Dentro del discurso nacionalista en nuestras repúblicas, habitualmente se unían, y se han confundido, los conceptos de nacionalismo y patriotismo. O lo que es igual, el principio ideológico que implica autodeterminación del grupo organizado como exclusiva nación-estado distinta e independiente, y el sentimiento que se tiene por la tierra natal a la que se está ligado y por los hombres y mujeres también nacidos en ella ―con quienes se comparten valores, afectos, cultura e historia―. Para uno, el objetivo fundamental es conseguir y salvaguardar una estructura política determinada, preferible para el funcionamiento social, cultural y económico del grupo; para el otro, lo importante es la preservación de la identidad cultural o étnica, las cuales responden a un legado histórico compartido.
Sin lugar a dudas ha sido larga y fructífera la unión estratégica de ambas categorías en los discursos políticos. De ahí la atención que se le ha dado, desde siempre, a promover una clase de ideología con bases afectivas dentro de los proyectos cuyos intereses fueran nacionalistas; es decir, cuyo propósito sea la instauración de una particular nación-estado.
El de Martí no fue una excepción. El patriotismo fue un valor que sirvió de mínimo común indudable entre las distintas maneras pautadas para ser hombre, implicadas en su utopía de “naciones adelantadas y compactas”,[1] de “naciones románticas del continente”,[2] de naciones naturales que previó en “Nuestra América”. Normaliza allí el orgullo de pertenencia a nuestra comunidad: el patriotismo como motor impulsor.
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. (1891)[3]
[…] no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas. (1891)[4]
No escapan para Martí, sin embargo, los distingos entre patriotismo —mayormente afectivo, de índole cultural, de origen histórico— y nacionalismo —político, atemporal, circunstancial—. “El patriotismo no es más que amor” (1893),[5] definiría con toda agudeza y concisión, en anotación aparentemente trivial para el álbum de firmas de una singular jovencita: la hija mayor del Generalísimo Gómez. Y, en la misma cuerda escribiría para su sección “En Casa”: “Patria es la suma de los amores todos, que sin ella son como flor de aroma, que se va toda al viento” (1893).[6]
De hecho, el patriotismo es posible sin Estado, aún sin autodefinición como nación en sentido político, tal como lo probaba con creces la masa entusiasta de patriotas cubanos que dentro y fuera de la Isla sufrían el alejamiento de su tierra y la dispersión de sus gentes. Tampoco ignoraría Martí los peligros que podría entrañar el excesivo aislamiento nacionalista y el desdeño o la posible hostilidad defensiva ante otras naciones. Incluso, había visto justificar como patriotismo actos de violencia indiscriminada. La España republicana de sus días juveniles —que ignoraría las aspiraciones independentistas cubanas so pretexto de defensa de una integridad nacional encargada de salvaguardar la posesión de un territorio ajeno a su patria—, le haría aseverar tempranamente: “[…] no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza” (1873).[7]
Más de dos décadas después, en el mensaje de “El Partido Revolucionario Cubano a Cuba” —Manifiesto de Montecristi—, advertiría diáfanamente el propósito de instaurar una “república moral”, en un “archipiélago libre” de “naciones respetuosas” (1895). [8]
Empero, para el nacionalismo democrático que aspiraba llevar a la práctica con su futura república —receptora de expectativas legítimas y respetuosa de herencias culturales: de “conmovedora y prudente democracia” como mencionaría en el citado Manifiesto…—,[9] resultaba conveniente la fusión al uso de ideas de organización política con sentimientos patrióticos, encargada de garantizar la cohesión del grupo implicado en los cambios a que aspira ―según las “prácticas modernas de gobierno”[10] en “el mundo de las naciones”―.[11] Se referiría, por ejemplo, a la “construcción” de la patria cuando, en realidad, estaba aludiendo a la instauración de la república: “Desde sus raíces se ha de construir la patria con formas viables, y de sí propia nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía” (1895).[12]
[1] José Martí: “Nuestra América”, Obras completas, t. 6, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 16. En lo adelante, se referirá “JM” por “José Martí” y “OC” por “Obras completas”.
[2] Ibidem, p. 23.
[3] Ibidem, p. 16.
[4] Ibidem, p. 18.
[5] JM: “El álbum de Clemencia Gómez”, OC, t. 5, ed. cit., p. 21.
[6] JM: “En Casa”, OC, t. 5, ed. cit., p. 408.
[7] JM: “Las República Española ante la Revolución Cubana”, Obras completas. Edición crítica, t. 1, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000, p. 106. En lo adelante, se referirá “EC” por “Obras completas. Edición crítica”.
[8] JM: “El Partido revolucionario Cubano a Cuba”, OC, t. 4, ed. cit., p. 101.
[9] Ibidem, p. 93.
[10] Ibidem, p. 6.
[11] JM: “Nuestra América”, OC, t. 6, ed. cit., p. 18.
[12] JM: “El Partido revolucionario Cubano a Cuba”, ed. cit., p. 99.