Hace algo más de 30 años, al designarme el MINREX Encargado de Negocios en Nigeria, me propuse investigar, más allá de mis tareas diplomáticas, los rumores del regreso a África en el siglo XIX de familias de libertos que habrían logrado realizar su sueño de regresar a sus tierras de origen. En ese período aproveché mi estancia en Lagos, en aquellos días la capital de ese país, a fin de investigar si esos rumores eran ciertos. Al cabo pude conocer a varias familias de ex esclavos de origen cubano, de las tantas que después supimos habían regresado a África. Fue un hallazgo logrado con gran esfuerzo personal para verificar si la historiografía cubana no había errado al registrar las tradiciones orales que reflejaban esos rumores que el notable investigador Pedro Deschamps Chapeaux daba por verosímiles.
Pero la evidencia faltaba. ¿Dónde podrían hallarse los descendientes de esas familias?; ¿dónde los documentos, los restos, si los hubiere, de una civilización cubana? Suponerlo no resolvía el problema científico derivado de una hipótesis fundamentada sólo en escasas tradiciones orales. Aunque los libertos hubiesen en efecto viajado a África, si las huellas no aparecían, era, para todos los efectos historiográficos, como si esos viajes nunca hubiesen tenido lugar. Al estancamiento de esas investigaciones contribuyó la opinión de Don Fernando Ortiz, uno de los más notables investigadores de la africanía cubana, que las negó vehementemente en su obra Los negros esclavos (1).
Siguieron varios años de investigaciones complementarias, en los archivos de Madrid, Londres y La Habana y la publicación de varios artículos. Finalmente, en 1988: el Editorial de Ciencias Sociales de La Habana accedió a publicar nuestra investigación que titulamos Los que volvieron a Africa (2), obra en la que se registran documentalmente más de setecientos casos de libertos que lograron la casi imposible proeza de regresar a sus tierras maternas.
Coincidiendo con una nueva misión diplomática, en este caso a Brasil, iniciamos estudios comparativos con las migraciones de libertos brasileños que habían protagonizado hazañas similares, incluso más numerosas. Un aspecto importante en ambas corrientes migratorias es que dejaron la huella de las nacionalidades y civilizaciones emergentes de Cuba y Brasil en Lagos, Benin, Guinea Ecuatorial y otros puntos de la costa occidental africana. Allí encontramos muestras de la arquitectura colonial cubana, fiestas, santorales, entierros y comidas de las tierras en que se forjaban dos nuevas y pujantes nacionalidades iberoamericanas. Y sobre todo hallamos descendientes de la primera, segunda, tercera, y cuarta generación de los que habían emprendido la hazaña del regreso, con sus nombres hispanos, la lengua española, su afecto espontáneo por Cuba, y hasta la correspondencia entre algunos miembros de familias que regresaron a nuestro país con sus parientes cubanos en la segunda mitad del siglo XIX.