Con motivo del 10 de octubre
Por: Dr. Ibrahim Hidalgo Paz

El inicio de la guerra contra el colonialismo español, el 10 de Octubre de 1868, actuó como un detonante de los mejores sentimientos del adolescente José Martí, formado en el patriotismo de raigambre independentista y abolicionista, lo que puede constatarse en sus primeros textos de contenido político conocidos: el artículo en el único número de El Diablo Cojuelo; “Abdala”, publicado en La Patria Libre, y el soneto “ 10 de Octubre!”, en el periódico manuscrito El Siboney.

No le fue posible incorporarse al Ejército Libertador, pero el adolescente se hizo hombre en el combate con las armas de las ideas. Cada polémica  era un campo de batalla, la imprenta devino peculiar artillería, cada página cargada de argumentos era un proyectil dirigido a abatir al contrario. El desarrollo de la contienda armada, en los campos de Cuba, fue para él objeto de estudio, afanado en exaltar la memoria heroica, y en comprender las causas que impidieron el triunfo, a pesar de la disposición de hombres y mujeres al sacrificio por la patria, y del talento militar adquirido en el bregar combativo.

Martí vivía en un país sometido durante tres siglos por una potencia colonial que había impuesto estructuras sociales y políticas excluyentes y discriminatorias, sustentado en el trabajo esclavo, contra las cuales se alzó el pueblo cubano, decidido a liberarse del dominio ibérico, pero: «Grandes males hubo que lamentar en la pasada guerra. Apasionadas lecturas, e inevitables inexperiencias, trastornaron la mente y extraviaron la mano de los héroes.» Visto el proceso de conjunto, estimó como el elemento decisivo que contribuyó al fracaso de aquel intento, el centro de todos los errores,  la falta de unidad de las fuerzas disímiles que, sin embargo, coincidían en el propósito de alcanzar la independencia y abolir la esclavitud.

El joven patriota no eludía el estudio de las contradicciones internas, los enfrentamientos en el seno del proceso revolucionario, lo que muestra su información sobre las causas conducentes al final de la contienda, así como la profundidad con que valoraba estas tensiones políticas, confiado en que su estudio podría “enaltecer a los muertos y enseñar algo a los vivos.” El conocimiento del pasado constituía, para él, una fuente de saber imprescindible para encauzar las vías hacia el futuro.

No hay en Martí una visión idílica del proceso iniciado en octubre de 1868. Develó las bases económicas de actitudes vergonzosas de quienes prefirieron “salvar la vida y proteger el crecimiento del caudal”, sobre todo en el occidente de la Isla, donde “con la mayor seguridad de la producción fue en beneficio suyo”, de aquellos dueños de riquezas, incrementadas a costa del sufrimiento de las grandes mayorías sometidas al régimen colonial. Los continuadores de esta política, al término de la contienda, habían “convertido hoy en cuestión de finanzas azucareras todas las graves cuestiones de la Isla”. Dulce sustento para la falta de conciencia patriótica, sustituida por su “financiera manera de pensar”.

No pretendía atribuir todos los errores y deficiencias del proceso a los acaudalados, pues sólo enjuiciaba al sector de estos que sirvió al desgobierno colonial, marcado con palabras quemantes; pero a la vez sitúa en su lugar histórico a quienes abandonaron sus fortunas, liberaron a sus esclavos y se lanzaron contra el poder ibérico: «iy esto fue lo singular y sublime de la guerra en Cuba: que los ricos, que en todas partes se le oponen, en Cuba la hicieron!»

Los sustentadores del régimen colonial se hallaban encabezados por la burguesía industrial azucarera, formada por grandes propietarios españoles y cubanos, unidos entre sí por los negocios y, además, por nexos familiares que contribuían a la formación de una oligarquía reaccionaria, contraria a todo cambio que no le resultara beneficiosa, ostentosa de sus blasones —muchos de ellos adquiridos como una transacción comercial—, despectiva ante los que consideraban inferiores, profundamente racista y decidida a mantener la esclavitud, considerada como imprescindible para su sostenimiento, a pesar de las advertencias de los más preclaros entre ellos.

No obstante, es desacertado considerar los  intereses materiales los únicos que contribuyen al desarrollo histórico; como también reducir las personalidades a un denominador común, con la consiguiente desaparición de los individuos, inmersos en sectores, clases  o al indeterminado concepto de masas. Las acciones humanas están motivadas, además, por representaciones y fines en los cuales los integrantes de los grupos humanos coinciden total o parcialmente, y en determinadas circunstancias encuentran aspectos esenciales compartidos por la generalidad de sus integrantes. Esto ocurrió con quienes encabezaron la conspiración culminada el 10 de Octubre de 1868, pues formaban parte, en su mayoría, de una vanguardia ilustrada imbuida por los principios de la Revolución Francesa, de las luchas independentistas de los países que formaban nuestro continente, de las ideas liberales más avanzadas. Eran en su mayor parte abogados, propietarios de bienes en las ciudades y los campos, y entre ellos figuraban hacendados como Francisco Vicente Aguilera, uno de los más adinerados de todo el oriente del país, quien presidió el Comité Revolucionario radicado en Bayamo, formado además por Pedro Perucho Figueredo y Francisco Maceo Osorio, con ramificaciones en toda la región, particularmente en Manzanillo, cerca de la cual tenía su ingenio Carlos Manuel de Céspedes.

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