A Fina García Marruz en su cumpleaños
Por: Carmen Suárez

Fina hace de sus poemas verdaderos movimientos del alma.
Cintio Vitier

Esta mujer que acaba de cumplir sus noventa y siete, nacida en Cuba el 28 de abril de 1923, es una de la poetas mayores de la literatura en lengua castellana. Formó parte del Grupo Orígenes nucleado en torno a la Revista Orígenes y a José Lezama Lima. Su poesía que participa de lo que Roberto Fernández Retamar Trascendentalismo, ostenta también un estilo muy personal –como cada una de las poéticas de los origenistas. Ella escribe: “La poesía para mí, la viviente y la escrita, eran una sola, estaba allí donde se reunían los tres tiempos de la presencia, la nostalgia y el deseo.” Así, nos encontramos con una poesía entrañable, atada siempre a lo cotidiano, que parte de la evocación profundamente íntima de la madre, el vecino, un búcaro, un árbol o una calle y alcanza los más densos pensamientos y los recodos más intensos de la sensibilidad, descubriendo la trascendencia interminable del más familiar de los gestos, del más humilde de los tópicos.
Esas múltiples, infinitas resonancias de lo exterior vivido o soñado se despliegan en una poesía que habla coloquialmente pero con un enorme peso caritativo, de un intenso modo que hace reconocible su verso apenas comenzamos la lectura. Poseedora de una profunda cultura, tiene además una sólida producción ensayística y de investigación literaria. Reconocida estudiosa de José Martí junto a su esposo Cintio Vitier, cuya presencia en sus versos es constante.
Es profesora emérita de la Universidad de La Habana y ha recibido innumerables reconocimientos entre los que se encuentran la «Orden Alejo Carpentier» (1988), El Premio Nacional de Literatura (1990), la «Orden Félix Varela» (1995), el «Premio de Poesía Pablo Neruda» (2007) y el «Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana» (2011) y la Orden «José Martí» (2013).
Si los versos de José Martí son y se sienten como guerreros alados que van a envainar en el sol su espada de fuego, los de Fina siempre se me representan como aves que, en una escena silente, vemos atravesar el cielo con la gracia mística del vuelo que bate el aire, o mejor, que planean con su intensa complicidad, en un viaje hacia lo alto, con una serenidad que a veces condensa el sentimiento y los empapa, y los dejan al borde del grito, sin gritar jamás.
Es rara mezcla esta de espiritualidad y materialidad, los objetos navegan llenos de alma, fluyen con un temblor humano que ella sabe apresar en su lenguaje, como si construyera crónicas periodísticas de reciente actualidad pero pasadas por el interior del ser, densas de vivencia, acabada de experimentar o evocada con una actualización que nos estremece.
Elegir poemas es siempre una función aterradora, que te llena de angustia y de responsabilidades, y con esta poesía es casi criminal, porque es como si arrancaras un pedazo a un todo que es como un universo armónico, un ser vivo que necesita de todas sus partes, las más vistosas y perfectas o las más humildes. Pero después me consolé pensando en el análogo de que Martí siempre habla, ya que, al fin, cada parte refleja a todo el universo. Y además, es solo “mi antología”, nadie puede pedir “la antología” de una poeta mayor. Solo testimonio, en el umbral, sus rumores que me habitan.
La cubanía. Es la ola inicial que bate en mi cuerpo la poesía de Fina, la de esas esencias inapresables, siempre en marcha y no definibles. Es en el sentir, en la gravitación de ciertos objetos, en el conjunto de un sentimiento y un paisaje, en la conjugación de un recuerdo y el presente que hace un proyecto, de esas tangencias sutiles brota la certeza de lo cubano, esa convivencia de seres humanos que somos, nutridos de la isla, aquí o allá:

Ay Cuba, Cuba, esa musiquita ahora, de las entrañas, que conozco como un secreto que fuera mío….
“ Ay Cuba, Cuba”

Con brillo de machetes los palmares
batían su oro seco y polvoriento,
“Palmares”

Su ligereza de colibrí, su tornasol, su mimbre,
su suavidad de hierro indoblegable,
su desmoche a las plantaciones de lo secular,
su vivir, como el pájaro, en el instante.
“Su ligereza de colibrí…”

Es una poesía que va como tejiendo una red de impresiones, sucesos, objetos que apresan los instantes de la isla, su olor, su sabor, su luz, sus colores, su aire, sus interiores, su intemperie. La lengua recoge los más caros vocablos que aprendemos en la infancia y nos pasamos la vida nombrándolos sin darnos cuenta que son carne nuestra hasta que el verso los dice.
Martí. Viene de lo más recio, de lo más hondo. Y asoma por la dedicatoria, por una cita, por la evocación de la vida o de la obra, y es también una de las cuerdas sentidoras por donde el poema se expresa, una conversación entre amigos entrañables, que sopla en el fondo del verso, un reconocerse de las dos partes en el texto, en el paratexto y fuera de la escritura y hasta de todo otro texto, un reconocimiento en un guión invisible, al mismo tiempo mortal y vital. Conversión, comunión, que no ostenta la poesía de ningún otro cubano con la de José Martí.
Esa manera que ella tiene de echarse a la intemperie, sin ahorrarse nada, es hermana del modo con que Martí batallaba con el verso y con la vida. Muchos poemas van encabezados con citas de Martí o referencias a él, a manera de marcas paratextuales (Martí, Kingston, Jamaica) en su poema “El retrato” dedicado a Martí; Los tristes, ay los mágicos palmares, en que mi patria es bella todavía» en “Palmares”, y aún otras, funcionan como identificadores de esa presencia, claves, cifras que se han hecho escritura por necesidad de testimoniar con abundancia lo que habla al corazón. Tópicos martianos sobre poética, o visiones íntimas de la patria, o conjuros de esa sencillez alucinada y sabia significación.
Amar, trascender, liberar. Todos estos verbos apuntan a una religiosidad natural irradiada desde el fundamento del ser, que aspira a hacer de la poesía un camino de perfeccionamiento individual, solo a partir del cual puede salirse al mundo para emanciparlo. La liberación de los otros es primero autoliberación, preparación para el sacrificio. Como Martí, Fina cree que se debe “probar el amor”, energía última y legítima de toda revolución. Desde su catolicismo de profunda vocación social, Fina hace de la poesía un instrumento del conocer y el amar:
El mayor que sirve al más pequeño
sirve al que no lo puede acompañar.
Con las manos vacías no irá al Padre
“Hombre con niño pequeño”

El pueblo se llama Juan.
Siembra, muele maíz, aserra el tronco.
No alcanza estatua cuando muere, oscuro.
Pone el pecho a la bala en la guerrilla.
El pueblo se llama Juan, como el que dijo
«Ama, y haz lo que quieras». El lo hace todo, y ama.

“El pueblo se llama Juan”

Poesía, en fin, brotada de “esa urgencia del alma” que le reclamaba Gabriela Mistral, colocada más allá de la construcción, que supone y sobrepasa, para ir del artificio al rito, del ejercicio inevitable a la milagrosa creación.