Los toros: la españolidad telúrica en la obra de José Martí
Por: Lourdes Ocampo

José Martí, nacido en Cuba en 1853, e hijo de españoles fue uno de los iniciadores del Modernismo Hispanoamericano, además de Héroe Nacional de la República cubana. Amó a su Madre Patria, España, en la que vivió sus años juveniles y cursó estudios de Filosofía y Letras y de Derecho en la universidad de Madrid y de Zaragoza. Allí bebió las fuentes de la cultura hispánica. Sus padres le inculcaron el amor por lo español, amor que nunca abandonó a pesar de organizar una guerra liberadora contra la Metrópoli. Incorporó parte del léxico de la península, la cultura popular, que se complementa con el conocimiento de los clásicos de la literatura. Resuelve la integración de lo hispánico por medio de la incorporación y trascendencia de las fuerzas originales de lo español.

Allí palpitó en las corridas de toros, y sintió la fuerza y belleza del animal que rememora los albores de la civilización, el ímpetu que brota de lo profundo de la tierra. Significó el aspecto cultural de las corridas, ese que prevalece y ha permitido que perviva hasta nuestros días en su feroz y trágica belleza. El toreo es un arte ancestral, vital, que enfrenta al hombre a las fuerzas sagradas de la tierra representadas en la dignidad del toro ante el hombre que lo domina o es dominado por él, con un público que vibra a cada movimiento, y tiembla ya por el toro, ya por el torero, y ese espíritu rebelde y bravo del pueblo español fue el que trasmitió en todo lo que escribió a lo largo de su corta vida.

En su obra el toro representa la idea de la potencia y la virilidad irresistible, unidas indisolublemente a las fuerzas primigenias de la tierra que yacen en lo profundo del hombre. El animal actúa como símbolo de lo ancestral, pero al mismo tiempo constituye una fuerza creadora, alusiva de la fogosidad y el salvajismo de las pasiones inherentes al ser humano. Constituye la otra cara de la Modernidad, su antítesis y a la vez complemento. Es un espectáculo, una fiesta que identifica a las culturas hispánicas, existe en España como elemento propio y llega a todos los rincones de la tierra donde trabajaron y vivieron los tenaces emigrantes españoles, con una fuerza que los hizo indestructibles, con un espíritu de lucha por la vida y el progreso que les impulsó a ganar un espacio importante en las sociedades, y su formidable cultura que siempre esgrimieron como bandera.

En 1880, Martí que vivió en España la tauromaquia escribe el artículo “Las corridas de toros”, para el periódico The Sun, cuyo público es esencialmente norteamericano. El artículo relata un suceso acaecido en Nueva York, durante su estancia en esa urbe, que le resulta paradójico, y así es su escrito: una corrida de toros organizada por el empresario Henry Berg, escritor y diplomático norteamericano, que es a su vez presidente y fundador de una de las primeras sociedades protectoras de animales, y que, deslumbrado por una corrida a la que asiste en España decide presentarla al público anglosajón, pero con algunas modificaciones que alteran el espíritu del arte del toreo: se debe evitar a toda costa que el animal sufra y que el torero corra peligro, con lo que pierde su esencia el acto y se transforma en un espectáculo circense. Sin embargo Martí en su artículo logra trasmitir la esencia del acto, sin herir la susceptibilidad, bastante alta, de su lector.

Comienza su artículo con una descripción de los inicios de la corrida: los muy llamativos trajes de luces, las capas carmesíes, en fin los colores vivos, la parte espectacular; dice:

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