Tras el triunfo revolucionario cubano en enero de 1959 se formaba un proceso de transformación que se extendería a todos los sectores de la sociedad cubana. Artistas e intelectuales, otrora marginados e ignorados, participaron de la euforia y entusiasmo de los primeros años y caminaron “codo a codo” con la revolución social, política y, sobre todo, cultural. En palabras de Ambrosio Fornet: “empezaba a consolidarse una alianza entre las vanguardias políticas y artísticas”.[1] Pero no tardaron en aparecer las primeras manchas que evidenciaron que todo no iba a ser tan fácil como aparentaba, y se fueron expandiendo paulatinamente en el tiempo.
Desde 1961, ante la censura del documental PM y el cierre de Lunes de Revolución, comenzaron a aflorar las dudas y polémicas sobre cómo funcionaría la libertad de expresión y creación de artistas e intelectuales en este contexto nuevo, y por demás, inspirado en el sistema socialista de Europa del este. Las profundas transformaciones sociales, políticas y económicas que se llevaban a cabo en el país no habían dado pie a la creación de una política cultural propiamente dicha, de la que subyacieran respuestas a dichas interrogantes. “Palabras a los intelectuales”, el memorable discurso ofrecido por Fidel Castro en junio de ese mismo año luego de reunirse durante tres días con las figuras más representativas de nuestra intelectualidad en la época, se convirtió en la plataforma programática que sustituiría tal ausencia. “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”[2] se erigió como lema histórico que serviría como “medidor de ideología” de toda producción artística y cultural a partir de entonces.
De este modo las preguntas que se formulaban eran otras: ¿Entonces solo hay dos extremos certeros: ser revolucionario o ser contrarrevolucionario? ¿Es que no estar al lado de cada paso en el proceso de transformación social, económica, política y cultural iniciado en el 59 significa estar contra la Revolución? ¿Es que criticar significaba entonces ser contrarrevolucionario? La respuesta se hizo más clara cuando se produjo el rechazo institucional a las obras premiadas por la UNEAC en su concurso literario, Los siete contra Tebas de Antón Arrufat y Fuera de Juego de Heberto Padilla, ya que estas “servían a nuestros enemigos”.[3]
¿Quién dice que ser intelectual, homosexual, religioso, en resumen: diferente, te hace menos revolucionario? Esta situación tensa al interior de la cultura nacional antecedió al periodo denominado por Ambrosio Fornet como “Quinquenio Gris”. Este marcó una fisura en el pensamiento y la vida del cubano que creció con la revolución; que muchas veces ser gay, testigo de Jehová o simplemente llevar el pelo largo, una pulsera de semillas y escuchar a los Beatles causaba la expulsión de la universidad, el trabajo y el rechazo en la comunidad.
¿Cómo un sistema que quería construir una sociedad y una cultura nuevas, un hombre nuevo, “con todos y para el bien de todos”, pudo promover decisiones tan absurdas que llevaron a la discriminación y a la extensión de una masa conformista o infectada de doble moral, dispuesta a cumplir sin el menor reclamo cualquier exigencia “de arriba”? ¿Acaso no se puede ser homosexual y revolucionario, religioso y revolucionario, intelectual y revolucionario?
A partir de los juicios valorativos de Arango y Fornet expuestos en sus conferencias sobre la política cultural de la Revolución, podemos decir que luego de transcurridos alrededor de diez años se volvió altamente reduccionista, cuestionadora y enjuiciadora de la calidad intelectual de los artistas y literatos, entre otras razones, por su orientación sexual. Los textos en cuestión explican cómo por este tiempo el circuito editorial en la isla, las galerías de arte y, en general, los centros promotores de la cultura no hicieron espacio para los intelectuales en la condición antes mencionada. Así, cundió en estos espacios la mediocridad y la copia fiel de modelos sin previa valoración crítica. Se publicó y editó mucha literatura soviética, y se demeritó el talento artístico de no pocos de los que hoy constituyen íconos paradigmáticos de la intelectualidad y la cultura cubanas.
Al analizar los textos se pone en boga cómo muchos de los censurados estaban dispuestos a colaborar con la Revolución y su proceso de conformación. El problema radicó en que se dictaminó una única manera de colaboración posible, cualquier otra postura, idea o iniciativa distinta a lo dispuesto, era contrarrevolución.
En fin, las conferencias “Con tantos palos que te dio la vida”, de Arturo Arango y “El Quinquenio Gris: revisitando el término”, de Ambrosio Fornet aportan valiosa información valorativa acerca del comportamiento de las instituciones regentes del arte en ese momento y el proceso de validación del arte que estas realizaban en consonancia con los derroteros que habría de asumir el arte como “arma de la Revolución”. Construyen, a su vez, una red de pautas causales para comprender el porqué de la conformación de una política cultural de la manera que se hizo. De esta forma, posiciona al espectador frente a problemáticas ―en no pocas ocasiones soslayadas u opacadas― que dan explicación a los derroteros del arte en los primeros años de la Revolución Cubana.
[1] Ambrosio Fornet. “El Quinquenio Gris”. Conferencia, 30 de enero de 2007, Instituto Superior de Arte (La Habana). Ciclo «La política cultural del periodo revolucionario: Memoria y reflexión», Centro Teórico-Cultural Criterios.
[2] Fidel Castro Ruz. “Palabras a los intelectuales”. Discurso pronunciado luego de las reuniones efectuadas los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, Salón de Actos de la Biblioteca Nacional José Martí (La Habana)
[3] Ambrosio Fornet. Op. cit.