Carta de Nueva York [12 de agosto de 1886]

La vida de verano en los Estados Unidos: pobres, ricos, campamentos religiosos, sucesos notables.–Peligro grave de guerra entre México y los Estados Unidos.–Estudio del conflicto: sus antecedentes y su curso.–El Congreso americano censura la actitud premiosa de su Secretario de Estado: actitud firme de México.–Texas y Chihuahua.–La opinión y la prensa en este conflicto: se alaba a México

Nueva York, agosto 12 de 1886

Señor Director de La República

Es ardiente en estos meses la vida en los Estados Unidos, como las olas de aire caldeado y plomizo que bajan sobre el Atlántico desde las llanuras encendidas del Oeste. La vida se multiplica y se desborda. Con las hojas a los árboles viene a mujeres y hombres un frenesí de alegría. Se abren al aire casas y almas. Las ciudades se vacían sobre los pueblos frescos de las costas y montañas vecinas. Los niños pobres, que respiran en los barrios más populosos un aire podrido, mueren en un grito penetrante sobre las rodillas de sus madres, o se arrastran con sus manos roídas sobre las piedras de las aceras, buscando consuelo en su frescor al fuego que les consume las entrañas. Los ricos recorren los lugares de campo en ostentosas jiras. Los imbéciles y la gente de mal vivir vociferan y apuestan en las carreras de caballos. Treinta sacerdotes andan en velocípedos visitando los Estados de «Nueva Inglaterra». A la orilla del mar y en la cúspide de los montes se levantan hoteles babilónicos. Sesenta mil creyentes se reúnen a la sombra de un pinar en un campamento religioso, y se arrodillan en el aire libre, corean con aleluyas los discursos de las sacerdotisas, se mesan los cabellos, hunden en la tierra sus cabezas arrepentidas, se abrazan confesándose sus pecados. Partidas de estudiantes distraen el verano explorando a pie las selvas con la tienda al hombro, y fortificándose con el ejercicio del cuerpo y el placer sano y directo de los descubridores. Los maestros juntan grupos de jóvenes dignos de serlo, y se van con ellos a lugares propicios a estudiar Minería en las minas, Agricultura en los campos, en los bosques Botánica. El Congreso se cierra, después de dejar probado que los representantes prefieren dejar solo al Presidente de la Nación en su campaña de reforma de los vicios políticos, a ayudarle en la tarea de enmendar éstos, para que no sea como hasta aquí la Nación un mero instrumento de los partidos, sino los partidos los servidores leales de la Nación. La hermana del Presidente comienza a dirigir en Chicago una revista que lleva por nombre La Vida Literaria, la misma hermana que no hace dos meses presidía aún la vida social del país, desde la Casa Blanca en Washington. Un hombre cruza el Niágara embutido en un casco oblongo de madera. Un mozo salta, por apuesta, de lo más elevado del puente de Brooklyn al río Oeste, y sale salvo. Ya tiende al cielo en su pedestal de Bedloe Island la estatua de la Libertad su brazo en esqueleto. Mucha villanía política y venta de destinos se descubre en la ciudad de Nueva York. Mucho se comenta la energía del Presidente, que contra el voto del Senado ha dado en Washington a un negro un empleo altísimo. Mucho libro interesante y nuevo se publica. Se inventa un medio económico de producir fuego sin carbón.

Pero con ser todo esto tan vario e interesante, nada, ni la muerte siquiera de aquel ilustre Tilden, que prefirió perder la Presidencia de la República, a que fue electo, antes que permitir a su partido que la conquistase con sangre,–nos interesa tanto a nosotros los de la otra América, como el grave riesgo de una guerra entre México y los Estados Unidos. Es nuestra raza mal entendida la que está en peligro. Es la caterva de cuatreros y matones ambiciosos de la frontera americana la que quiere forjar un pretexto para echarse sobre el Estado minero de Chihuahua, que excita su codicia. Es nuestro corazón americano, que allí duele. Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia. México haría mal, si, contra todo lo que se ve, diese oídos a los perturbadores opulentos que en estos mismos instantes andan buscando su apoyo para influir en la política de Centroamérica. Pero, ¿quién no ha de apenarse de ver expuesto a una agresión injusta del americano, a un pueblo que ha sabido irse amasando con la sangre misma que fluía de sus heridas; a un pueblo que está logrando acumular en nación sobre un territorio vasto y escapadizo, los elementos más hostiles y reacios, los odios más violentos, e incansables, las herencias más tercas y dañinas que contendieron en su edad de formación en pueblo alguno?
El caso del conflicto es un mero pretexto, agravado por el apetito de guerra que ya se hace impaciente entre los americanos que pueblan el Estado de Texas, que fue de México hasta la guerra inicua de mil ochocientos cuarenta y ocho, y por la imprevista y exagerada rudeza con que el Secretario de Estado en Washington decidió exigir a México, contra una ley anterior y expresa de su Código, la libertad inmediata de un americano preso y procesado en Chihuahua justamente por un delito contra la ley de libelo de México, cometido fuera y dentro del territorio mexicano, con desprecio de sentencia anterior del juez de Chihuahua, acatada bajo firma por el preso.

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