El alma de la nación había echado a andar
Por: Ricardo Monterrey

Corría el año 1895, habían transcurrido veintisiete años desde que, en las lejanas tierras del oriente de Cuba, un noble Bayamés de nombre Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, secundado por un grupo de comprometidos patriotas y otros a los que el mismo le otorgó esa condición, se levantaban en armas en acto sagrado y definitivo: ver libre a su patria o morir por ella.
Tal era el pensamiento del entonces joven delegado del Partido Revolucionario Cubano que, tras analizar las condiciones, meditar sobre los reveses sufridos en la anterior contienda y planificar hasta el más mínimo detalle de cuanto habría de hacerse, se disponía por fin a cumplir el sueño de los próceres.
El puerto de La Fernandina, en La Florida, fue el elegido para que de él partieran hacia la Isla, tres buques destinados a llevar las expediciones que habrían de iniciar la insurrección. Dicho plan se vio frustrado por la acción de las autoridades estadounidenses que, alertadas por el espionaje hispano, ocuparon un gran cargamento de armas y de municiones y pertrechos militares.
Con ello se echaba por tierra la posibilidad de iniciar una guerra relámpago ideada por Martí y que representara el menor coste posible para los cubanos.
Había que cambiar la estrategia, este hecho demostraba que no solo se luchaba contra España, sino que un enemigo, hasta entonces en la sombra, se había levantado para frustrar el sueño de Cuba libre. El hecho puso al filo la genialidad del líder y organizador; aquel revés se convirtió paradójicamente en prueba de algo que el mismo dejó escrito, ya casi en las postrimerías de su vida, en carta fechada el 18 de mayo de 1895 en los campos de Cuba y dirigida a su entrañable Manuel Mercado: “…En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
Había que trabajar en silencio y esto significó el reunirse en el más absoluto secreto para seguir adelante con los planes de alzamiento general. El 29 de enero se reunió en Nueva York, en el domicilio de Gonzalo de Quesada -secretario del Partido Revolucionario Cubano, presente en el encuentro-, con José Mayía Rodríguez, representante del Generalísimo Máximo Gómez, el General Enrique Collazo, representante también de la Junta Revolucionaria de La Habana, y otros patriotas, para de conjunto decidir el envío de la orden de alzamiento.
Fue el propio Gonzalo de Quesada y Aróstegui el portador de la orden firmada por Martí y viajó con ella Tampa para enviarla cuanto antes a la Patria. La forma segura de hacerlo asombra por su simpleza y genialidad; al ser reproducida en fino papel fue camuflada dentro de un tabaco torcido a mano, en gesto devocional por Blas Fernández O’Hallorans, propietario de una fábrica quien confeccionó cinco exactamente iguales y de la misma configuración, con el detalle del que contenía el mensaje, identificado por dos manchas amarillas en su capa superior. De esta forma quien lo llevara tenía la posibilidad de destruirlo en caso de peligro al fumarlo.
El puro marcado iría junto al resto en el bolsillo del conspirador Miguel Ángel Duque de Estrada para ser entregados en La Habana, luego debía hacerse llegar la orden de alzamiento al resto de los jefes conspiradores, los cuales la cumplirían el 24 de febrero de 1895. El destinatario era el ciudadano Juan Gualberto Gómez y en él a todos los grupos de Occidente, con copias para Guillermón Moncada, residente en Santiago de Cuba; Bartolomé Masó, residente en Manzanillo; Francisco Carrillo, localizado en Remedios y el camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt . El cuerpo del documento rezaba:
Se autoriza el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, para la fecha en que la conjunción con la acción del interior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, no antes, del mes de febrero.
Se considera peligrosos, y de ningún modo recomendable, todo alzamiento en occidente que no se efectúe a la vez que los de Oriente, y con los mayores acuerdos posibles en Camagüey y La Villas, compactando las fuerza que tiene hoy la voluntad y capacidad de contribuir a que la guerra sea activa y breve”.
No obstante, las coordinaciones y los esfuerzos de los principales dirigentes revolucionarios para reiniciar la lucha contra el colonialismo español, los distintos alzamientos tuvieron matices y resultados desiguales, debido, entre otros factores, a los diferentes contextos históricos y conspirativos de cada región de la Isla, que explican el comportamiento desigual de cada pronunciamiento.
En la región más occidental, la provincia de Pinar del Río no efectuó los levantamientos necesarios, tampoco La Habana y su capital respondieron a la orden como se esperaba. En Matanzas, Juan Gualberto Gómez se alzó con dieciséis hombres, en el pequeño pueblo de Ibarra secundado por Jagüey Grande que también respondió al llamado con uno pequeño grupo. Pero, lamentablemente, ambas partidas no tuvieron el apoyo y la coordinación precisa. En Las Villas hubo igualmente graves contratiempos, el general Francisco Carrillo, jefe designado por José Martí para encabezar la lucha, fue detenido el día 24 en la mañana en su propia residencia por las autoridades españolas. El Camagüey había expresado su negativa a secundar la insurrección. Por el contrario, la región oriental fue la que más y mejor respondió a la nueva gesta independentista, por obra de factores históricos, geográficos y políticos. Allí ocurrieron más de veinte alzamientos simultáneos, en las ciudades e inmediaciones de Santiago de Cuba, Guantánamo, Jiguaní, Baire, Manzanillo, Bayamo, Holguín, Bayate, Calicito, La Confianza y otros.
Los levantamientos de Jiguaní y Baire fueron muy difundidos, porque los patriotas Saturnino Lora y Florencio Salcedo dieron vivas a la independencia y la revolución, mientras disparaban al aire a pleno día, en presencia de la guardia civil española.
El general Bartolomé Masó fue designado entonces como jefe civil y militar de la insurrección en toda la región oriental, hasta la llegada de los principales dirigentes:
Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí.
La prensa colonial presentó la circunstancia de que el alzamiento insurreccional quedara reducido a la provincia de Oriente, como un aliento tranquilizador, argumentando que los cubanos no habían podido iniciar una guerra de carácter nacional, y, por tanto, les resultaría bien difícil convertirla en tal. Pero el cálculo de la metrópoli quedó deshecho, porque la guerra liberadora, a pesar de haberse inaugurado con esa dificultad, fue creciendo hasta convertirse en hazaña de magnitud más que nacional. Así lo demuestra la historia, el alma misma de esta nación había echado a andar, llevada a vuelo de machete y movida por el latir compartido y el canto glorioso de sus hijos.

Fuente: Tomado de Telecubanacán