El oficio de investigador de la edición crítica de las Obras Completas de José Martí obliga a enfrentar complejos retos profesionales que no debe ni puede ignorar. Una buena parte de ellos tiene que ver con la profesión periodística de José Martí.
Martí no era un periodista como se concebía en el siglo XIX en Estados Unidos. Era más bien un investigador de temas serios, reveladores de realidades, sobre todo la estadounidense, desde lo cotidiano hasta lo excepcional. Estudiaba, en toda la profundidad que sus fuentes le permitían, a los personajes sobresalientes de esa sociedad y la inclinación generalizada a la violencia en un sistema social esencialmente injusto en el que, desde el ciudadano común hasta el más acaudalado, valoraban altamente la acumulación individual de riquezas con poco escrúpulo por los medios para lograrla. Revelar los absurdos de ese sistema, que no deseaba para su pueblo, y el peligro que entrañaba para toda América Latina, era parte de su estrategia política independentista y emancipadora del pueblo cubano.
Lo hacía con un estilo literario depurado, difícil de superar en los países de habla hispana. Su amplia visión dependía sobre todo de la lectura voraz de una variedad impresionante de periódicos, revistas, libros y publicaciones de toda índole y origen, que leía con sentido crítico en su casa, de pie frente a los puestos de periódicos y los anaqueles de las librerías y bibliotecas neoyorquinas. Era frecuente su correspondencia dirigida a amigos cercanos en la que solicitaba revistas y libros recientes de autores conocidos sobre temas específicos. La inestabilidad en el aseguramiento de fuentes impresas confiables, y por ende costosas, en ocasiones comunicaba a sus análisis imprecisiones que constituían un peligro permanente de errores que minimizaba con su brillante inteligencia y capacidad de interpretación, fundamentada en la observación penetrante de su entorno, que se fortalecía a medida que el tiempo transcurría.
Si fuera posible la comparación del periodismo de Martí con alguna especialidad periodística actual, pudiera afirmarse que evidenciaba una voluntad analítica similar a lo que hoy exhiben los periodistas de investigación, género de prensa entonces nuevo que desarrollaba Joseph Pulitzer, en su diario The World de New York. Con ese nuevo rumbo periodístico, Pulitzer logró alcanzar una tirada diaria de 600,000 ejemplares, hasta ese momento la más alta alcanzada en esa ciudad.
Por otra parte, Martí nunca coincidió en Estados Unidos con Alexander Turney Stewart en vida. Cuando Martí se instaló definitivamente en Nueva York, en 1881, Stewart había muerto hacía cinco años. Y ya a fines de 1886, al conocerse que Máximo Gómez había dado por terminados sus esfuerzos por dirigir la nueva gesta revolucionaria, el Apóstol comenzaba a dedicarse por entero a retomar bajo su guía la organización de una revolución independentista a 90 millas de su poderoso enemigo potencial, por lo que el tiempo no siempre le alcanzaba para buscar documentos y hallar a protagonistas y testigos de casi todo lo que narraba y analizaba en sus artículos. A ello se unía la realidad de que sus recursos económicos no le alcanzaban para viajar a los lugares donde tenían lugar los hechos más importantes, y su círculo de relaciones y amistades estadounidenses era relativamente limitado, lo que le hacía más difícil el seguimiento de todo lo que acontecía en el enorme país.