Martí viaja a Venezuela en enero de 1881. Su vapor toca tierra, primero, en Puerto Cabello, antes de trasladarlo a La Guaira, desde donde seguiría, por tierra, su recorrido hacia Caracas. En el discurso que habría de pronunciar en el Club del Comercio de la capital, el 21 de marzo de ese propio año, rememoraría su satisfacción al desembarcar en aquella pequeña población: "Me parecía el aire cargado de excitaciones y de voces; tendía la mano en el vacío, como para es trechar manos queridas". Más tarde, en sus memorias "Un voyage a Venezuela", recordaría aquella pequeña ciudad llena de "gentes trabajadoras". Es tradición popular que, al conocer de su arribo, ilustres ciudadanos le tributaron un recibimiento en la llamada Casa Rosada de la Calle de Salón, frente a la Plaza Salom. La edificación servía de sede a logias masónicas y se asegura que nuestro viajero hizo uso de la palabra ante porteños y emigrados cubanos y puertorriqueños.
La llamada Casa Rosada.
En cuya pared frontal se ha reproducido una cita martiana para recordar su presencia en el lugar: "Puerto Cabello, cesta de flores que va en busca de los forasteros
En marzo de 1877, el muy joven José Martí llega a Guatemala y se marcha definitivamente del país a fines de abril de 1878. En ese poco más de un año de estancia casi permanente, llegó conocer a la perfección lo que hoy es el sector más antiguo de la capital guatemalteca donde residiera, trabajara y cultivara entrañables amistades. Seguramente, gracias a sus traslados habituales a pie, llegó a conocer a la perfección las edificaciones más importantes, entre ellas, la Catedral Metropolitana, que consideró “vasta y artística”, y quedaría impresionado, sobre todo, con su majestuosa entrada, presidida por esculturas de los evangelistas, entre los cuales su predilecto fue el San Juan --“la amorosa cabeza se destaca, natural es la posición, buena la mano, bien tocada la difícil cabellera”. Aquellas cuatro tallas en “piedra burda” se destruyeron a consecuencia de los terremotos ocurridos a inicios del XX. El atrio, tal cual lo conoció Martí, no existe ya.
“En el atrio de la Catedral, que se parece a todas las grandes iglesias americanas, con sus tres naves en el interior,—y su fachada de puerta colosal, enmarcada entre las dos elegantes torres de los costados,—se alzan las estatuas de los Evangelistas, obra de un escultor indígena—que jamás ha visto en su tierra otras obras de arte que el caballo incorrecto que adorna la fuente de la Plaza, ni ha salido nunca de su país, y que hace con la misma facilidad ese excelente San Juan tallado en la piedra amarilla, como una Venus indolente tallada en una concha. Ese escultor se llama Cirilo Lara.”
El primer viaje de Martí a la República Dominicana, tuvo lugar entre el 9 y el 24 de septiembre de 1892. En su recorrido por el país, visita la capital, Santo Domingo: allí se encuentra con cubanos emigrados e intelectuales dominicanos descollantes. Es muy bien recibido por las autoridades. Durante su estancia, el ministro de Relaciones Exteriores, Ignacio María González, le concedió un permiso especial para que le fueran mostrados los restos de Colón, entonces expuestos en la catedral dentro de la urna de plomo en que fueran localizados. Entre otros, lo acompañaron Federico Henríquez, Jaime R. Vidal y Francisco Gregorio Billini. Según Emilio Rodríguez Demorizi, permaneció cerca de una hora escuchando las explicaciones de Emiliano Tejera en torno al hallazgo de los restos y que, antes de marcharse, escribió sus impresiones en el Álbum de Admiradores de las Cenizas del Descubridor.
“El lenguaje pomposo sería indigno de una ocasión que levanta el espíritu a la elocuencia superior de los grandes hechos. Y entre los hechos grandes, acaso lo sea tanto como el tesón que descubrió el mundo nuevo, la piedad con que los hijos de Santo Domingo guardan las glorias y tradiciones de su patria.―19 de septiembre, 1892. José Martí.”
Citado por Emilio Rodríguez Demorizi en Martí en Santo Domingo.
José Martí desembarcó en la Guaira, Venezuela, en enero de 1881 a bordo del vapor Felicia. Algunos autores han fijado la fecha de su arribo en día 20 de ese mes y otros, el 21. Calificó de “animada” aquella población que se asentaba a lo largo de estrecha franja costera y que llegaba a fincarse en las primeras estribaciones de la Cordillera de la Costa. El mismo día de su llegada, continuó camino hacia Caracas en una “diligencia, el vehículo en que se hace el viaje” ―como él mismo testimoniara en sus memorias “Viaje a Venezuela”―, en “vulgar cochecillo” ―como habría de recordarlo en su discurso en el Club de Comercio, en marzo, ya en la capital. Seguiría entonces el llamado Camino de los Españoles, que corría entre precipicios y crestas imponentes y que incluía la abrupta subida al Cerro El Ávila. Repetiría el trayecto de vuelta al salir del país, cuando partió desde la propia Guaira el 28 de julio a bordo del vapor alemán Claudius.
“[…] se acuesta uno en el barco al atardecer, y se levanta al amanecer ante la Guaira, el puerto de mar de Caracas […]. Vista de lejos, es como una multitud de bonitos cachorros de perros echados bajo un inmenso vientre.”
Un viaje a Venezuela
Martí realiza tres viajes a la República Dominicana, en 1892, 1893 y 1895, y en todos sus recorridos visitó Montecristi. En esas ocasiones, se relacionó con miembros muy significativos de la Logia Quisqueya No. 15 de esa población, quienes estuvieron vinculados de manera estrecha con las acciones clandestinas que realizaba como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, a favor de la causa independentista de la Isla y de la guerra que organizaba. A esa logia estaban afiliados nada menos que Máximo Gómez, Jesús Badín, Benigno D. Conde, Juan E. Bory, Francisco Carvajal, Carlos Nouel, John Poloney, Cornelius G. Moore. Variados testimonios indican que, durante esas estancias, y en su calidad de masón, llegó a participar en las tenidas de la Quisquella No. 15. Juan E. Bory, en Poema de fe, rememora la noche en que escuchó allí "el torrente elocuente del verbo del Maestro", y Gabriel García Galán, en el prefacio a la publicación de una conferencia del masón mexicano Camilo Carrancá, aseguró que pronunció “un discurso pleno de índices fraternales” en la iniciación de Juan E. Bory, justo antes de partir a incorporarse a la guerra en Cuba.
Es opinión generalizada que Martí llegó por tercera vez a la República Dominicana el 7 de febrero de 1895 por vía marítima. Entre los territorios que visitara en esta última estancia, correspondiente a los preparativos para la expedición hacia Cuba, estuvo el norteño Guayubín. Todavía hoy día los pobladores muestran los fragmentos de una curiosa formación que ha dado en llamarse “piedra parida”, ahora fracturada en varios pedazos cubiertos parcialmente por la vegetación: Luis Manuel Jiménez (Mallén) ―historiador aficionado y ex capitán de cuerpo de bomberos― advierte que, según reza la tradición, allí se sentó a descansar Martí a la sombra de un cambrón enorme, en espera del coche que lo trasladaría de vuelta a Montecristi. Olga Lobetty, en su libro José Martí en Montecristi, asegura que regresaban de visitar al gobernador, Miguel Andrés Pichardo (Guelito).
Martí llega a Guatemala en 1877 y permanece hasta el año siguiente. Su estancia de catorce meses solo fue interrumpida por un viaje rápido a México con el fin de contraer matrimonio con Carmen Zayas-Bazán y regresar en su compañía. Era de esperar que nuestro viajero, curioso y buen caminador, recorriera la bella capital donde se estableciera. En sus textos alabó tanto las viejas como las nuevas edificaciones, deteniéndose con especial frecuencia en las numerosas y espléndidas iglesias, y en las piezas artísticas que ellas atesoraban. Admiró en particular la antiquísima y sobria Ermita del Carmen, ubicada sobre el que llamó “poético Cerro”, muy diferente al resto porque había sido erigida antes del traslado de la capital, en el siglo XVII. Sus proximidades eran lugar de paseo y reunión preferido por las familias sobre todo los domingos y, con seguridad, también debió serlo para el joven matrimonio. Aún se conserva en pie la pequeña iglesia, tal cual en la época.
“Aquélla, es el Cerro del Carmen, coronada por una ermita, de cúpula hemisférica […]. Los domingos, y el día de la Virgen, si se mira desde el Cerro del Carmen, se creería ver un amontonamiento pintoresco de gusanos de colores, que se mueven perezosamente. Esos días, la colina está llena de mujeres, tan llena que no se ve la yerba. Los hombres, con sus trajes negros y su sombrero de fieltro a la Don Juan, alzado por detrás, echado sobre los ojos,—hacen más brillante, por el contraste, el alegre color de los mantos.”
“La América Central”