Conmemoramos hoy el cuarenta aniversario de la creación del Centro de Estudios Martianos. La benevolencia de mis colegas, y los treinta y siete años de labor ininterrumpida en nuestra institución me han hecho acreedor de la oportunidad de expresarles la significación que para mí ha tenido esta trayectoria de más de siete lustros dedicados al estudio y la divulgación científica de la obra y el ejemplo de José Martí.
En aras de la brevedad a que debo reducir mis palabras, omito muchos nombres de colegas sin los cuales hubiera sido imposible mi desarrollo como investigador y, lo más importante, como ser humano. Sólo haré excepción con unos pocos de quienes ya no despliegan su actividad vital pero que, cuando les fue posible, no escatimaron su tiempo para ayudarme a sobrepasar los momentos iniciales de esta gran aventura intelectual en la que aún me encuentro, nos encontramos muchos. Cuando traspuse la puerta del salón donde radicaba el Centro, en 1980, tenía la seguridad de poder contar con el apoyo, entre otros, de Cintio Vitier, a quien conocía de la Sala Martí de la Biblioteca Nacional. Tanto él como varios poetas, ensayistas, historiadores y politólogos ―Julio Le Riverend, Ángel Augier, José Cantón Navarro, Ramón de Armas― contribuyeron con indicaciones bibliográficas y oportunas críticas a que venciera las deficiencias más notables de mis métodos de trabajo y de exposición. A todos ellos, y a los que aún continúan en el gran colectivo de trabajo martiano haciendo viable mi superación, les expreso el más profundo agradecimiento.