Martí amó a la Argentina porque vio en ella la esperanza de la América hispana y su posible contribución a la liberación del pueblo cubano y su revolución. Después de su llegada a Nueva York en 1880 su admiración inicial rápidamente creció, no sólo desde el punto de vista cultural, sino incluso político, animado por su progresivo conocimiento de la sociedad estadounidense y el peligro que entrañaba su proyecto expansionista para la independencia de los nuevos estados y los pueblos que luchaban por alcanzarla. Reconocer y comprender la razón de ese acercamiento permite interpretar mejor los hechos en este importante período de su vida. Sus crónicas y correspondencia entre 1876 y 1895 reflejan un respeto por el gran país austral, comparable sólo con el que sentía por las patrias de Juárez y Bolívar. Su aprecio de la cultura y tradiciones bonaerenses era evidente en sus apasionadas notas biográficas de los héroes argentinos, como José de San Martín, Manuel Belgrano, Domingo Faustino Sarmiento, testimonios notables de ese sentimiento y de su obra, de gran valor histórico y literario.
Martí se mantuvo siempre atento a los argentinos que sobresalían por su visión americana. En 1876, cuando aún se hallaba en México, destacaba al publicista y diputado argentino, Luis Varela, a quien llamaba cariñosamente “el doctor de Buenos Aires”. Su obra, La democracia práctica, le suscitó profundas reflexiones en las que vislumbraba el futuro de su América adorada, que Argentina representaba y que comenzaba a cobrar forma en su intelecto. A propósito de esa obra escribía:
El sueño comienza a cumplirse. América, gigante fiero, cubierto con harapos de todas las banderas que con los gérmenes de sus colores han intoxicado su sangre, va arrancándose sus vestiduras, va desligándose de estos residuos inalgamables, va sacudiendo la opresión moral que distintas denominaciones han dejado en ella, va redimiéndose de su confusión y del servilismo de las doctrinas importadas, y vive propia vida, ora vacilante, firme luego, siempre combatida, estorbada y envidiada, camina hacia sí misma, se crea instituciones originales, reforma y acomoda las entrañas, pone su cerebro sobre su coraza, y contando sus heridas, calcula sobre ellas la manera de ejercitar la libertad.