El ensayo “Nuestra América”, de José Martí, fue publicado por primera vez en La Revista Ilustrada de Nueva York, el 1ro. de enero de 1891. Es un período marcado por el exilio de su autor en Estados Unidos entre los años 1880 y 1895. A decir de Cintio Vitier en su prólogo a la Edición Crítica de las Obras Completas, constituye una de las obras martianas donde se encuentran formulados los principios éticos y políticos de la futura república.
El análisis del escenario cultural en que se desarrolla la obra y que, al mismo tiempo, emana de esta, es imprescindible para situar en contexto y dimensión las principales problemáticas señaladas por su autor, y la demanda que ejerce sobre el panorama político y social, en detrimento de la condición colonial de la Isla; advirtiendo los peligros de la expansión imperialista por sobre Latinoamérica. Y es que, incluso, en sus directrices políticas, en lo más intrincado de sus ideas independentistas y libertadoras, aparece indisoluble a su prosa la veta literaria, marcada por un amplio acervo cultural, arraigada a su estilo y a su forma de comunicar y trasmitir su mensaje.
Su pensamiento se alimenta de las corrientes independentistas y antimperialistas, para desarrollar uno propio, definido y radical, adscrito a las singularidades que condicionan la nación cubana, pero fuertemente arraigado en la idea primigenia de la unidad latinoamericana para salvarse de una deslegitimación cultural y de valores que tradicionalmente acompañaron a la región. Bebe de las fuentes libertadoras de naciones latinoamericanas y las ideas de sus próceres independentistas, tales como Bolívar, Hidalgo, San Martín, Sucre.
Se nutre de los grandes pensadores de la época, entre los cuales también destacan los hispanoamericanos José Antonio Páez, José María Heredia, Cecilio Acosta, Juan Carlos Gómez, Antonio Bachiller y Morales. De los escritores norteamericanos hay que señalar a Ralph Waldo Emerson, Harriet Beecher Stowe, Walt Whitman, entre otros que estudiaba y de los cuales incorpora aportes valiosos.
Martí advierte sobre la intención de muchos simpatizantes del imperio, los cuales se configuraban como grupos poco o mal informados, ingenuos o indocumentados, seducidos ideológicamente por el nivel de desarrollo norteamericano, el estilo de vida que exportaba en ese entonces mediante mecanismos distorsionados en una comunicación indirecta, a través de la literatura, los espacios culturales, la prensa y otros medios cuyo alcance podía satisfacer la difusión de estos estándares de la época.
El descubrimiento del continente americano por la llamada civilización europea, marco los términos de culturización para los nativos americanos de un modo singular. Mientras el norte fue el destino para formas renovadas y abiertas de civilización, las tierras del sur recibieron el feudalismo español traducido en recios fundamentos. Esto lo comprendió muy bien Martí, y su entendimiento sobre la cultura y las influencias del período de colonización sobre el continente fueron la génesis para analizar las causas y, en última instancia, las formas e intenciones del imperio sobre el resto de los pueblos americanos.
Desde el norte ya se naturalizaban instituciones establecidas en la Europa más avanzada, mientras que el sur reproducía los esquemas de una metrópoli aun rezagada. Por tanto, la confrontación era inminente ante la disposición de ver a los Estados Unidos como modelo imitable. En este sentido, Martí fue uno de los primeros en proclamar el inevitable conflicto, llamando a enfrentarlo, vencerlo y superarlo:
los pueblos que no se conocen, han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, “o el de la casa chica, que le tiene envidia al de la casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos”.[1]
En el contexto poco novedoso de la llamada predestinación norteamericana, en el cual Estados Unidos empeñaba sus intenciones expansionistas no solo hacia Cuba sino hacia la América toda, se notaba marcadamente la preocupación de Martí por las fundamentaciones del carácter providencial de la nación estadounidense para extenderse por el continente. De este modo, el trabajo de Martí durante los 15 años exiliado en Nueva York estuvo enfocado en su mayor parte en la organización de la emigración cubana en ese país.
Hacia finales del siglo, cuando el progreso norteamericano se concretaba en su desarrollo hacia la múltiple agresión a la América Latina, se produjo gradualmente la desmitificación de su predestinación a expandirse sobre el continente, deja de justificarse el elogio a las fuerzas que lo impulsan. Las voces que encabezan el llamado anti-expansionista y antimperialista son escasas, entre las que se encuentra José Martí.
La preparación de la guerra a la que llamaba Necesaria, le ocupaba sus mayores esfuerzos, sin embargo hubo de desarrollar un trabajo aún más arduo en la concientización e identidad de los cubanos emigrados, en cuyas manos estaba el destino de defender la independencia de Cuba y la soberanía de los pueblos que llamó de nuestra América.
Martí tuvo que enfrentarse como sujeto de acción, portador de un mensaje de cambio a considerables elementos que estaban aparejados al desarrollo cultural e ideológico de la región, cuyo retraso estaba dado a partir del largo período de colonialismo y del caudillismo que le sucede. Se ha de tener en cuenta la sujeción a las normas y previsiones europeas que incidían en la subestimación de las masas populares, como práctica habitual en el ejercicio del poder, particularmente afectando los grupos indígenas y negros.
La cuestión racial es un fenómeno intrínseco del propio desarrollo cultural y social en la región, donde Martí señala como elementos que se presentan con distintos matices al interior de la región la discriminación por el color de la piel, que define el aislamiento para los pieles rojas de Alaska, o las condiciones de miseria para los inmigrantes chinos, así como la agresión brutal al negro de Nueva York y Nueva Orleans.
El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza.[2]
Sin embargo, advierte cómo detrás de la creciente gestación sociocultural de estas manifestaciones, existe un poder económico, en constante ascenso y concentración, que incrementa su agresividad y organiza el ataque a los hombres de color de piel oscura dentro y fuera de los Estados Unidos.
A diferencia de otros autores, para Martí las civilizaciones autóctonas de América constituyen un elemento de importancia trascendental, ya que desde el punto de vista cultural y social, le imprimen un carácter distintivo y diverso en términos de población y comunidades. Considera que es imposible separar la impronta de los antecedentes de los pueblos y su génesis, de lo que estos constituyen en la cotidianidad de su presente y su futuro.
La creencia en la inferioridad de ciertos grupos étnicos se expresa de forma peyorativa sobre los mismos y extiende una opinión en detrimento de sus costumbres, tradiciones y cultura en general. En el trato hacia la masa india se encuentra implícita una actitud ejercida desde dicha posición. Sobre esta creencia se sustenta la confrontación hacia los grupos representativos de color de piel oscura, desde sus coterráneos convencidos del “hecho providencial”, civilizador y salvador, quienes alimentan la creciente supremacía del hombre blanco, en busca de una pureza de razas.
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero.[3]
Martí entiende de manera peculiar la naturaleza y la proyección de la cultura de la comunidad latinoamericana, a partir de su concepción sobre la misma, sus raíces y desarrollo. Desde su postura, no se adscribe únicamente a las más debatidas vertientes: la reiteración de los modos españoles o la aceptación de más renovadas maneras europeas, sino que insiste en la necesidad de aprovechar todos los valores humanistas que le son inherentes a la comunidad nuestroamericana.
Bibliografía
Fernández Retamar, Roberto (1995): Nuestra América: cien años y otros acercamientos a Martí, Editorial Si-Mar, La Habana, Cuba.
Martí, José (2005): Nuestra América, Edición Crítica (segunda edición).
__________ (2005): Nuestra América, Fundación Biblioteca Ayacucho (tercera edición), Caracas, Venezuela.
___________ (2021): Nuestra América, Ciencias Sociales y Centro de Estudios Martianos (primera edición), La Habana, Cuba.
[1] José Martí (2005), Nuestra América, Fundación Biblioteca Ayacucho (tercera edición), p. 31.
[2] Ibídem, p. 36.
[3] Ibídem, p. 37.