Pocos seres humanos tienen la oportunidad de morir según sus deseos, quizás por ello, José Martí Pérez, me parece a través del tiempo, un hombre muy afortunado.
En sus más conocidos versos sencillos había sentenciado «No me pongan en lo oscuro/ a morir como un traidor/ Yo soy bueno y como bueno/ Moriré de cara al sol».
Sin presentir que su anhelado enfrentamiento armado con el enemigo español sería su última batalla, dejó inconclusa su carta a Manuel Mercado, en la que le confesaba al amigo querido sus intenciones de ofrendar su vida por su país y por su deber.
Desorientado en medio del combate y en terreno desconocido recibió varios disparos; murió según su profecía: de cara al sol.
Ni siquiera sus enemigos querían aceptar la idea de lo fácil que habían eliminado al hombre más importante de la revolución.
El primero de los cinco enterramientos sucesivos del cadáver del genial pensador fue en una fosa común en el cementerio de Remanganaguas donde con total irrespeto, colocaron sobre su cuerpo semidesnudo el de un soldado español.
Actualmente, los restos del más universal de todos los cubanos descansan en el mausoleo del cementerio de Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, donde reza el pensamiento del Generalísimo Máximo Gómez: «Descansa en paz compatriota y amigo querido (…) bajo el cielo azul de la patria no hay una tumba más gloriosa que la tuya».
Sus doctrinas inspiraron a la Generación del Centenario que llevó a Cuba a su independencia definitiva y hoy son pilares del modelo social cubano.
Tomado de: http://www.tiempo21.cu