Fina García Marruz: Ismaelillo y su germen grecolatino
Por: Lic. Senén Alonso Alum

¡No dejes entrar al desvalido en tu casa,

porque se sentará en tu mesa! ¡Te robará tu lecho!

 ¡Te echará afuera a padecer fríos y tormentas,

lejos de las brasas de tu hogar!

¡No le abras al Amor, anciano!

Oda a Anacreonte y Otros Poemas, Fina García Marruz

Las indagaciones martianas de Fina García Marruz presumen de una vastedad oceánica. La autora de Visitaciones tipifica recursos, descifra influencias y propósitos al interior de la obra del Apóstol. Así, el Anuario del Centro de Estudios Martianos ha recibido varios artículos de la literata, siempre agudos y reveladores.

Correspondiente a 1987, el Anuario no. 10 alberga un texto-raíz, texto-confluencia de dos tópicos perfectamente delineados. “En torno al Ismaelillo”,[1] por una parte, se adentra en el origen (estilístico, temático, afectivo) de dicho poemario, pieza fundacional para el surgimiento del modernismo hispanoamericano; por la otra, el ensayo decodifica la asunción martiana de la cultura clásica, formulada en este volumen mediante la encarnación del Niño-Amor.

La Teogonía de Hesíodo contiene la primera mención franca del ente (¿sustancia etérea? ¿principio natural?) que, con los siglos, terminaría por asumir el rol de Eros/Cupido, concebido aquí como una deidad primordial, generatriz del universo. Décadas más tarde, el lírico Anacreonte le confiere a esa energía primitiva la silueta de un infante armado de flechas y aljaba. Ya en pleno apogeo del Imperio Romano (siglo II d. C.), Apuleyo inmortaliza al personaje, habilita para la cultura occidental su caracterización definitiva,[2] contenida en Las Metamorfosis o el asno de oro.

García Marruz desentraña la Pulsión simbólica de este Eros humanizado, deteniéndose en los rasgos conservados por Martí para la confección de su propio personaje: arquetípico en su disposición, polisémico en su abordaje. Asimismo, la investigadora acude a las socorridas traducciones escolares que el Maestro dedicara a los poemas de Anacreonte, nueve versiones que descubren una dilección incipiente por el Niño-Amor, por su iconografía verbal. La ensayista, además, aborda sin excesos la simiente judeocristiana del libro, notoria desde el mismo título.

Un hallazgo rítmico tiene lugar tiempo antes del Ismaelillo, prefigurando ese asunto que vertebra su continuidad poética. La poetisa de Créditos de Charlot lo atestigua al determinar la condición precursora de una tríada de textos (uno en prosa, dos en verso) que parecen contener el germen, la génesis del poemario inaugural de José Martí. En “Desde la cruz”, poema-dedicatoria dirigido “A la señorita Virginia Ojeda”, el Apóstol despliega su vocación paterna, recubre a la joven con un consejo de vida. Así, surge la “inspiración esdrújula”,[3] acentuación que rige el registro tímbrico en Ismaelillo, al tiempo que “El tema de una ‘fiesta’” que en nada se parece a la vulgar […] nos prepara ya para la “fiesta” a su pequeño príncipe […]”.[4]

“Rey de mí mismo” evidencia la conversión definitiva del endecasílabo, desechado en favor de un verso suscrito bajo arte menor. Igualmente, la ya mencionada inclinación por los vocablos esdrújulos se esparce por todo el texto, favorecida por un “esdrújulo auditivo” que sostiene “[…] el acento tónico sobre la primera sílaba de una palabra llana que hace una unión con la siguiente […]”.[5] La imagen filial que concluye el poema sugiere (antes bien revela) el destinatario del Ismaelillo, fundando nexos irrefutables.[6]

Por último, una tercera pieza (“Otra página, perdida en sus apuntes”),[7] deviene antecedente de relevancia para el libro. Este fragmento, “de veras extraño y sugeridor”, legitima el contacto (corpóreo, espiritual) entre el hablante poemático y su “compañero”. “Amor”, “alas” o “niño” son algunos de los núcleos semánticos que hacen de este personaje un sosia por partida doble: cercano a la definición clásica del Niño-Amor; próximo al retrato pueril de José Francisco Martí, receptor paradigmático de la obra.

García Marruz prosigue su pesquisa literaria con la exégesis de este segmento. En palabras de la especialista, “[…] Martí expresa en su apunte su personal concepción del tema anacreóntico a la luz de su propia experiencia”.[8] A manera de una “alada fabulilla”, el Apóstol maneja los símbolos acumulados por la tradición, mixtura la “ingratitud” del huésped “acodado en la almohada”[9] con el (re)nacimiento de un niño, fruto del “amor”. Esta íntima revelación establece vínculos indudables con el Ismaelillo, “[…] en las imágenes recurrentes del delicioso traidorzuelo que lo ha herido […]”[10] y en el repertorio visual desplegado en las viñetas del libro.

Ya en el ecuador del ensayo, la poetisa se adentra en los pormenores de la traducción martiana. A semejanza de la labor realizada por Elina Miranda en “Una traducción moderna de Anacreonte”,[11] García Marruz ensalza la interpretación del Maestro, confrontando su versión con la de importantes filólogos clásicos. Es aquí donde la autora de Viejas melodías señala el verdadero umbral que inaugura el Ismaelillo, en el instinto idiomático que preside esta traslación. La “rudeza” escolar de las composiciones no disminuye su efectividad, por el contrario, significa a “[…] estas traducciones en que la fidelidad a lo que llamaríamos “la forma del contenido” obliga a la delicadeza de un resultado solo en apariencia más “torpe””.[12]

Lo que hubo de principiar como una relación de influencias y estímulos, termina por agrupar en su médula varias circunstancias creativas. Desde los precedentes más destacados de una obra fundamental, pasando por el examen minucioso de un arquetipo literario, socio-cultural; hasta desembocar en el cotejo de traducciones, termómetro para evaluar la apropiación/comentario de los versos anacreónticos, todo cabe bajo el semblante investigativo de Fina García Marruz. Así, la especialista congrega en su texto varios tópicos de sumo interés para la comprensión –incluso en la actualidad– de ese clásico poético que resulta el Ismaelillo.

[1] Fina García Marruz: “En torno al Ismaelillo”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 10, La Habana, 1987, pp. 73-111.

[2] Flechero alado que enamora a sus víctimas a base de saetas; hijo de Afrodita/Venus, diosa del amor; travieso en su aspecto infantil, autónomo y rebelde en su versión adulta.

[3] García Marruz fija en “morada vívida” el momento cumbre de esta composición.

[4] Ibídem, p. 75.

[5] Ibídem, p. 77.

[6] Sobre todo, con textos como “Sueño despierto” o “Mi caballero”.

[7] Esta es toda la información que ofrece la autora acerca de la procedencia de esta prosa de factura poética. Véase José Martí: Cuadernos de apuntes, en Obras completas, La Habana, 1963-1973, t. 22, p. 243.

[8] Ibídem, p. 8.

[9] Imagen muy martiana, reelaboración visual del mito.

[10] Ídem.

[11] Presente en esta misma edición del Anuario. Véase Elina Miranda Cancela: “Una traducción moderna de Anacreonte”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 10, La Habana, 1987, pp. 112-136.

[12] Fina García Marruz, ob. cit., p. 108.