Entre los muchos militares norteamericanos de ejecutoria destacada en el siglo XIX sobresale la figura del general William T. Sherman (1820-1891), uno de los jefes nordistas más brillantes de la Guerra Civil.
El cubano José Martí en la galería de semblanzas biográficas que le dedicara a los estadounidenses ilustres, contenidas en sus Escenas norteamericanas, le dedicó numerosos comentarios, aunque no un retrato unitario extenso, como sí lo hizo con Grant o Sheridan, entre otros.
Es tal vez en la semblanza de Grant donde encontramos una de las primeras menciones del general Sherman, que en su calidad de colaborador, subordinado y amigo de aquel, es visto como su contrapartida. Dice de él Martí entonces:
Sherman, alto, elocuente, centelleante, inquieto, inspirador, desasosegado, desbocado, fiero—; Grant, corto de cuerpo, ya espaldudo, lento, sobrio en el hablar, de ojo impasible, que acaparaba lo que oía, que no daba de sí: Grant, que concebía laboriosamente, o volteaba en la memoria con esfuerzo lo que acababa de oír; Sherman, que como en lluvia de chispas vertía ante su amigo silencioso sus planes e ideas. A veces, a todo un discurso de Sherman, Grant no contestaba.
Otras veces, nos lo presenta de un trazo, en su desconocimiento de los pueblos de Nuestra América, a los que mira con altanería, y sólo atento a la libertad de su propio país. En 1889, a raíz del triunfo presidencial de Benjamín Harrison, en una de sus crónicas para El Partido Liberal, de México, refleja el cubano la diversidad de opiniones que se expresan en la prensa norteña respecto a la futura política del nuevo gobierno. La naturaleza rapaz y conquistadora del militar aparece allí avecinada con la opinión de políticos que pretenden extender el dominio estadounidense sobre el sur: