Observaciones sobre el hábito de fumar cigarrillos de papel
La costumbre que se va cada vez más generalizando de fumar incesantemente cigarrillos de papel es muy poco menos dañina, aunque de una manera sutil y poco sensible, que el hábito de tomar tragos de alcohol entre las comidas. Nada tenemos que decir contra el fumar a horas oportunas y con moderación; ni las observaciones que vamos a hacer se refieren al uso de los tabacos o puros ni de las pipas. Contra lo que deseamos protestar es contra el hábito de fumar cigarrillos de papel en grandes cantidades, imaginándose que estas dosis pequeñas de nicotina no son dañosas. La verdad es que debido quizás a la manera en que se divide la hoja del tabaco, unida esta circunstancia al hecho de ponerse en un contacto más directo con la boca y los conductos del aire, que cuando se fuma en una pipa o en forma de tabaco o puro, los efectos producidos por el abuso de los cigarrillos de papel son más marcados y presentan caracteres más fijos que los que se observan después de emplear otras maneras de fumar. Al estudiar el pulso de un individuo que ha fumado una docena de cigarrillos se encontrará que está más deprimido que después de fumar tabacos puros. Es práctica común de los jóvenes que fuman cigarrillos consumir de ocho a doce por hora, y continuar esa operación cuatro o cinco horas por día. Quizás no sea grande la cantidad de tabaco consumido, pero no hay duda que el volumen de humo a que están expuestos los órganos respiratorios del fumador, y las propiedades de ese humo respecto a la proporción de nicotina introducida en el sistema, se combinan para poner el sistema completamente bajo la influencia del tabaco. Hemos tenido conocimiento en estos últimos meses de un número considerable de casos, en que muchachos y jóvenes que no habían alcanzado aún su completo desarrollo físico, han visto su salud seriamente alterada por el hábito de fumar incesantemente cigarrillos de papel. Conveniente es que estos hechos se sepan, pues es evidente que prevalece la idea de que, cualquiera que sea su número, estas bocanaditas de humo no pueden ser dañinas en lo más mínimo, cuando al contrario producen con frecuencia mucho daño.
La América. Nueva York, septiembre de 1883.