Inicio estas reflexiones, con el interés expreso de dar a conocer mis vínculos, en un período exhaustivo de desempeño editorial, con el Anuario del Centro de Estudios Martianos.
Comencé a trabajar en el Centro de Estudios Martianos (CEM) en el año 1978, cuando recién salía a luz el primer número de su revista académica.[1] Apenas graduada de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas y sin ninguna experiencia editorial, me enfrento a una compleja ocupación, a los no menos complejos renombrados colaboradores —especialistas martianos y con un reconocimiento muy bien avalado por sus disímiles y exitosas investigaciones—[2] y al laborioso proceso de impresión, en aquellos años primigenios, en el taller poligráfico Urselia Díaz Báez del Ministerio de Cultura, con sus galeradas y planas que formaban parte de las distintas y sucesivas fases que definían este tipo de composición.
El Anuario del Centro de Estudios Martianos en aquel entonces era la única publicación que asumíamos desde la revisión de originales del autor hasta obtener la revista impresa. Su doble condición de libro-revista, sus más de cuatrocientas páginas, sus diferentes secciones con variados estilos constituyen un reto significativo para cualquier editor. Mis primeros maestros, el doctor Luis Toledo Sande, en aquel momento jefe de publicaciones, y Adolfo Cruz-Luis, diseñador de la Casa de las Américas, institución que nos apoyaba, fueron la ayuda decisiva no solo para conocer el intríngulis de esta tarea sino para despertar también el amor, la paciencia y la dedicación que necesariamente hay que lograr para acometerla, y que tenía que demostrar en aquel concluyente mes de prueba que felizmente pude superar.
No pocas fueron las anécdotas de este primer período laboral —no todo se circunscribió a mi aceptación en la plantilla oficial del CEM— y no todas fueron totalmente intrascendentes, aunque por una razón u otra tuvieran un final feliz. Una de ellas, que no puedo dejar de mencionar, eran los antológicos “cierres” del Anuario, cuando junto a Toledo Sande extendíamos en el suelo las cuartillas del número para organizar los textos que se incluirían en las diferentes secciones, contabilizar las cuartillas para ajustarnos al límite establecido por la imprenta y decidir las que pasarían al próximo; eran momentos muy estresantes.
Las exigencias de mi primer director, el doctor Roberto Fernández Retamar, maestro de maestros, las de quien siempre fue mi jefe más cercano y mi mentor en el ámbito martiano, Toledo Sande, y las de quien dirigía el Taller 04, Orlando Ferrer, donde el Anuario iniciaba y concluía su impresión, influyeron en mi constante ir y volver al texto siempre dudosa por el detalle que se agazapaba y se convertía en una amenaza permanente.
El experimentado Ferrer, invariablemente afable, pero inflexible en cuanto a asuntos que transgredieran pautas determinadas, nos hacía (a Luis Toledo Sande y a mí) esforzarnos en el poder de convicción para lograr lo propuesto, casi siempre por algún suceso nacional o del ámbito martiano que ocurría varios días después de la entrega o para dar a conocer en la fecha requerida asuntos de interés del Centro.
En varias ocasiones tuve que acudir con mucha humildad directamente a los linotipistas para “desfacer entuertos” escapados por mi poca pericia, recordando constantemente la convicción martiana: “El autor tiene un hermano, que es el impresor”.
Estudiar la figura de Martí y sus excelencias literarias, familiarizarme con su peculiar escritura, en esa época decimonónica, su sintaxis amplia, la complejidad de sus oraciones; conservar la atención en sus extensos párrafos para no extraviarme en las tantas oraciones que se subordinan sin interferir, no obstante, en sus ideas medulares; el dominio del campo léxico, el uso de sus incontables neologismos…, fue conquista de años, como también lo fue el poder encontrar la ubicación de sus escritos en las Obras completas, estar al tanto de las publicaciones que salieron a luz en los diversos periódicos y revistas del período, los nombres de sus colaboradores, amigos, familia, detalles de su vida, países que visitó y los diferentes lugares en donde vivió, así como las fechas de los acontecimientos más importantes en su existencia y en su obra; conocimiento indispensable para enfrentar una publicación sumamente complicada en primer lugar por la profundidad y nivel de especialización en los temas que presenta, los cuales obligan al editor a estar alerta no solo con el conocimiento que corresponde para afrontar cualquier desliz o lapsus, sino también para familiarizarse con su diseño interior, prolíficos estilos, cuantía de textos que la integran, escritos por diferentes autores no solo de habla hispana, en su mayoría con un aparato referencial de cientos de notas, y de ellas gran parte de Martí con o sin remisión a una fuente bibliográfica; elementos a tener en cuenta para si no intimidarse, pensar con cautela en la tarea que se emprendía.
En estos primeros años de entrenamiento advertí la importancia de documentarme, hice cursos de posgrado de toda índole, incluyendo el de edición de libros, participé en cuanta actividad del mundo editorial se gestara, asimismo intercambié con las editoras que coeditaban nuestros libros —debo señalar que junto al Anuario editaba la mayoría de las obras del Centro no solo de Martí sino también sobre él.
En el año 1986 tomó la dirección del Anuario Luis Toledo Sande, posteriormente Ismael González González (Manelo), Ramón de Armas, Enrique Ubieta, Rolando González Patricio, y desde el 2005 hasta la actualidad Ana Sánchez Collazo, quien tiene en su haber catorce entregas. El equipo de trabajo lo componían el realizador Orlando Díaz Díaz, la correctora Regina Arango Echevarría, varias redactoras de fugaz presencia, y la edición siempre estuvo a mi cargo. Parte activa he tenido en el Consejo Editorial en cada ciclo y me complace sobremanera que mis superiores confiaran en mi desempeño.
En 1991, y con motivo de conmemorarse el 121 aniversario de la llegada de Martí a Cádiz-España, fui la coordinadora por Cuba del evento; asimismo asesoré sobre los textos martianos, fotos, cronología, etc., que conformaron el libro dedicado a la efeméride.
En 1992, se produce un hito en nuestro proceso editorial, se sustituye la composición en la imprenta tradicional con sus linotipos y cajistas por la digital y empecé una nueva etapa de aprendizaje en estas lides que, como todo inicio, conlleva una reticencia al enfrentamiento, pero que a la vez es un imperativo para “calzar espuelas” ante la nueva tarea. Dominar un procesador de textos (que envejece cada cierto período), conocer las características de otros empleados en el diseño, fueron exigencias en la nueva era que me permitieron independizarme y afrontar individualmente todo lo concerniente al Word y facultarme para entregar lista para su emplane la entrega anual. Las diferentes fases editoriales se asumieron viablemente y con menos posibilidades de erratas. El Anuario número 15 (1992), dedicado al centenario del Partido Revolucionario Cubano, con sus cuatrocientas cuatro páginas fue el abanderado en esta incursión y nos permitió presentarlo en los últimos meses del siguiente año, teniendo en cuenta que el cierre del cronograma de entrega a las artes finales es el 30 de marzo.
En 1995, la prestigiosa revista española Poesía, en su número monográfico dedicado al centenario de la muerte de José Martí, solicitó mi asesoría para determinar los textos martianos indispensables en la selección, su iconografía y datos cronológicos.
Desde 1996 y hasta el 2009 ejerció la coordinación académica la poetisa, traductora y ensayista, investigadora del CEM, Carmen Suárez León. En el 2010, Marlene Vázquez Pérez, profesora y ensayista, también investigadora de nuestra institución, la relevó, y, a partir del 2015, contamos con David Leyva González, investigador y ensayista, quien dirige el Equipo de Estudios Literarios del CEM. La comunicación asidua con cada uno de ellos engrandeció mi acervo tanto martiano como editorial; en todo momento he escuchado con atención sus propuestas para incluir o desestimar artículos, la valía de cada autor, el respeto a su obra…
El 19 de julio de 2002, el Centro de Estudios Martianos me sorprendió en su aniversario fundacional con el otorgamiento de la Distinción por la Cultura Nacional…, es indescriptible la emoción que sentí ante lo inesperado, ante la envergadura del reconocimiento y ante la certeza de que nuevamente había logrado no solo permanecer en la plantilla sino que también lo había hecho bien y mi denuedo había sido reconocido a tan alto nivel. Este impulso alentador fue el acicate para continuar con energías redobladas el camino emprendido en 1978.
En el año 2010 el Anuario recibió la merecida y difícil categoría de publicación científica que otorga el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente (CITMA), estímulo para que redoblara esfuerzos, velara con celo por la selección de su contenido y forma; enfatizara en la unidad y la coherencia estilística del conjunto de textos, así como en las diferentes entregas, según las especificidades de cada número de la revista, a través de la aplicación de normas editoriales. Se asignó un límite de cuartillas para cada sección, el uso imprescindible de fuentes confiables de la obra de José Martí y la adecuada resolución en tablas e ilustraciones que por su alto número en los últimos años han ocupado un espacio considerable, tarea que también requirió y requiere mucha persistencia en su quehacer.
Asimismo, en 2010, la Casa de Nuestra América José Martí, en Caracas, recabó un esfuerzo adicional en mi habitual ocupación para editar dos números de la Nueva Revista Venezolana (año 3, números 4 y 5, Caracas, 2010-2011), por este motivo viajé a la República Bolivariana de Venezuela para responsabilizarme con la encomienda. A pesar de no estar habituada a sus requerimientos editoriales, la revista culminó el proceso exitosamente y se dio a conocer en la fecha prevista. Esta experiencia me satisfizo sobremanera no solo por poder colaborar con la fraterna institución sino por darme la oportunidad de continuar acumulando experiencias en mi haber.
El trabajo editorial en una publicación especializada, voluminosa, y con una trayectoria ininterrumpida de cuatro décadas es arduo y muy acucioso; impone validar criterios, tener un registro mental para evitar que haya enfoques recurrentes en las temáticas abordadas, balancear temas y hasta sortear desencuentros. Estos y otros muchos escollos que cada entrega presenta no solo en la confección del sumario sino también en las propias incidencias de cada número, lejos de amedrentarme, y gracias a mi consabida pertinacia, me han permitido crecerme, disfrutar las posibles soluciones, enriquecer el diálogo con los autores, lograr el entendimiento debido, y, sobre todo, permanecer al pie de esta gran obra honrando al Maestro.
Concluyo estas páginas exteriorizando el amor, comprometimiento y el mucho orgullo por formar parte durante todos estos años de un equipo exiguo de trabajo, que no obstante realizó, en palabras de nuestra imprescindible referencista, la doctora Araceli García Carranza, “esta proeza laboral al lograr la salida a la luz de sus cuarenta entregas”. Y que asimismo reconoció que “de los once anuarios que atesora la hemeroteca de la Biblioteca Nacional los de más larga vida han sido el Anuario Azucarero, con veintiséis años de vida, y el Anuario Diplomático y Consular, con treintaiún números, ninguno se le ha igualado en contenido ni en rango intelectual, ni en vida editorial”.[3] Al reproducir estas citas rememoro las palabras de Marlene Vázquez Pérez, quien ha expresado públicamente que mi trabajo sostenido durante más de cuarenta años merece figurar en los anales de los Guinness World Records. Puede que tan alta valoración no me corresponda, pero es un hecho a considerar que esos años…, sí son algo.
[1] Instituida por el Decreto número 1 del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, firmado por Fidel Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, y por Armando Hart Dávalos, ministro de Cultura. La Resolución número 17, de 29 de junio de 1977, designó al director del Centro de Estudios Martianos, Roberto Fernández Retamar, y a los miembros del Consejo de Dirección.
[2] Nombres como los de Juan Marinello, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Hortensia Pichardo, Roberto Fernández Retamar, Ángel Augier, Julio Le Riverend, Ramón de Armas, Jorge Ibarra, José Cantón Navarro, José Antonio Portuondo…, una pléyade de firmas antológicas tanto de nuestro país como de diversas partes del mundo prestigiaron nuestras páginas y conformaron número tras número.
[3] “Palabras en la presentación del Anuario del Centro de Estudios Martianos número 40”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, no. 42, 2019 (en proceso editorial).