Le faltaba poco al Hotel Manzana Kempinski para madurar del todo cuando sus alrededores comenzaron a cambiar. Hace meses se iniciaron las obras de restauración del Parque Central y de la Plazuela de Albear, ambas una prioridad para la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Sendos espacios se encuentran en la frontera silenciosa entre la ciudad vieja y las urbanizaciones que vinieron después; son un bello recordatorio de las murallas que un día estuvieron allí, y desde su construcción, significaron un paseo obligado que conectaba el centro cívico con sus alrededores.
El primer Plan de Obras Públicas concebido por el Marqués de La Torre contempló para 1772 el trazado de la Alameda de Extramuros o de Isabel II, paseo arbolado junto al trayecto de la propia muralla. Poco después se le llamó Nuevo Prado, y durante el gobierno de Miguel de Tacón (1834-1838) se transformó su fisonomía con calles estrechas para los paseos en carruajes y líneas arboladas para peatones.
En las inmediaciones del paseo, y frente a la explanada de salida de la puerta de Monserrate, se inauguró el teatro Tacón, abrió sus puertas el hotel Telégrafo, cobró fama el café y salón “Escauriza”, rebautizado después como “El Louvre”, entre otros establecimientos.