Un texto ampliamente registrado en la bibliografía poética martiana, aunque no estudiado a profundidad, es el poema “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, escrito en l872, “donde la musa patriótica prevalece […], imprecación más vibrante que la que en prosa escribió por la misma fecha”,[1] la honda indignación ante un crimen sin paralelo en la historia cubana y los avatares de una poesía en pos de nuevos cursos se entremezclan en este poema. El signo intempestivo, desigual; la verdad apagada.
El poema rompe con una visión. Se produce la invocación y comunión con los espíritus de los jóvenes muertos. Esta búsqueda e identificación son inflamadas. La fuerza expresiva del primer fragmento o estrofa es ostensible: las acciones exigidas por el yo lírico en su invocación van de la cálida remembranza: “Cadáveres amados, los que un día/ ensueños fuisteis…”, a la asunción del modo imperativo unido a la exclamación: “¡Arrojad… ¡Tocad, ¡Gemid…”, rematado por un pleonasmo (“Que es poco ya para llorar el llanto”) y la referencia a la situación de dominio total en que se hallaba Cuba.
Creemos, como Cintio Vitier,[2] que en este poema las imágenes son visiones, a las que el autor puede acceder más por la condición fructífera de su dolor, que por el trazo derivativo de su idealidad. La verdad de las mismas “reside en esta dialéctica de salida y regreso de, y a uno mismo”, de “otredad” y “unidad”. El carácter desigual del texto ‒momentos de excesivo patetismo e ínfulas retóricas junto a otros de elegante gesto exclamativo‒, ha hecho que centre el presente análisis en la especificidad de algunos recursos trascendentes, novedosos o singulares del mismo. La irrupción de la vida en la muerte, y viceversa, es una característica general en estos poemas escritos en España, y en el texto ocurre de manera muy particular. En este rejuego asoman sus ideas sobre el destino irreparable de los humanos, para esta época: “hermana del martirio”, “Amada misteriosa”; la muerte de los justos como sinónimo de gloria (“¡Oh! gloria, infausta suerte:/ Si eso inmenso es morir, dadme la muerte!”). A la muerte “se le implora desde un sufrimiento que no distingue pérdida de entrega, o mejor que obtiene del sacrificio la sensación de gloria que todo anhelo de victoria secretamente anida”.[3]
Llaman la atención, ya desde este poema, lo atinado de las adjetivaciones, a veces en función de reforzar una expresividad remarcada, como en el caso de esta singular paradoja: “De pronto vino, pálido el semblante/ con la tremenda palidez sombría”; o en los singulares reforzamientos de imágenes a lo largo del poema: “Y, mesando su ruda cabellera:/ _¡Oh! –clama– pavorosa sombra oscura”; “Y en respirar la sangre enrojecida/ Y en mi rostro las lágrimas que lloran”. [Énfasis de la autora.] También asombran los símiles de esencia, los que ya hemos definido en el presente trabajo. Encontramos en el texto más de uno. Ejemplifiquemos con uno de los más logrados:
Y así como la tierra estremecida
se siente en sus entrañas removida,
y revienta la cumbre calcinada.
del volcán a la horrenda sacudida,
así el volcán de mi dolor, rugiendo,
se abrió a la par en abrasados ríos,
que en rápido correr se abalanzaron…
Como es posible ver, hay un reforzamiento en el uso del símil, que no se limita a la comparación entre los dos elementos que la integran ‒lo comparado y su atributo‒ sino que muestra la condición híbrida de la imagen, aspectos coincidentes entre uno y otro, entre las realidades que muestra, coincidencias terminológicas, imágenes enramadas o más precisamente imágenes ramos, donde el símil de esencia es la rama más fuerte, de donde sale el resto. Símiles como desprendimientos de una misma sustancia en ritmo cada vez más encrespado. Llaman nuestra atención, por su reincidencia y eficacia artística, los diversos apóstrofes exclamativos dentro del poema, logrados no tan solo gracias a los signos de puntuación correspondientes, sino también a la fuerza y arranque del verso, al giro sentencioso de las formas verbales:
Cuando el amor o el entusiasmo llora
se siente a Dios, y se idolatra, y se ora;
¡cuando se llora como yo, se jura!
…Cuando se muere
en brazos de la patria agradecida
la muerte acaba, la prisión se rompe;
empieza, al fin, con el morir la vida.
En este último ejemplo el poderoso gesto exclamativo, atravesado por la paradoja, acoge lo patriótico. En este sentido llama nuestra atención igualmente el parlamento que coloca Martí en boca de la “Virgen sin honor del Occidente”: “¡Oh, –clama– pavorosa sombra oscura!/ Un mármol les negué que los cubriera/ y un mundo tienen ya por sepultura!”.
Aquí el desbordamiento emotivo está marcado, entre otros aspectos, por un inesperado cambio en el estatus comunicativo del poema ‒rejuego versal entre la primera y la tercera persona del singular. De dicha imagen emerge un carácter paradójico: dicho personaje poético se opuso a la idea de su gloria, y el hecho injusto de su muerte es lo que le ha dado fama universal. Estos dos últimos versos enlazados por una conjunción, unido a lo rotundo y absoluto de sus significados dan esa idea de verdad eterna e irremediable. El sentido adversativo de esta conjunción “y”, sustituible perfectamente por “sin embargo” o “pero”, y la idea primigenia de identificarla como conjunción copulativa dan sentido al carácter paradójico de la imagen. Ángel Augier señala que este poema, considerado también una elegía al igual que “Zenea”, parece inspirarse en la “Elegía” “que escribió Heredia en l827, a la memoria de Juan José Hernández, compañero suyo en la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar”.[4] Sobre esta base nos propusimos estudiar ambos textos para probar la hipótesis del crítico. Semejanzas estilísticas indudables ofrecen las respectivas primeras estrofas de cada poema. Amén del esquema de la rima, ambos parten del suceso de la muerte para recordar una gloria pasada:
“Elegía”
Pereció! ¡Ya no existe
el que fue un día/ Honor
y lustre de la patria mía.
“A mis hermanos…”
Cadáveres amados, los que
un día/ Ensueños fuisteis
de la patria mía.
Otras coincidencias:
“Elegía”
Guardar de la virtud la inmensa historia
escribe la de Hernández eminente,
mientras que Cuba en ademán doliente
perpetúa con su muerte su memoria.
“A mis hermanos…”
…Cuando se muere
en brazos de la patria agradecida
la muerte acaba, la prisión se rompe;
empieza, al fin, con el morir la vida!
En Martí el acento es más inflamado, pero la idea es la misma: la muerte de los justos es sinónimo de gloria.[5] La estrofa 9 del poema “A mis hermanos muertos…” también exhibe similitudes con alguna otra de “Elegía”. Pero antes de detenernos en el estudio de dicha influencia queremos hacer notar la importancia de la estrofa en cuestión, como elemento transgresor en la poética martiana. Dicho fragmento narra “con bárbara fruición” el azote de las hienas sobre los cadáveres de los mártires, lo que es referido como una visión de fuerte empatía con la realidad poemática. Al final ambos mundos son contactados por un símil. Distinguen a ambas realidades los tiempos verbales. El amago de visión, siempre en presente, con lo que ganan en intensidad las acciones allí esbozadas; la realidad, en pretérito –el hecho ya había ocurrido al ser escrito el poema, hay referencia a él. En todo el fragmento es evidente la relevancia de la adjetivación. Si el tiempo presente da intensidad a la visión, la adjetivación refuerza la crudeza.[6]
“Elegía”
Tiranos; no más ¡Perpetuo encono
os jura el orbe entero!
El siglo ya llegó de vuestra ruina.
¡No más cadenas ni opresión! Volando
Hierve de libertad llama divina
que os ha de destronar, y que abrasando
os ha de hundir en el profundo averno!
“¡Caeréis”
¡Caeréis! Y la feroz caída
hasta en la tumba se ha de oír, y entonces
al aire vividor vueltos los héroes
víctimas de la infanda tiranía,
vuestro seno rasgando,
de sierpes llenarán vuestra alma impía,
y tú, campeón ilustre y venerado,
el triunfo alcanzarás de tu justicia.
¡Tú a quien venal maldad, torpe malicia
sumergiera temprano entre la tumba
por medio bien distante
del digno a tu virtud!… Vil asesino
que confundido en el debate noble
de este intrépido Bruto,
favor al despotismo que bebiste
su funesta desgracia le ofreciste
cébate con su sangre; ya difunto
le dejó tu furor, cébate y mira
la vida negra y criminal gozando
cuando este ilustre ciudadano expira.[7]
“A mis hermanos…” (estrofa 9)
Sobre un montón de cuerpos desgarrados
una legión de hienas se desata,
y rápida y hambrienta,
y de seres humanos avarienta,
la sangre bebe y a los muertos mata.
Hundiendo en el cadáver
sus garras cortadoras;
sepulta en las entrañas destrozadas
la asquerosa cabeza; dentro el pecho
los dientes hincan agudos, y con ciego
horrible movimiento se menea,
y despidiendo de los ojos fuego,
radiante de pavor, levanta luego
la cabeza y el cuello en sangre tintos:
al uno y otro lado
sus miradas estúpidas pasea,
y de placer se encorva, y ruge, y salta,
y respirando el aire ensangrentado
con bárbara delicia se recrea.
Así sobre vosotros,
–cadáveres vivientes,
esclavos tristes de malvadas gentes–
Las hienas en legión se desataron,
y en respirar la sangre enrojecida
con bárbara fruición se recrearon.
Como se puede ver, en Heredia las oposiciones éticas son más simples. En Martí el goce en el horror es ostensible, en el ámbito expresivo. En Heredia la presencia del bien en el mal (y viceversa) es más equilibrada. En Martí el énfasis es puesto en los detalles de la acción del mal, así, el elemento del bien: los “Cadáveres vivientes,/ esclavos tristes de malvadas gentes”, aparecen una sola vez en el texto, como colofón a un símil de esencia que ya venía tomando curso, y como objeto donde se vienen a consumar todos aquellos lances esperpénticos. Toda la estrofa martiana parece un reforzamiento, un escudriñamiento del verso de la estrofa de Heredia que aquí se analiza: “Cébate con su sangre, ya difunto”. Por otra parte, puede notarse claramente en el fragmento herediano el uso del encabalgamiento, que tan fuertemente influye a Martí, así como las preferencias por el endecasílabo. Ambos poemas culminan con una invocación al victimario: en un caso “el tirano” –Heredia–, en el otro “el déspota” –Martí–, donde se vuelve a evidenciar la idea de la muerte de los justos como sinónimo de gloria. Al analizar el poema en general, y en particular la estrofa 9, reparamos en que, con los grandes temas la poesía de Martí emana por tan briosos cauces que nos recuerda algunos de los momentos de Versos libres, piénsese en el tono augusto, encrespado, la nota metafísica, la presencia de la angustia –característica que va a marcar a la poesía modernista–, la primacía de la adjetivación, los arranques heredianos con evidentes gradaciones internas y relaciones entre cada uno de ellos, que demuestran el orden o el compás preso aún en la descripción del mal, repárese en la dicotomía sombra-luz.
Esta idea del perdón frente al odio y la gloria eterna de los mártires es el tema principal del poema. Corroboramos esta idea planteada inicialmente por Cintio Vitier,[8] y la similitud entre este texto y la elegía “Zenea”, calificada por el propio Martí in situ “poema del perdón profundo”. Se ha señalado el ímpetu romántico del poema. “Y es que en él, alta arista une dos lomas de diferente ladera, viene el romanticismo a dar últimos gemidos y apóstrofes postreros, para verterse después en el lujo moldeado y exacto del puro verso con que lo moderno se entra por la lírica de los últimos años del siglo xix. En “A mis hermanos muertos…” “las sombras de los estudiantes asesinados claman ‘perdón’” y el poeta retoma la palabra para insistir:
–Perdón –así dijeron
para los que en la tierra abandonada
sus restos esparcieron!–
–¡Llanto para vosotros, los de Iberia
hijos en la opresión y en la venganza!–
perdón ¡Perdón esclavos de miseria!
–mártires que murieron, bienandanza!–
La idea es idéntica en ambos poemas. Como si uno resonara en el otro. Los mártires no necesitan ni desean lágrimas, porque están ya en el goce sumo. Dice Zenea asumido por el joven Martí:
Secad de vuestras lágrimas la fuente.
la extensión limitada de la tierra,
el infinito espacio, el cielo inmenso
en su gigante corazón encierra!–
Y de sus “hermanos muertos el 27 de noviembre”, dice igualmente:
A esta estrecha mansión nos arrebata,
el espíritu crece,
el cielo se abre, el mundo se dilata,
y en medio de los mundos se amanece!”.[9]
Recorre a ambos textos esta idea de estirpe krausista: el sacrificio del hombre por la colectividad abre las puertas del espíritu.
[1] Andrés Iduarte, Martí escritor, Editorial Joaquín Mortiz, SIA, México, 1982, pp. 65-66.
[2] Ver Cintio Vitier, “Imágenes de “Nuestra América” en República de las letras, no. 45, Madrid, segundo semestre de 1995, p. 23.
[3] “El ser que vive sus imágenes en su fuerza primera siente que ninguna imagen es ocasional, que toda imagen entregada a su realidad psíquica tiene una raíz profunda –solo la percepción es ocasión–; al envite de esta percepción ocasional, la imaginación vuelve a sus imágenes fundamentales, provistas, cada una, de su propia dinámica”: Gastón Bachelard, “Las metáforas de la dureza”, en Revista Atlántica, no. 8, Cádiz, 1994, p. 193.
[4] Ángel Augier, “Martí, Poeta, y su influencia innovadora en la poesía de América”, en Vida y Pensamiento de Martí (II), Municipio de la Habana, 1942, p. 271.
[5] Esta misma idea también es abordada en su alegato “El 27 de noviembre de l87l”, escrito por igual fecha del año de 1872. “Y bien hicieron sepultarlos en la tierra sin término y sin límites: sólo ella es digna de recibir cuerpos que la energía hacía nobles, que la muerte hizo tan grandes…”. “Nosotros amamos más cada día a nuestros hermanos que murieron; nosotros no deseamos paz a sus restos, porque ellos viven en las agitaciones excelsas de la gloria”, JM, ob. cit., t. 1, p. 98.
[6] Martí en la estrofa 9 está rozando el esperpento. Sin propuesta en mano. Según Minerva Margarita Villarreal, en el trabajo que venimos citando, “Martí, si bien es considerado uno de los iniciadores del modernismo, bien podría situarse, dado el tratamiento que hace de ‘la patria’ y los horrores que en ella se practican, como uno de los promotores, sin propuesta en mano, como sí acontece con su cabecilla –me refiero a Ramón María del Valle-Inclán, innovador del esperpento– de la revolucionaria estética esperpéntica”, ob. cit., p. 24.
[7] José María Heredia. Obra poética (Edición Crítica de Ángel Augier), Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1993, p. 158.
[8] Cintio Vitier, Rescate de Zenea, Ediciones Unión, La Habana, 1987, p. 94.
[9] “‘A mis hermanos muertos el 27 de noviembre’, una de las composiciones revolucionarias de más encrespado tono compuestas por Martí”. Nota de Emilio de Armas, en Prosa (Julián del Casal), t. II, Editorial Letras Cubanas, 1979, p. 346.