Martí en la pintura cubana
Por: Lic. Anislú Santana Linares

“José Martí miraba el mundo desde una sensibilidad absolutamente pictórica. Así, tejió en su prosa algunos de los paisajes más sensuales de la lengua española, y empleó su influencia en desentrañar no pocas encrucijadas que el arte nuevo le tendía.”

Martí es fuente de inspiración, es gracejo y es imán. La huella de José Martí tanto en la plástica cubana es cada vez más prolongada, cada vez más un gesto de libertad y autoconfianza, de admiración. El presente ensayo de forma breve mostrara la trayectoria de su imaginario a través de la pintura, realizando un recorrido por sus diferentes etapas.

Pobre y tardío fue el desarrollo de la pintura en Cuba en relación con la pintura colonial en América. No es hasta la segunda mitad del siglo XVIII que hace su aparición en Cuba el arte pictórico al servicio, fundamentalmente, del clero. Como bien dijo Mañach el arte “sirve de instrumento para la expresión del culto antes de serlo para la expresión de la cultura”.

En la etapa academicista la característica fundamental de la pintura cubana es la de exponer una obra marcada por las corrientes europeas más ortodoxas en sus temas y ejecución. Sólo algunos tratarán temas autóctonos y en pocos se vislumbran destellos de originalidad renovadora que no llegan a formar escuela y que se presentan como piezas únicas no engranadas entre sí. Las tendencias pictóricas europeas, a veces en pugna violenta en las metrópolis, se amortiguan y ablandan, fundiéndose y confundiéndose en nuestra isla, donde arriban con décadas de retraso. Es una pintura nacida de otras pinturas, una pintura de imitación, que refleja un distanciamiento de la realidad, es una pintura epidérmica, que no expresa las dinámicas y problemáticas sociales, sino que nos muestra la vida a través de placeres, ida del momento histórico, con un fuerte componente religioso.

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