A propósito del 22 de enero: Carlos Sauvalle y los sucesos del teatro Villanueva
Por: María Luisa García Moreno

Aunque recordado, sobre todo, por su relación con el José Martí adolescente de la etapa del estallido redentor –cuando el jovencito colaboraba con el periódico El Laborante, dirigido por Sauvalle (mayo de 1869-octubre de 1870)–; por sus atenciones al amigo enfermo durante su reencuentro, ambos desterrados en España, luego de la terrible experiencia que sería para Pepe el presidio, y por su colaboración durante la Tregua Fecunda, cuando preparaban la Guerra Chiquita, lo cierto es que este hombre es un patriota con historia propia como periodista al servicio de la independencia y como combatiente clandestino.

Nació Carlos Eduardo Sauvalle Blaín el 29 de agosto de 1839; era hijo del notable naturalista Francisco Adolfo Sauvalle Chanceaulme (Charleston, Carolina del Sur, 1807-La Habana, 1878), quien luego de estudiar en Francia, se estableció en una hacienda propia en Vuelta Abajo –cerca de San Cristóbal, Pinar del Río–, en un entorno favorable a la investigación de la naturaleza. Tenía Carlos doce años de edad, cuando fue enviado a estudiar a un colegio jesuita en Georgetown, cerca de Washington, y de allí pasó al Instituto de Ingeniería Civil de Troy, Nueva York, donde se graduó en 1856 y después regresó a Cuba.

El alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (10 de octubre de 1868) y los acontecimientos que le sucedieron –levantamientos del Camagüey en Las Clavellinas (4 de noviembre) y de Las Villas (6 de febrero de 1869), así como las primeras acciones de la Guerra de los Diez Años, en particular, la toma de Bayamo (18-20 de octubre de 1868), convertida en cuartel general de la naciente Revolución, así como el conmovedor incendio de esa ciudad (12 de enero de 1869), que desde entonces sería conocida como “la ciudad antorcha”– llenaron de esperanzas los corazones de todos aquellos que soñaban con la libertad; pero también recrudecieron los ánimos de los más reaccionarios defensores del régimen colonial, entre quienes se hallaban los miembros del Cuerpo de Voluntarios.

Al decir de Roig de Leuchsenring: “[…] La Habana fue siempre foco intensísimo de agitación y conspiración separatistas, de protestas y rebeldías contra el régimen colonial; e insignes hijos de esta ciudad y de otras provincias, residentes en ella, libraron en todo momento ardorosas campañas en la prensa, en la tribuna, en el libro y en el seno de asociaciones cívicas –logias masónicas, especialmente–, ya de modo abierto, ya en secreto, para recabar de España, primero pacíficamente, derechos y libertades, y después mediante la fuerza de las armas […]”.[1]

Al estallar la Revolución de 1868, Sauvalle se destacó de inmediato como uno de los elementos desafectos al régimen español y partidario del movimiento separatista iniciado por Céspedes.

Existía entonces en La Habana, como en toda la Isla, un grupo de privilegiados que pretendían sacar lascas de la situación, aparentando posiciones contra España que no eran más que cartas para la adquisición de nuevos privilegios y concesiones. Eran llamados “retranqueros”,[2] porque, en verdad, ponían una retranca a las verdaderas ansias de libertad del pueblo. Frente a estos oportunistas, los revolucionarios genuinos, entre quienes se hallaba Sauvalle, idearon un plan para dejar públicamente evidenciada la aprobación popular a la Revolución.

Para el 22 de enero de 1869 estaba prevista en el teatro Villanueva –situado en la explanada donde hoy se halla el Museo de la Revolución– una representación de la compañía Bufos Habaneros. Por lo general se piensa que fueron espontáneos los vítores a Cuba y a Carlos Manuel de Céspedes que surgieron entre la concurrencia, cuando el actor Pepe Ebra expresó: “¡No tiene vergüenza/ […] / El que no diga conmigo / ¡Viva la tierra que produce la caña!”.

Sin embargo, no fue tan así: los patriotas habían comisionado al tabaquero Jacinto Valdés, popular guarachero de la compañía, para llevar a cabo esa misión. Se había repartido propaganda al respecto e, incluso, se había divulgado un programa, firmado por “Varios insolventes” –todo el mundo sabía que se refería a “Varios insurgentes”–, en el que, entre otras se anunciaba una canción titulada “La insurrecta”. Esa noche, el teatro estuvo engalanado con “banderas estrelladas”[3] y las damas habían sido incitadas a llevar en sus ropas los colores de la enseña tricolor. Según García del Pino, “[…] era imposible echar más leña al fuego”.[4] Además, los patriotas que habían organizado la actividad estaban preparados para dar la batalla y Sauvalle se había encargado de distribuir las armas.

Esa noche, durante la representación, las ya mencionadas palabras del actor levantaron de sus asientos a los asistentes, quienes dieron entusiastas vivas a Cuba y a Céspedes, a lo que españoles respondieron gritando “¡Viva España!”.

Los voluntarios, que se hallaban allí cerca, junto a la muralla, al sentir los aplausos y aclamaciones del público, “[…] entraron en el teatro, hiriendo a tiros y bayonetazos a numerosos concurrentes, ocasionando varias muertes, entre ellas la de dos señoras”,[5] y hasta la de un niño de ocho años, mientras que entre los lesionados había una joven.[6] Tras el tiroteo, el teatro quedó rodeado y ocupado por los uniformados, quienes pretendían quemar la ins­talación con las personas adentro; “[…] otros, con la punta de las bayonetas desgarraban los vestidos de las señoras y arrancaban las cintas y flores azules y rojas con que ellas adornaban su tocado”.[7]

Esa noche, en las zonas aledañas también se desató una feroz represión que el joven Martí, testigo presencial de los hechos –se hallaba en casa del maestro Rafael María de Mendive y Daumy, adonde fue a recogerlo la madre–, recordó años después: “[…] mi madre atravesó para buscarme, y pasando a su lado las balas, y cayendo a su lado los muertos, la misma horrible noche en que tantos hombres armados cayeron […] sobre tantos hombres indefensos”,[8] y con posterioridad recreó el suceso en sus Versos sencillos.

Sauvalle, el entusiasta editor de publicaciones independentistas como El Laborante y uno de los organizadores de los sucesos del teatro Villanueva, razón por la cual fue deportado a España, convirtió su casa de Madrid en centro de reunión para los cubanos, brindó apoyo a Martí cuando este llegó a España enfermo y se encargó de distribuir El presidio político en Cuba (1871) y La República española ante la Revolución cubana (1873), cuyas ediciones posiblemente sufragó.

Regresó a Cuba en 1879, durante la paz del Zanjón, donde coincidió una vez más con José Martí y reanudó su amistad con el joven patriota, quien lo visitó en más de una ocasión en su finca Balestena, al pie de la sierra del Rosario, en Pinar del Río, durante la preparación de la Guerra Chiquita. Dedicó toda su fortuna a la causa independentista.

Muy delicado de salud, no pudo participar en la guerra necesaria organizada por su compatriota, y falleció en 1898; pero nos legó una historia de solidaridad y entrega a la causa de la libertad.

[1] Emilio Roig de Leuchsenring: “Martí en los trágicos sucesos ocurridos en La Habana en el mes de enero de 1869”, Carteles, en Cubarte. Portal de la Cultura Cubana.

[2] En un pequeño suelto titulado “Los retranqueros”, Martí escribió: “[…] se han dedicado a este oficio ciertos prohombres que pretenden guiar la gran locomotora de los acontecimientos, abriendo y cerrando a su antojo la retranca […]”, cit. por César García del Pino: “El Laborante: Carlos Sauvalle y José Martí”, en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, no. 2, mayo-agosto de 1969.

[3] La voz de Cuba, La Habana, 29 de enero de 1869, p. 1, cit. por César García del Pino, ob. cit., p. 174.

[4] César García del Pino, ob. cit., p. 172.

[5] Emilio Roig de Leuchsenring, ob. cit.

[6] Según García del Pino, la joven Antonia Somodevilla, una de las actrices de la compañía, quien sacó al escenario una bandera separatista.

[7] Según el diario francés El Nacional, cit. por César García del Pino, ob. cit., p. 176.

[8] Cit. por María Luisa García Moreno: José Martí. Un cubano a prueba de grilletes, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2017, p. 31.