En el 125 aniversario del fatídico momento en que José Martí cayó herido de muerte, en su primer combate armado de frente al enemigo, deben ponerse de relieve sus enormes aportes al pensamiento revolucionario cubano. En estas breves notas me referiré a algunos de los aspectos del legado martiano cuya vigencia ha de resaltarse en los momentos actuales.
El estudio de las ideas de José Martí no tiene como objetivo el desarrollo de habilidades pragmáticas para el uso de fragmentos o páginas de sus textos como apoyo justificativo de determinados hechos o criterios del presente. Debe conocerse profundamente el pensamiento del Maestro, valorar su permanencia, la proyección de aquellas concepciones que elaboró para su época y que la han transcendido; los principios que constituyen la base de su ideario, el dominio del método cognoscitivo que le permitió penetrar las realidades que lo rodeaban, así como su visión de la responsabilidad del hombre ante la sociedad. A la vez, ha de estudiarse su vida, pues en él se da la cualidad poco común de la correspondencia entre la prédica y la actuación: no sólo compartió los anhelos y logros de su pueblo, sino también sus angustias y carencias.
La legitimidad mayor de las ideas martianas se halla en su enraizamiento en la realidad continental y cubana, por haber surgido del conocimiento profundo de estas. En ninguna obra de un pensador de otra época aparece la descripción del mundo de hoy, de sus problemas y de las soluciones para estos. Sólo si somos capaces de establecer acertados análisis comparativos y tener en cuenta tanto las circunstancias diversas como los valores permanentes, con su estudio podremos lograr un acercamiento enriquecedor a los retos actuales, lo que sería más difícil si los enfrentáramos desprovistos de lo que podemos considerar como un legado valorativo de generaciones anteriores.
Esta herencia intelectual puede contribuir a encontrar las claves del conocimiento del pasado y del presente, que no se hallan en leyes supuestamente universales, aplicables a cualquier realidad, sino en el estudio sistemático de ésta, para descubrir las verdades e interpretarlas adecuadamente. El método ha de orientar las búsquedas y establecer los principios. Martí consideraba que debía llevarse a cabo el análisis de los factores reales del país: “Conocerlos basta,—sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella”. [Obras completas, La Habana, 1963-1973, tomo 6, página 18.]
El error, advirtió, podría generarse si, una vez conocidos los fenómenos, se pretendiera amoldarlos a esquemas prehechos, vía segura para el fracaso a mayor o menor plazo. De magnitud igualmente equivocada sería apelar a la imposición coercitiva, con negación del centro mismo del proyecto martiano, el hombre. El bienestar de éste no debe esgrimirse como pretexto para actuar contra la naturaleza humana. No es con una «concepción celeste del mundo» [OC, 2, 76] como pueden hallarse las soluciones al hambre, la incultura y el atraso económico. Hay que «apearse de la fantasía» y «echar pie a tierra con la patria revuelta», [OC, 3, 140] pues se actúa con personas diversas, cuyas aspiraciones no son el logro de una situación paradisíaca, sino de una sociedad donde impere la justicia social, y ésta ha de presentarse como alcanzable. Imperfecta, pero posible.
La sabiduría radica en comprender el mundo actual. El proyecto de emancipación humana no se halla en el escape ilusorio ante las nuevas condiciones, sino en el enfrentamiento a sus aspectos negativos. La historia no se detiene en ningún punto de negación, ni el género humano es presa de un retorno cíclico, como pretenden hacer creer quienes optan, consciente o inconscientemente, por un inmovilismo paralizante que les garantice la permanencia estática de lo existente, sin comprender que las fuerzas sociales de un país no pueden hallarse eternamente entre límites prehechos, y que de no encauzarse hacia la satisfacción de los intereses y necesidades legítimas de las mayorías populares, estas hallan el modo de lograrla y, en ausencia de una adecuada dirección, podrían actuar en detrimento del bien patrio. No cabe una excesiva idealización de las potencialidades humanas, sobre lo que Martí advirtió: «los pueblos no están hechos de los hombres como debieran ser, sino de los hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se mejoran si aguardan a que la naturaleza humana cambie». [OC, 2, 62]
El hombre es el gestor, el actor y el beneficiario de la revolución a que aspiraba para su país. Advirtió que la dicha futura de Cuba se encontrará «en el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre»; [OC, 3, 139] que la República ha de tener «por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio», [OC, 4, 270] lo que para él constituía no sólo un derecho, sino un deber: «El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo». [OC, 19, 381]
Para el dirigente político que llamaba a su pueblo a una guerra de liberación nacional contra un poder absoluto, intransigente, antidemocrático, no bastaba con formar combatientes para las batallas que se librarían con fusiles, sino para los enfrentamientos ideológicos que tendrían lugar antes, durante y después de la contienda. «De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento». [OC, 4, 121] Expuestas cuando ya había comenzado la guerra de independencia, estas palabras dan la medida de la importancia concedida por Martí a la labor del enemigo en su aspiración de ganar para sí las conciencias de los indecisos y los débiles, los confundidos y las vacilantes, y de generar confusión en las filas de los revolucionarios. A esta forma peculiar del plan de batalla del contrario había de contestarse ¾ha de responderse, siempre¾ con la exposición sincera y franca de la verdad, sin ambages, de modo que cada ciudadano asuma la defensa del proyecto común, de todos, como un acto consciente, no como acatamiento sumiso, único modo de lograr que cada patriota, donde quiera que se encuentre, aislado o como parte de un conglomerado menor o mayor, sea capaz de desplegar la lucha por la vida frente a quienes pretendan aniquilar la existencia de la nación.
De este modo, haciendo válido el legado martiano, la obra mayor del pueblo cubano crecerá sobre bases sólidas.