Dialogar con la poeta y ensayista Caridad Atencio Mendoza, es contemplar —bajo su lente de creadora—, la palabra precisa, la imagen decisiva que posteriormente tendrá forma de verso. Considerada una de las poetas más influyentes de la generación de los 90, Atencio ofreció a Tribuna de La Habanacriterios y experiencias de su labor como escritora.
¿Consideras a la poesía como la primera casa del hombre?
—Las “cosas” del mundo tienen un diseño profundo para el espíritu. Quizá por eso la poesía sea la manera de reencontrarse con ese mundo, de intentar entenderlo. Pueden ser aplicadas a ella las palabras que alguien intentó para clasificar el arte como “una eterna conspiración” o “la felicidad más intensa que el hombre puede procurarse”. La poesía es contención en el desbordamiento y el poema un mapa de una imagen interior, o como dijo un escritor español, “lo indecible dicho”. Últimamente he pensado también que la poesía es lo que quedó luminoso del fracaso.
Eres devota de la obra martiana. ¿Algún testimonio que quieras compartir sobre el Apóstol?
—De José Martí habría tanto que contar, que mejor es decir poco para ser esencial. En su poesía se encuentra el más alto grado de intensidad lírica dentro de la literatura de nuestra tierra. Escuché decir a Retamar que era el autor más completo que había leído. Dos de sus pensamientos que provocan, en mí, centralidad hacia su obra son: “La ingratitud es un pozo sin fondo, y como la poca agua, que aviva los incendios, es la generosidad con que se intenta corregirla. No hay para un hombre peor injuria que la virtud que él no posee.
“El ignorante pretencioso es como el cobarde, que para disimular su miedo da voces en la sombra. La indulgencia es la señal más segura de la superioridad.” Y otra muy relacionada con lo que preguntas sobre la poesía como primera casa del hombre: “La mitad de los hombres pasó dormida sobre la faz de la Tierra, comieron y bebieron, pero no supieron de sí”.
En tus ensayos existe gran dosis de lirismo. ¿Mezclas géneros al escribir?
—Existen vasos comunicantes bien conocidos por los escritores y críticos entre el ensayo y la poesía. Algo curioso: muchos de nuestros renombrados escritores contemporáneos, que cultivan estos géneros, cuando le preguntas qué son en realidad y cómo clasificarlos dentro de las letras, con un solo oficio, te dicen: poeta. Eso dice mucho acerca de lo que venimos conversando. Es como un pensamiento que se organiza desde un centro lírico impecable, pero que toma forma diferente de manifestarse. Claro que mezclo géneros al escribir. Es un elemento que puede ayudar a la hora de buscar originalidad.
¿Tienes algún método o disciplina?
—Pese a nuestro oficio la aridez es lo natural. De ahí viajamos instintivamente a la obsesión: resguardar esa frase que nos quema o nos persigue. Desde que comencé a escribir me asaltan frases en el sueño y en la vigilia. A veces con mayor frecuencia que otros períodos. Las anoto en mis libretas y las uso en la composición de mis poemas, que sí tienen una idea como centro. A veces las dejo descansar y entonces, un día, descubro que poseen entre sí una íntima y secreta relación. Porque en lo refractario hay algo fragmentario, porque en lo fragmentario hay algo refractario. Creo en la yuxtaposición y consecutividad —a un tiempo de las ideas— en la imagen, y el realce que este tipo de frases, debidas a la “inspiración” puede dar al poema. Como creo en la necesidad de trabajar exhaustivamente la composición que, en ocasiones, deviene como estilo inimitable del escritor.
“Quizá eso sea reflejo de que siempre he concebido al poema como la puesta en escena de un conflicto; una de las formas de evitar lo nimio; una de las fuentes de la vitalidad. El poema se forma por acumulación y descubrimiento. Atesorar, para un día impensado, encontrarle la arquitectura ideal”.
Si tuvieras que definir el acto de creación en una palabra ¿Cuál sería?
—Una experiencia con valor en sí misma que, recordando a Susan Sontag (escritora, novelista y ensayista, profesora, directora de cine y guionista estadounidense, ya fallecida), debe dar la impresión de ser algo segregado, no construido