Los ingenieros del puente de Brooklyn, un texto martiano memorable.
Por: Dra. Marlene Vázquez Pérez

Marlene_VazquesUno de los íconos distintivos de la ciudad de Nueva York es, sin duda, el Puente de Brooklyn. Inaugurado en 1883, dejó su impronta en la obra del cubano José Martí, quien residía entonces en la urbe norteña, y le dedicó dos formidables crónicas para la prensa sudamericana. Aunque estas piezas sobresalen por su alto valor informativo y literario, mucho más atractiva, en nuestra opinión, resulta la semblanza biográfica “Los ingenieros del puente de Brooklyn”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 18 de agosto de 1883. Aquí los ingenieros Roebling, padre e hijo, adquieren una estatura humanamente heroica, por decirlo de algún modo, que impacta, incluso, por la propia concisión del texto, pues se trata, en verdad, de dos retratos engarzados por la obra común.
Cuando se remonta a la cuna y temprana juventud del mayor, en su recorrido por los hitos fundamentales de una existencia signada por el estudio y la laboriosidad, insiste Martí en que luego de su titulación, Juan Roebling trabajó tres años en obras del Gobierno. Seguidamente pasa del hecho concreto a la generalización de contenido ético, cuando apunta que “el que la nación educa, si no aprende para vil, debe dar la flor de su trabajo, la flor de su vida, a la nación.”1. Tales planteamientos se presentan con hondo sentido didáctico, pues se pretende también preparar al lector del diario no sólo para que trabaje en bien de su país, sino para fomentar en sus conciudadanos el sentido de compromiso cívico.
Cuando Martí narra el proceso de concepción y diseño del puente, no encuentra mejor modo de expresarlo que a través de la analogía con la creación literaria: “Como crece un poema en la mente del bardo genioso, así creció este puente en la mente de Roebling.”1 A nuestro modo de ver, tal afirmación se debe no sólo a la comprensión de la complejidad y hermosura de la magna empresa, sino a la conciencia de que los tiempos, marcados por los avances científico – técnicos, comenzaban a reclamar nuevos modos de expresión, que contuvieran en formas inéditas hasta entonces, los encantos singulares de la vida cotidiana. Una existencia que transitaba del recato del espacio privado a maneras de ser más colectivas, más públicas, y que se desenvolvía cada vez más en un ámbito urbano en perpetua transformación a merced de los vertiginosos cambios tecnológicos que preparaban la conclusión del siglo para la apertura al siguiente. La conciencia martiana de ese hecho se muestra de modo recurrente a lo largo de muchas páginas de crónica, con ligeras variantes, pero tal vez el modo más acabado de expresión de esa misma idea esté en el siguiente pasaje, que concuerda de manera aleccionadora con el espíritu de esta semblanza y da fe de la capacidad precursora de su pensamiento:

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