Mucho se ha hablado de Mendive como maestro de Martí. Cada cubano al que le pregunten por la calle “¿quién es Mendive?”, responderá sin dudar un segundo: “El maestro de Martí”; pero trascender Rafael María de Mendive en la cultura popular como el profesor de nuestro Apóstol, aunque es mucho, es empequeñecer su verdadera dimensión, su aporte más que significativo a la tradición poética cubana. Y hasta a su propia relación con Martí.
Decir Mendive para los cubanos es aludir al maestro, pero Rafael María de Mendive es mucho más, es uno de los poetas románticos más representativos de la literatura cubana. Su lírica, llena de simbolismos, nostalgias y reclamos libertarios, fue una de las fuentes que bebió Martí para la escritura de su obra, que como bien enuncia Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía: “Martí significa para nosotros el arribo a la plenitud del espíritu […] en el doble sentido que le hemos dado a la palabra espíritu: objetivación y sacrificio. Y todo ello sin perder, antes bien salvándonos prodigiosamente, los testimonios y las angustias del “’alma trémula y sola’”.[1]
Rafael María de Mendive (1821-1886) fue la personalidad rectora de la reacción del buen gusto en nuestro romanticismo literario. Se distinguió por la sonoridad melodiosa de sus versos, con una orientación bucólica, suave, espiritualista del paisaje, que lo equipara a José María Heredia. Con tenues pinceladas, como un pintor, refleja la naturaleza cubana: los mangos, la palma, la ceiba, etc. Tiene Mendive poesía civil, y poesía con aliento de independencia.
La nueva generación lo tenía en gran aprecio, dice de él Zenea (publicado en la Floresta cubana, en 1856): “poeta de sentimiento, Mendive, como los pájaros que oyen un ruido y cantan, se eleva en alas de su inspiración cuando se conmueve y habla el idioma de las almas sensibles. Usa constantemente un estilo sencillo, su versificación por lo general es dulce y tiene el mérito de expresar sus ideas con notable claridad”.
En su poesía se destacan dos posturas significativas: La fidelidad asociada a una ética cristiana, como proyección ético-social en ella sobresalen rasgos que definen su filiación romántica como resultado de la experiencia vital: el sentido de la transitoriedad de la vida recreado en la poetización de los elementos fugaces de la naturaleza; la obsesión por la pureza moral; la incorruptibilidad de las costumbres; la concepción heroica del ser humano como única vía de purificación del hombre, postulados a los que se acerca Martí en su producción poética.
Resalta en Mendive, como más tarde en Martí, la utilización del símbolo. Para ambos el símbolo invoca en cada objeto un sentido oculto. Y en una época en que todo parece contradictorio, el símbolo es un recurso que no resuelve lo antagónico, pero conforma un espacio de condensación o síntesis para la conciencia. “La técnica simbólica presupone, aunque parezca una paradoja, una construcción de la mente humana, o un elemento de la naturaleza que adquiere esa cualidad solo bajo la mirada que la señale”.[2] Para Martí “Lo común es la síntesis de lo vario, y a lo Uno han de ir las síntesis de todo lo común”.
En el discurso martiano, al igual que en el de Mendive, afloran los objetos simbólicos, los cuales operan sobre el estado emocional del receptor. El contenido intelectual está implícito, es necesario un estudio para hacerlo salir a la superficie. Para Ivan Schulman, hay dos técnicas simbólicas en la obra martiana: el impresionismo y el expresionismo. La primera “consiste en la percepción y representación de la realidad externa bajo el tamiz de la emoción individual del creador”.[3] Mientras que el expresionista se desentiende de la realidad externa inmediatamente contemplada para simbolizar las emociones del autor con objetos heterogéneos no pertenecientes a un marco o paisaje específico. “El expresionista no considera suficiente el valor sentimental que se puede extraer de un paisaje naturalmente organizado y por eso emana sus símbolos sin obedecer ningún marco previo”.[4]
El artista ha asumido el rol del creador y su objetivo es instaurar; reconstruir algún tipo de equilibrio a través de las imágenes y el símbolo será el vehículo más idóneo pues este “es apenas una manifestación del anhelo por tratar de reunir lo que aparece disgregado, por reconstruir algún tipo de equilibrio a través de las imágenes; no será el único, como se verá. El símbolo invoca en cada objeto un sentido oculto. Y en una época en que todo parece contradictorio, el símbolo es un recurso que no resuelve lo antagónico, pero conforma un espacio de condensación o síntesis para la conciencia. // […] la técnica simbólica presupone, aunque parezca una paradoja, una construcción de la mente humana, o un elemento de la naturaleza que adquiere esa cualidad solo bajo la mirada que la señale”.[5]
La propia concepción martiana sobre el símbolo oscila entre una preferencia por la encarnación intuitiva[6] de la inspiración poética de una parte y de la otra por la acentuación del valor intelectual y cognoscitivo del símbolo. Martí concede una particular importancia al factor racional, cognoscitivo, sin excluir el valor estético del símbolo. Se advierte una relación directa entre su compromiso frente al progreso americano y la independencia de Cuba, y la influencia de los factores intelectivos de la inspiración poética. El principio de la analogía como fundamento de la imagen poética es constantemente enunciado por Martí; la asociación entre los valores morales y sus términos análogos del mundo físico apuntan a ella. El símbolo se suele mover de lo externo a lo interno y de lo material a lo espiritual.
Mendive, con el poema “A un águila”, publicado en 1860, prefigura el símbolo del águila blanca martiana, que aludirá en textos poéticos y en artículos. Entre los símbolos mencionados por Martí, el águila ocupa un lugar destacado; uno de los poemas se nombra precisamente así: “Águila blanca”. Esta, al igual que otras aves, encarna la espiritualidad y el dinamismo; acompañada del adjetivo blanco implica también pureza, e idea de la muerte, representa, según Schulman (Símbolo y color en la obra de José Martí, Editorial Gredos, Madrid, 1970, pp. 87-97) la espiritualidad frustrada y encadenada del poeta. En el fragmento 61,[7] es utilizado como liberación espiritual y amorosa. En el cristianismo representa a san Juan Evangelista, es símbolo de idealismo por sus atributos: fortaleza, agilidad, rapidez, así como su morada, en lo alto de las montañas y en el cielo. Como símbolo solar también significa la contemplación de la luz del intelecto. El águila destruye a los reptiles, a la serpiente, águila que, al poder mirar al sol de frente, representa a menudo la inteligencia intuitiva o la contemplación directa de la luz inteligible. Pero es también uno de los símbolos empleados por Mendive en su poética, poesías que sin dudas Martí leyó, pues fueron publicadas en 1860.
En el poema “A un águila”, de Mendive, el águila adquiere connotaciones de liberación y pureza. Mendive le canta al águila, que vuela camino al sol, y su águila representa la liberación del alma, la inspiración de la libertad:
Ya altiva levantes tu vuelo,
ya subas al cielo,
ya llegues al sol;
ya libre sacudas con gracia y donaire
tus plumas al viento, tus alas al aire,
los amplios espacios cruzando veloz,
mis ojos te siguen, mi pelo se inflama,
y en vívida llama
me siento encender.
Qué es, águila hermosa, tu arrojo potente
la imagen suprema de un alma potente
la imagen suprema de un alma que siente
y anhela del cuerpo los lazos romper.[8]
Para Mendive el águila es la personificación del alma humana, a la vez que encarna su aspiración suprema: la libertad. Adquiere un movimiento ascensional, vertical, sube hasta el cielo camino al sol. Martí se apropia del símbolo del águila y en sus versos construye el mismo camino ascensional, va al cielo igualmente. Sin embargo, en ambos se mantienen puntos de vista diferentes. En Mendive el sujeto lírico se sitúa en el plano terrestre y observa cómo el águila levanta el vuelo y se eleva hacia el cielo:
Y aquí entusiasmado siguiendo en mi anhelo
contigo en el cielo
la imagen de amor;
la imagen aquella que amé desde niño,
y en cuyos encantos fijé mi cariño
con lágrimas tristes su estrella mejor.[9]
El águila representa el sueño anhelado de la vida, la libertad a la que el poeta aspira: es la encarnación de la libertad y, desde entonces, se aprecia que adquiere valores morales al unirse al símbolo de la estrella. Pero es siempre el ideal a alcanzar por el poeta, se mantiene en el horizonte y el poeta la contempla e intenta llegar a ella.
Martí, asume el símbolo de Mendive, pero en él, el águila más que el alma, encarna el espíritu, y es parte del poeta:
Y mi águila infeliz, mi águila blanca
que cada noche en mi alma se renueva,
al alba universal las alas tiende
y camino del sol emprende el vuelo.[10]
Es el poeta quien emprende el vuelo al sol, a la luz y a la sabiduría. Y a la búsqueda de la pureza del espíritu. En el artículo “Wender Philips”, de La América, Nueva York, febrero 1884,[11] José Martí escribe:
Pero los oradores, como los leones, duermen hasta que los despierta un enemigo digno de ellos. Balbucean y vacilan cuando, errante la mente en palacios vacíos, obligan su palabra desmayada a empleos pequeños; pero si se desgajara de súbito un monte, y de su seno saliese, a azotar con sus alas el cielo lóbrego, colérico y alborotado, bandada incólume de águilas blancas, no sería más hermoso el espectáculo que el que encubre el pecho de un orador honrado cuando la indignación, la indignación fecunda y pura, desata el mar dormido, y lo echa en olas roncas, espumas crespas, rías anchurosas! Gotas duras y frías, sobre los malvados y los ruines.[12]
El águila encarna la espiritualidad y el dinamismo, indica pureza, y representa la espiritualidad encadenada del poeta y la contemplación de la luz del intelecto. Martí incorpora las significaciones de pureza de Mendive, pero le añade la inquietud espiritual, el dinamismo de los tiempos modernos, la agonía del poeta que todo lo espera, que ansía la redención del mundo, pero está circunscrito a los límites que marca el débil cuerpo humano, que está atrapado en su propia mortalidad.
[1] Cintio Vitier, Lo cubano en la poesía, Instituto del Libro, La Habana, 1970, p. 227.
[2] Susana Rotker, Fundación de una escritura: las crónicas de José Martí, Casa de las Américas, La Habana, 1992, p. 166.
[3] Ivan Schulman, Símbolo y color en la obra de José Martí, Editorial Gredos, Madrid, 1970, p. 366.
[4] Carlos Javier Morales, La poética de José Martí y su contexto, Editorial Verbum, Madrid, 1993, p. 396.
[5] Susana Rotker, ob. cit., p. 166.
[6] Para Ivan Schulman “Intuición y encarnación son procedimientos inseparables y simultáneos, en que el poeta reproduce una realidad casi sonámbula, cuyo reiterado tipo de imágenes adquiere valor simbólico”, Símbolo y color en la obra de José Martí, Editorial Gredos, Madrid, 1970, p. 28.
[7] José Martí, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, t. 22, p. 40.
[8] Rafael María de Mendive, Poesías, Imprenta Rivadeneyra, La Habana, 1860, p. 61.
[9] Ídem, p. 63.
[10] José Martí, Obras completas. Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2014, t. 14, p. 150.
[11] En OC, t. 13, p. 57, 1963.
[12] José Martí, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, t. 13, p. 57.