora de concebir y consolidar los proyectos y modelos de desarrollo.

Es un prejuicio que alcanza incluso a entes decisores, que terminan por menospreciar el rol del arte en la conformación de una identidad nacional.

Sin identidad no se puede hablar de independencia y soberanía, eso lo saben muy bien los teóricos de la más burda y decidida globalización.

Hay una guerra concreta y sangrienta, llevada a cabo mediante las bombas y la metralla, que en buena medida persigue el control de las riquezas naturales, aunque a primera vista se debata en la contradicción de formas de asumir la política.

Es caldo de cultivo y al mismo tiempo consecuencia de tantos males que asolan al mundo: el hambre, la desigualdad, la falta de educación, el terrorismo…

Pero hay otra guerra mucho más silenciosa y al mismo tiempo más extendida: la cultural.

Está claro que todas las guerras tienen un trasfondo cultural, pero la de los símbolos no suele tener víctimas mortales: lo que se pone en juego es el acervo de los pueblos.

En el fondo está el dinero. Cuando desde los grandes centros del poder mundial se “bombardea” con productos de la llamada cultura chatarra (subcultura, dicen algunos), no se hace sencillamente con la inocente pretensión de divertir: se están estableciendo paradigmas de consumismo y adormecimiento intelectual, que son los que convienen al gran mercado.

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