José Martí en 1889. La identidad en su discurso a los delegados a la Conferencia Internacional de Washington.
Por: MSc. José Antonio Bedia

Ante los delegados a la Conferencia Internacional Americana de 1889 José Martí pronunció el discurso auspiciado por la Sociedad Literaria Hispanoamericana que trasciende con el nombre de ‘Madre América’, expresión que logra el colofón la pieza y a la par evidencia un punto culminante en la conceptuación de Latinoamérica por parte del cubano. Durante décadas ha justipreciado la significación de nuestra identidad; la afirma en la defensa de nuestros derechos y en su especial interpretación de la historia.

Radicado en los Estados Unidos por más de un lustro comparte con los delegados recién llegados afinidades, explicita también las razones del exilio:

A unos nos ha echado aquí la tormenta; a otros, la leyenda; a otros, el comercio; a otros, la determinación de escribir, en una tierra que no es libre todavía, la última estrofa del poema de 1810; a otros les mandan vivir aquí, como su grato imperio, dos ojos azules. Pero por grande que esta tierra sea, y por ungida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez.

Disimiles pueden ser los argumentos de la emigración; por sobre todos ellos subraya dos aspectos esenciales, identificadores, el primero: completar la última estrofa del poema de 1810, expresión que mancomuna sus desvelos por la redención antillana con la gesta bolivariana. El segundo, la devoción, por la América en que nació Juárez, gesto que insiste en sus raíces y se opone al trasplante de modelos foráneos sin reparar en diferencias. Su oración profundiza en la historia continental y a contrapelo de la tesis sarmentina de civilización y barbarie, propone como solución del problema crear, no imitar y desdeñar lo nuestro. Su llamado respalda la disyuntiva de Simón Rodríguez: O inventamos o erramos.

Valora la pluralidad latinoamericana, el núcleo cultural autóctono, indígena o rural, el componente ilustrado, habitualmente extranjerizante. No desconoce la interpenetración constante y a veces fructífera entre ambos factores. Pero en 1889 cuando solo Cuba y Puerto Rico faltaban por alcanzar la independencia en Hispanoamérica lo complejo del escenario socio-político hace que a los delegados a la Conferencia Internacional Americana hable como a hermanos, pero en casa ajena, de ahí que apele a la voluntad integradora, a la que cualquier repaso de los proyectos independentista nos remite.

Rememora los instantes cuando al influjo libertador se abrazaron los nacidos en los territorios ultramarinos de España en el Nuevo Mundo. Cuando Miranda soñaba con la Colombia hispanoamericana, O’Higgins con la Federación de pueblos de América y Juan Egaña acotaba: “El día en que América reunida en un congreso, […] hable al resto de la tierra, su voz se hará respetable, y sus resoluciones difícilmente se contradirán”. Es Bolívar el campeón de aquellas ideas con su aspiración de “ver formar en América la más grande unión del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y su gloria”, pero con su muerte esa obra cayó en la desidia y no progresó.

El rescate de lo imperecedero de nuestros pueblos es el empeño de la oración martiana del 89, años de bregar en los Estados Unidos le abonaron un profundo conocimiento de las problemática políticas y psicosociales de lo que llamó la América que no es nuestra sus visiones registran la vida en esa gran nación del norte, abigarrado mosaico étnico de expansiva política exterior. Ante la que no debemos ser los representantes de la alienación. Martí rememora nuestra historia, valladar de contención a la campaña desatada por The Evenig Post a favor de la primera Conferencia Panamericana de Washington, trasluce el carácter estratégico consustancial a los intereses del país anfitrión, por eso:

¿cómo no recordar, […] los orígenes confusos, y manchados de sangre, de nuestra América, aunque al recuerdo leal, y hoy más que nunca necesario, le pueda poner la tacha de vejez inoportuna aquel a quien la luz de nuestra gloria, […] estorbase para el oficio de comprometerla o rebajarla? Del arado nació la América del Norte, y la española, del perro de presa.

La tensión modernizadora que se ejerce sobre hispanoamericana en el finisecular diecinueve, en el discurso martiano adquiere importancia modélica. Formula la relación entre lo propio y lo ajeno para explicar la historia. No es partidario de una modernización asignada, se manifiesta a favor de un cambio, pero solo a partir de estructurarlo con espíritu creativo, atendiendo a los factores regionales, a la diversidad social y cultural.

Su repaso histórico comienza en los tiempos de conquista cuando: “Por entre las divisiones y celos de la gente india adelanta en América el conquistador”.

Martí reafirma nuestra identidad regional a contrapelo, en un instante en el cual las repúblicas liberales intentaban su inserción en el modelo internacional de producción capitalista a toda costa. La suya no es una meditación trivial sino la oportuna previsión ante el convite majestuoso, de tiempos diferentes, cuando se vislumbra un nuevo tipo de dominación y la unidad en compatibilidad se erigía en su auxilio. Sus imágenes parten del caos, por ello insiste que nuestra supervivencia está sujeta a la unión, necesaria y de identidad defensiva. El criollo, resultado de la mixtura conforma lo autóctono, “El primer criollo que le nace al español, el hijo de la Malinche, fue un rebelde.” Por ello la verdadera riqueza latinoamericana no está en discriminar, sino en incorporarnos al mundo tal cual somos.

Había que re-construir la historia que aunar este pueblo grande al cual la resistencia concedió un sentido integrador; en 1889 esgrimir la identidad no era circunstancial. Su meditación expresa los contenidos de la conciencia práctica en el momento en que las dos últimas colonias de España en América perdían el rumbo y las actividades revolucionarias no progresaban. Era indispensable rescatar la lucha política por nuestra libertad e integración. Entonces la expansión territorial de los Estados Unidos ya suscitaba inquietudes y denuncias, se hacía necesario lograr la soberanía de España y de las ambiciones manifiestas por la nueva potencia regional, el peligro para las islas se habían metamorfoseado.

A tono con el momento su discurso es parte de la réplica ideológico-política entre las dos facciones del continente. Su patria no ha logrado la independencia, la pretende; él sabe que para ello necesita de la unión latinoamericana, que nuestra identidad trasluzca en su defensa y frente al cálculo.

Como había dejado bien sentado en su periplo por la cuna de todos los americanos: “Es fuerza andar a pasos firmes, apoyada la mano en el arado,_ camino de lo que viene con la frente en lo alto. Es fuerza meditar para crecer: y conocer la tierra en que hemos de sembrar. Es fuerza, en suma, […] hacer la obra.” Esa obra, uno de los grandes desafíos de la modernización regional tiene que articular un proyecto de cambio que involucre a todos, es fue la tarea que propuso.

En 1889 su prosa redentora crece, señala: “Nunca, de tanta oposición y desdicha, nació un pueblo más precoz, más generoso, más firme.” Las repúblicas latinoamericanas están en la obligación de madurar y si en ocasiones lo foráneo se ha impuesto sobre lo original y en otras riñe. Si en ocasiones no se ha llegado a comprender que la fecundidad americana radica en su naturaleza y amalgama es porque ha faltado tiempo. El trayecto a partir de que la espada y el arcabuz integraron a la región, aquella América enconada y turbia, dio paso a una lucha de reafirmación donde brotan triunfantes las huestes de Bolívar que levantan, a pujo de brazo, las noveles repúblicas, las que en la época de Martí representan la América de hoy, heroica y trabajadora a la vez, y franca y vigilante.

La libertad que esgrime corresponde a la búsqueda de la plenitud de derechos de las naciones y etnias de los distintos sectores sociales. Se acercaba la hora de la marcha unida de ahí que el cubano aplique a sus ideas de identidad patrones cognitivos que evidencian cómo aquello que poseen los individuos que pertenecen a una comunidad en espacio y tiempo, en virtud de la participación que a cada uno de ellos, brinda lo común.
Los delegados hispanoamericanos representa lo idéntico, algo que es y no uno mismo, que sirve de orientación para diferenciamos respecto a otros. Martí considera fracasado el modelo importado, los proyectos oligárquicos que fracturaron la posibilidad de un pacto interétnico capaz de fundar un nuevo orden social. Obligado a pensar [que] es servir, su lucha por la identidad evidencia la necesidad de reforzar vínculos, de erigir el obstáculo infranqueable a cualquier pretensión foránea. Es por eso revela a los delegados el por qué, aún radicado en los Estados Unidos:

vivimos aquí, orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla. [de ahí lo esencia en que] Enseñemos el alma como es a estos mensajeros ilustres que han venido de nuestros pueblos, para que vean que la tenemos honrada y leal, y que la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, salvador y santo de lo propio; […]. Y así, cuando cada uno de ellos vuelva a las playas que acaso nunca volvamos a ver, podrá decir, contento de nuestro decoro, a la que es nuestra dueña, nuestra esperanza y nuestra guía: “¡Madre América, allí encontramos hermanos! ¡Madre América, allí tienes hijos!”

Proyecta una comunidad partiendo de nuestra historia, su identidad es fruto de la conciencia práctica, elemento que encuentra su origen en la tradición de un pueblo. Homologa a los participantes con una reunión de familia, donde cada uno posee su identidad propia, pero respira un aire común. Por ello enseña el alma como es, por qué se siente hermano, porque él, como el otro experimentan un amor y un compromiso. El amor por el segmento de tierra que comparten y por el grupo humano del que forman parte. El compromiso de perfeccionarlos y defenderlos.

La propuesta martiana de reequilibrar los factores disimiles del proceso civilizatorio hispanoamericano en respuesta a la modernización impuesta es una tarea inconclusa.