Plantación de la vid

Plantación de la vid

Nuestra América, apenas lo quiera, producirá buenos vinos.–Por qué los californianos no son mejores, es difícil de explicar: paradoja parece, pero es cierto: los productos tienen las condiciones del hombre que nace en la tierra en que aquéllos se crían: y el hombre, en pago, tiene las condiciones de los productos entre los cuales nace, y de los cuales se nutre. Para vid buena, espíritu caliente y sol brillante. Casi no hay país de Hispano-América que no esté poniendo especial atención al cultivo de la vid. Chile y Perú dan vinos, ya no malos; de la frontera del Norte, van a México unos vinillos suaves y rojizos que auguran una excelente industria. Guatemala se enorgullece con razón de sus uvas de Salamá, que parecen ciruelas de las famosas de Fontainebleau. Montevideo tiene comarcas enteras, plantadas de cepas. En Buenos Aires, allá en los confines de Bolivia, ya hemos dicho en LA AMÉRICA que cunde la afición al cultivo de la vid.

Vino, a todos gusta. Los franceses, tan industriosos y útiles, suelen volverse de nuestros países a Francia, porque hechos al vinillo retozón o al vinazo azul que los alegra y alimenta, no pueden habituarse a vivir donde no hay vino, o lo hay muy caro. Y los mismos que no hemos nacido en Francia, entendemos sin dificultad este culto pagado a las generosas uvas. Hay en la vid algo del espíritu del hombre. Los alcoholes abominables agobian y embrutecen. El vino, sano y discreto, repara las fuerzas perdidas.

Y no haya miedo en emprender en América este cultivo. Su uso está ya bastante generalizado en nuestros países para que no esté asegurado el consumo de cuantos vinos produzcamos, apenas comencemos a prepararlos bien. Hay que educar la uva y que aprender a hacer vinos corteses y ligeros.

La América. Nueva York, septiembre de 1883.